La ciudad de la furia

Se viene el 3 de noviembre

Trump, fiel a su guion de político matón que desprecia el conocimiento, minimizó la pandemia, trató de achacarla a un complot chino e incluso se burló de sus víctimas.

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Periodista

Buena parte del mundo se dispone a contener el aliento en espera de los resultados de la elección presidencial en Estados Unidos que ocurrirá el primer martes de noviembre.

Las encuestas, por primera vez desde que empezó la contienda, dan una ventaja de dos dígitos al demócrata Joseph Biden, la cual parece estable. Y, en algunos de llamados estados bisagra -en los que los dos partidos grandes se han repartido victorias-, como Florida, Ohio, Carolina del Norte o Pensilvania, Biden lleva una leve ventaja, según un cálculo basado en varias mediciones que ha hecho El País.
Otros estados que han solido votar republicano, como Texas y Arizona, hoy se pintan también a favor de Biden.

Aún es pronto, y a tres semanas de la elección los números se ven bastante parecidos a los que en 2016 daban ventaja a Hillary Clinton en la presidencial que Trump terminó ganando. Hoy, como hace cuatro años, todo vuelve a indicar que los demócratas ganaran la mayoría del voto popular. Eso, sin embargo, no es garantía de que recuperarán la presidencia: Clinton ganó más votos que Trump y, en 2000, el demócrata Al Gore obtuvo más votos que George W. Bush, pero al final el republicano recaló en la Casa Blanca.

Lo anterior es posible por el sistema sufragista estadounidense, en el que los votantes eligen a sus funcionarios de forma indirecta, a través de representantes de colegios electorales en cada estado. Al final, el que suma 270 votos electorales gana su pase a Washington. El sistema se presta a una aritmética que hace posible ganar, aun sin ganar la mayoría del sufragio.

Este año, según varios especialistas en Washington con los que hablé en los últimos días, y a pesar de que las encuestas se parecen un tanto a las de 2016, varias cosas juegan en favor de Biden. La más importante es, acaso, la desastrosa respuesta de Trump al coronavirus y el impacto que la pandemia ya tiene en la economía estadounidense.

Trump, fiel a su guion de político matón que desprecia el conocimiento, minimizó la pandemia, trató de achacarla a un complot chino e incluso se burló de sus víctimas. Más de 215,000 muertos y casi 8 millones de contagios después, la mayoría de los estadounidenses coincide en que el presidente falló.
La incapacidad de Trump para alejarse de su base racista, y de su propio racismo, parece haber potenciado a favor de los demócratas el apoyo más claro de algunas minorías -sobre todo la afroamericana- que no votaron a favor de Hillary Clinton en 2016 y a quienes hoy atrae la figura de la vice presidenciable Kamala Harris, de orígenes africanos e hindúes.

Diferente será hoy, también, la disposición de Trump a aceptar la derrota, según se desprende de algunas de sus declaraciones públicas y silencios. Ya a mediados del año pasado, un académico basado en Washington me adelantaba que el trumpismo es perfectamente capaz de apelar a la violencia ante un resultado adverso. La semana pasada, un exdiplomático estadounidense en Centroamérica, me confirmó el temor: “Será una noche muy larga”, me dijo.

Al final, si Trump pierde y los demócratas terminan ganando mayoría en la cámara de representantes y el senado -varios puestos del congreso van a elección también el 3 de noviembre-, un nuevo escenario político se abrirá en Estados Unidos y el mundo.

En el Triángulo Norte de Centroamérica, uno de esos cambios puede ser que los presidentes que lograron cheques en blanco a cambio de arrodillarse ante las políticas migratorias inhumanas de Trump dejen de contar con el apoyo incondicional de Washington y sus embajadores. (Más de esto en próximas entregas).

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