La ciudad de la furia

Dos historias en Séptimo

Ese reportaje no ahondaba en las conexiones políticas de Los Perrones, pero ya establecía, a través del caso de un decomiso de lácteos en La Unión, las asociaciones entre los narcos y los policías.

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Periodista

Acudo a esta última columna en Séptimo Sentido con mucho agradecimiento por el espacio que me dio para, aun lejos de El Salvador, seguir escribiéndolo. También acudo con preocupación tras corroborar que algunas de las historias más duras que aquí publiqué la década pasada siguen siendo tan actuales en este país.

Uso dos de esas historias para ilustrar. Ambas las escribí durante los primeros años de vida de Séptimo Sentido.

La primera es la de Los Perrones, la banda de narcotraficantes que creció en el oriente salvadoreño al amparo de policías y jueces corruptos y de un par de operadores políticos que, a la fecha, siguen ejerciendo poder tras las bambalinas del gobierno actual. Uno de esos operadores es Herbert Saca, primo del expresidente Antonio Saca.

En agosto de 2008 publiqué un reportaje que titulé “Tijuana en El Salvador”, resultado de varios meses de investigación en San Salvador, San Miguel y La Unión sobre la federación de comerciantes, políticos locales, pandilleros y matones locales que, en complicidad con policías destacados en oriente, protagonizaron una de las transformaciones criminales más importantes en la historia de El Salvador: de contrabandistas de lácteos pasaron a ser grandes traficantes de cocaína, capaces de recoger toneladas de la droga en Peñas Blancas, en la frontera entre Nicaragua y Costa Rica, y ponerla en los mercados locales de Maryland y Nueva Jersey, en Estados Unidos.

Ese reportaje no ahondaba en las conexiones políticas de Los Perrones, pero ya establecía, a través del caso de un decomiso de lácteos en La Unión, las asociaciones entre los narcos y los policías.

Años después, esa historia se convirtió en un libro, “Infiltrados”, donde ya las conexiones políticas, incluida la de Herbert Saca, que recibió dinero de uno de los fundadores de Los Perrones, quedaron más claras.

La otra historia que publiqué en los primeros años de Séptimo Sentido, titulada “Los misiles que nunca llegaron”, iba sobre las conexiones criminales de José Luis Merino, alias Ramiro Vásquez, con el entramado venezolano y el de la guerrilla colombiana de las FARC. Buena parte de aquella historia se basó en entrevistas con funcionarios de Colombia que arrojaron algunas pistas sobre cómo había empezado Merino a gestar los contactos que luego lo convirtieron en el hombre fuerte de Alba Petróleos, la red de compañías que en El Salvador se nutrieron del petróleo venezolano, que financiaron varias campañas políticas del FMLN y al actual presidente, Nayib Bukele, y a la que hoy la Fiscalía General investiga por lavado de dinero.

Son, ambas, historias que duran ya la década larga, a las que pude llegar en gran medida por el espacio más reposado que esta revista dio al periodismo salvadoreño durante un buen tiempo. Hoy, la vigencia de historias como la de Ramiro Vásquez y Los Perrones vuelve a hablar, a gritos, sobre la importancia de contarlas. Sobre todo hoy.

El auge de Los Perrones, que culminó al inicio de esta década tras varias capturas empujadas por la presión de Estados Unidos y ajustes de cuentas entre los narcos y los políticos, estuvo acompañado por la consolidación en la Policía Nacional Civil de mandos que tuvieron tratos con la banda migueleña y otros grupos criminales. Varios de esos oficiales siguen en los despachos de poder de la PNC.

Ramiro es ahora un líder ausente: a la espera de lo que la Fiscalía haga en el tema de lavado de Alba Petróleos, el otrora hombre fuerte del FMLN y de la plata venezolana espera, agazapado, pero su influencia a través de otros operadores políticos permanece, como recién se publicó en un reporte estadounidense.

Insisto, estas no son viejas historias de hemeroteca. Son historias actuales.

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