La ciudad de la furia

El factor Biden

La política exterior de Trump en el Triángulo Norte de Centroamérica, que no ha sido más que una extensión de su política interna antiinmigrante, puede describirse con una palabra: nefasta.

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Periodista

Los números indican, al menos por ahora, que Donald Trump terminará su controvertido paso por la Casa Blanca en enero próximo. Si eso ocurre es muy previsible que las olas del cambio lleguen hasta las playas y casas presidenciales de Centroamérica, El Salvador incluido.

Aún es pronto, pero casi todas las encuestas hechas en el último mes dan a Joe Biden, potencial candidato demócrata a la presidencia de EUA, una ventaja sólida. La más reciente, publicada por el New York Times el miércoles pasado, pone al exvicepresidente de Barack Obama 14 puntos arriba del republicano.

De nuevo, aún es pronto.

Por el sistema de colegios electorales en Estados Unidos no siempre quien obtiene la mayoría del voto popular termina en el Despacho Oval, la oficina del presidente. Trump lo sabe bien: su contrincante en la elección de 2016, la demócrata Hillary Clinton, obtuvo más votos que él y aun así perdió.

Como sea, Trump está en una encrucijada difícil. Según la encuesta del NYT, los votantes desaprueban la forma en que el presidente ha manejado la pandemia por coronavirus en su país, así como sus políticas raciales. De aquí a noviembre parece muy poco lo que Trump pueda hacer en ambos apartados: en el asunto de la raza es difícil que modere su discurso racista cuando su principal base de apoyo se siente tan atraída por esa narrativa; en el tema del coronavirus, Estados Unidos sigue contando por miles los contagios diarios.

En Washington, fuentes legislativas y de la sociedad civil con las que converso desde principios de la década sobre la política interna estadounidense empiezan a considerar que es muy posible que Trump pierda en noviembre, algo que no se asomaba en su análisis a finales del año pasado.

¿Y? ¿Qué pasa si Trump pierde? ¿Cómo afecta eso a El Salvador? ¿A Centroamérica? La política exterior de Trump en el Triángulo Norte de Centroamérica, que no ha sido más que una extensión de su política interna antiinmigrante, puede describirse con una palabra: nefasta.

El único interés del Departamento de Estado en nuestra región fue asegurarse de que los gobiernos de Guatemala, El Salvador y Honduras llevaran adelante el despropósito de recibir, en sus territorios, migrantes que pretendían solicitar asilo en Estados Unidos y que los tres países siguieran recibiendo hasta cuatro vuelos de deportados semanales, sin importar que los aviones aterrizaran en medio de la pandemia con personas sospechosas de estar contagiadas de coronavirus, como en su momento denunció el gobierno de Alejandro Giammattei en Guatemala.

Los mandatarios centroamericanos cumplieron y recibieron a cambio espaldarazos políticos que les han dado el oxígeno indispensable para navegar sus atribuladas presidencias.

En Honduras, Juan Orlando Hernández (JOH), señalado por el Departamento de Justicia en Nueva York de participar en una operación internacional de narcotráfico, se aferra al poder aupado por el Departamento de Estado.

Con todo y su impresionante popularidad, Nayib Bukele tiene que agradecer a Ronald Johnson, el embajador estadounidense, que aparezca con él en público y lo apoye en Twitter en los momentos en que el presidente salvadoreño recibe críticas de todos lados por sus tendencias antidemocráticas y sus arremetidas al orden constitucional.

Y en Guatemala el silencio de Washington fue clave para que las élites corruptas del país se deshicieran de la Comisión Internacional contra la Impunidad (CICIG) para volver a apropiarse, sin obstáculos, de los sistemas político y judicial.

Con Biden trabajan ya, en el apartado latinoamericano, diplomáticos que apoyaron a la CICIG en Guatemala, que en privado y en público han advertido de los retrocesos en El Salvador y que no suelen disimular el gesto de disgusto cuando se les pregunta por JOH.

Aún faltan semanas largas para noviembre y si algo ha demostrado Trump en los últimos cuatro años es que tras la fachada de matón se esconden dosis de habilidad que le han permitido sobrevivir días duros. Por ahora, sin embargo, la posibilidad de su salida es real. Que él se vaya es bueno para los centroamericanos.

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