El fuego de Hestia

La normalización del abuso sexual

El trauma generado por el abuso sexual, independientemente de si es tocamiento, exposición o penetración, es permanente e impacta en la forma en cómo las víctimas se perciben a sí mismas y en cómo se relacionan con otros.

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Life Coach en Comunicación Intuitiva

En El Salvador, según datos del Observatorio de violencia de Ormusa, solo entre enero y abril de 2019 se reportaron 822 casos de violaciones en niñas y mujeres cometidos, en su mayoría, por padres, hermanos, tíos, abuelos y padrastros. El 79% de esos abusos fueron contra menores de 19 años. Dentro de ese esquema de abuso sexual normalizado, un reportaje de Univisión y el Centro Pulitzer, señala que hay muchas niñas que se quitan la vida y las víctimas son “…cada vez más pequeñas… se envenenan y cortan los brazos para evadir el dolor de tanta impunidad y silencio cotidiano…”.

Somos testigos de una epidemia de violaciones en menores, adolescentes y mujeres que ha sucedido siempre, pero que hemos ignorado por vergüenza, miedo o desconocimiento de los impactos mentales, emocionales y espirituales que permanecen en las vidas de niñas y niños víctimas de abuso sexual; así como por sistemas judiciales corruptos y obsoletos que protegen a los victimarios por ignorancia, conveniencia o simplemente desidia.

Solo para tener un ejemplo de lo que sucede a diario aquí, el jueves pasado, La Prensa Gráfica reportó que ante la acusación por agresión sexual contra el magistrado Jaime Escalante, quien fue descubierto en aparente estado de ebriedad tocando a una menor de 10 años de edad, la Cámara Tercera de lo Civil de la Corte Suprema de Justicia resolvió que esa acción no constituía un “delito” sino solo una “falta”. Y el defensor del magistrado agregó que el tocamiento no ponía “en riesgo la intimidad o libertad sexual de la persona”.

¿Quién se responsabilizará entonces para reparar el daño emocional y físico hecho contra la niña y su familia? ¿Quién atenderá el trauma generado por el abuso? La mayoría de las personas creerá que como no hubo penetración “no pasó nada”, que a la niña se le olvidará y que quedará como un acto “incómodo” en una sociedad machista y enferma que naturaliza el abuso y la violencia.

El trauma generado por el abuso sexual, independientemente de si es tocamiento, exposición o penetración, es permanente e impacta en la forma en cómo las víctimas se perciben a sí mismas y en cómo se relacionan con otros.

De acuerdo con la psiquiatra Kelly Brogan, “debido a que no somos típicamente conscientes de las emociones fuertes generadas en la infancia y que dirigen nuestros comportamientos de adultos, vivimos en un estado de represión y proyección, imaginando que lo malo proviene de afuera de nosotros en lugar de nuestras partes rechazadas, abusadas y abandonadas… todos poseemos una sombra, pero no todos la conocemos. Y ese grado de desconocimiento de nuestras partes más oscuras es lo que nos influencia, nos controla y dirige nuestras vidas”.

En El Salvador hemos normalizado la violencia y el abuso sexual y, en la mayoría de los casos, solemos depositar la culpa y la vergüenza en la víctima. Al hacerlo contribuimos a dejar en la impunidad a los principales perpetradores de esos crímenes, que en su mayoría son hombres que se encuentran en el círculo íntimo de las víctimas y a un sistema machista y patriarcal que evita cuestionarse a sí mismo, así como las pautas sociales, mentales y económicas que abonan a la violencia en esta sociedad.

Las víctimas necesitan apoyo y refuerzo emocional para que eviten creer que hicieron algo malo o que tienen que avergonzarse por algo que no provocaron. Además, necesitan de una sociedad que se concientice que el abuso sexual es un delito y que se debe castigar al responsable sin importar la vinculación familiar con la víctima o su relevancia social o económica. Necesitamos convertirnos en ciudadanos que dejemos de justificar y normalizar el abuso sexual.

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