El fuego de Hestia

Escribir, mi ancla perfecta

Escribir es como activar a un investigador que escarba en mi cerebro y descubre las pruebas para resolver los dilemas.

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Life Coach en Comunicación Intuitiva

Algunos oran, otros meditan, o pintan, bailan o hacen ejercicio. Yo, escribo. Lo hago como si no hubiera mañana. Escribir me conecta con el momento presente y me lleva a poner, sólidamente, los pies en el piso. Y, desde que mi mente recuerda, ha sido un ejercicio que me ha permitido observarme y observar al mundo que me rodea.

Escribiendo me descubro y, en este encierro obligado, escribir es la actividad que realizo con mayor empeño durante el día. Mi reloj biológico se ha desordenado. Estoy durmiendo hasta bien entrada la noche y me doy cuenta de que no estoy descansado bien. Me levanto con el cuerpo adolorido y el cuello tenso. Todas, señales de que hay un hilo de estrés latente y permanente rondando por mi cabeza.

Desde hace mucho decidí que a mi mente y a mis emociones las dirijo yo. Hacerlo es sencillo cuando la vida sigue la ruta que he establecido; porque, al igual que la mayoría de los humanos, yo también busco certeza y estabilidad. Deseo creer que mañana todo saldrá como lo he planificado. Pero en cuanto las cosas se desvían, la ansiedad me alerta acerca de lo que se está moviendo hacia un lugar diferente del que habíamos acordado.

Experimento en mi cuerpo los primeros signos provocados por el estrés. Percibo angustia e incomodidad. La angustia se siente como cientos de libras sobre mi pecho, la incomodidad, es como un acompañante del que solo deseo apartarme, como energía que me impulsa a moverme de ese lugar. Sé que es momento de sentarme a escribir cuando esa incomodidad persiste y se queda estacionada en mi cuerpo.

Naturalmente huimos de la incomodidad porque hemos aprendido en esta cultura, obsesionada con la productividad, el consumo y los resultados instantáneos, que esas sensaciones y emociones incómodas pueden evitarse. Vivimos escapando del dolor y de la angustia, tan naturales como la vida misma, para perseguir afuera una “felicidad” empaquetada en cosas o experiencias. Y así, huimos a través del consumo desesperado de drogas, prohibidas o aceptadas socialmente, de ropa, relaciones, éxito, televisión, noticias, redes sociales, o discusiones eternas sobre política.

Evadimos esos espacios incómodos, pero es ahí donde habitan micro o macro traumas, duelos no vividos, heridas emocionales; y, paradójicamente, es en esos lugares donde se encuentran las claves para procesar, sanar y progresar desde el ser y no desde el hacer o el tener.

Sanar es como la tierra y sus ciclos, porque es en sus profundidades a oscuras desde donde se alimenta la semilla y surgen los mejores colores de la flor.

Distraernos no resuelve nada y, por el contrario, solo nos aleja de las soluciones y la creatividad que resultan de atravesar la incomodidad, el dolor y la angustia. Porque, al otro lado de esas emociones difíciles, es donde convergen la consciencia, el entendimiento de lo que nos afecta, la resolución y el bienestar.

Creo en la salud mental y para obtenerla es necesario el acompañamiento de profesionales que caminen junto a las personas en sus procesos de sanación. Y también creo en la autogestión y en la responsabilidad personal que cada uno ejerce consigo mismo, una vez se convierte en persona adulta. Y es en esos procesos, ya sea acompañados o en solitario, que se vuelve fundamental escribir para reconocer y gestionar a la mente y a las emociones.

Escribir me facilita trasladar a un papel el continuo diálogo mental que me cuesta observar si no es a través de las letras. Escribir es como activar a un investigador que escarba en mi cerebro y descubre las pruebas para resolver los dilemas.

Escribir es mi arte personal. Y en este momento, en el que enfrentamos una amenaza real y desconocida, es cuando hacerlo se ha convertido en mi ancla perfecta.

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