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El virus no es excusa

Esta crisis sanitaria no es una justificación para amenazar la institucionalidad nacional.

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Comunicadora salvadoreña radicada en Santiago de Chile

El mundo se encuentra en crisis: una pandemia. El covid-19 ha venido a cambiar lo que todos conocíamos como rutina para transformarla en incertidumbre -social, económica, emocional- total.

Pero El Salvador, un país ya golpeado por la pobreza y problemáticas sociopolíticas profundas, ahora, además, enfrenta a Nayib Bukele y sus políticas anti Covid-19, que rayan en el autoritarismo.

Escribo esta columna con mucha preocupación. Estoy viviendo en un país cuyo contexto es estar inmerso en una compleja crisis social desde octubre del año pasado. La sociedad chilena está profundamente decepcionada de sus gobernantes, por lo que la relación entre sociedad civil y gobierno está muy desgastada. Chile es ahora un país cuya principal solicitud es reescribir su constitución, volver a nacer. El gobierno está absolutamente deslegitimado, con una crisis de confianza compleja en todas las instituciones y sumido en una crisis económica provocada por la paralización del país a raíz del estallido social.

Y aún así, la represión y el miedo no han sido parte de las tácticas de contención de la crisis sanitaria. Porque el miedo y la represión no son normales. Porque el miedo, las amenazas y el autoritarismo son solo propias de regímenes anti democráticos.

El mundo entero está viviendo esta crisis, pero los países cuestionados por sus prácticas represivas contra la población son escasos y son reprochables. La idea es proteger a la población del virus, que ya es bastante complejo y ya causa suficiente miedo.

Por tanto, esta crisis sanitaria no es una justificación para amenazar la institucionalidad nacional.

Aprovecharse de la situación para desautorizar a los otros poderes del estado, apresar personas a diestra y siniestra para mandarlos a las cámaras de contagio en que se han convertido los “centros de contención” y evitar la entrada de sus propios habitantes al país no es normal. Repito, no es normal; incluso en tiempos de pandemia.

Además, si esto viene seguido del penoso espectáculo de amedrentamiento al poder legislativo con soldados armados hasta los dientes y hordas enfurecidas dispuestas a atacar, estar alerta es lo mínimo.

La pandemia no será vencida por un supermancool” con “maneras de dictador”, como dice cierta columna de opinión.

Obviamente, todos los países necesitan liderazgos capaces de navegar en épocas de crisis, quienes se rodean de expertos y equipos asesores. Pero estos liderazgos no son ungidos por poderes divinos. Hace muchos años que dejaron de ser elegidos directamente por los dioses. Y tampoco tienen capacidades especiales para hablar con el más allá. Preocupa ver que ese tipo de conductas sea aplaudido en pleno 2020.

En fin. Lo que intento transmitir, viendo lo que sucede en El Salvador desde el extranjero, es una profunda preocupación no solo por los efectos de la pandemia a nivel económico, sino también a nivel político.

Mientras tanto, estar en casa se vuelve difícil, porque hay que trabajar, pero sin caer en las garras del coronavirus o de la policía, que te castigaría recluyéndote en algún centro de contención.

Que esta crisis se convierta en una oportunidad de fortalecer nuestra institucionalidad y protegerla. Pero también, para transparentar las profundas necesidades de la mayoría de la población y la urgencia de políticas públicas sólidas y reales que sean soluciones factibles para quienes más lo necesitan.

El populismo y el caudillismo no son la solución. La solidaridad, sí.

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