Meridiano 89 oeste

Cómo recuperar un archivo eliminado

Es lo que practicamos cada semana en las clases de jiu-jitsu brasileño. Cuando te están ahorcando en el patíbulo, uno o se rinde palmeando el tapete o se calma y se pone a trabajar. Me decidí por la opción número dos: escribir.

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Investigadora y escritora radicada entre Madison, Wisconsin, y San Salvador

“Este es el hombre que te va a romper el corazón en pedacitos”. Esto me lo dejó escrito una amiga del trabajo en una notita en la que, por otra parte, me felicitaba por la noticia de que mi hijo sería un varón. Ese papelito lo tuve doblado y guardado en la cartera por años y, a cada rato, lo volvía a encontrar, a abrir y a leer sin señas de que se cumpliera la profecía.

Fue un augurio que esta semana por poco se cumple, cuando mi hijo, ya un hombrecito de 14 años, me extravió un cuaderno de la tesis de doctorado. Ese cuaderno contenía el trabajo de los últimos meses de investigación ya pulido y listo solo para pasarlo a la computadora y enviarlo a la asesora de tesis. Fiel a la estructura y al desarrollo fundamental de una buena pesadilla, no había hecho copia de esos escritos.

Los detalles de cómo se perdió no son tan importantes. De todas formas, nunca pude sacarle una confesión completa a mi hijo sobre el destino final del cuaderno. A lo que quiero llegar es al momento en que por fin acepté que ya no estaba la libreta en el plano terrenal y que podía rezar, rebuscar 1,000 veces en el baúl del carro y el vacuo agujero negro del bolsón, pero no iba a aparecer nunca más.

Entonces vino el lunes por la mañana en que me senté a la mesa del comedor, con la sombra del fracaso y las dudas, frente a la pantalla en blanco de la computadora y escribí una primera palabra seguida por otra y otra, e insistiendo párrafo tras párrafo.

Luego, el martes, cuando hasta se me cayó la tecla “i” de la laptop, como si el universo fuera un Ramsay Bolton de “Juego de tronos” que me quisiera clavar una última flecha en el ojo. Al final de cuatro días, más o menos, pude recuperar una versión de 20 páginas que, irónicamente, creo que salió mejor que la versión original: nació de otra energía, no pensativa, sino que tenaz.

La verdad es que un cuaderno o archivo borrado es casi un elemento ubicuo en la historia de cualquier estudiante de maestría o doctorado y, ahora que lo pienso, creo que quizás es una señal de que estoy llegando al final del proceso, como un último reto que tenía que superar.

Recuerdo el instante en que evalué mis opciones, que no eran muchas y nada buenas. Una: dejar la tesis ahí y tirar la toalla; finalmente, somos humanos. Dos: empezar de cero con una actitud desafiante y rechazando del todo la realidad, dándoles ese ejemplo a mis hijos.

Es lo que practicamos cada semana en las clases de jiu-jitsu brasileño. Cuando te están ahorcando en el patíbulo, uno o se rinde palmeando el tapete o se calma y se pone a trabajar. Me decidí por la opción número dos: escribir.

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