Café sin azúcar

Apesta

Querer minimizar o trivializar este evento es ser ciegos al frágil episodio democrático que estamos atravesando como país.

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Economista salvadoreño radicado en Chicago, Estados Unidos

Construir país puede tomar generaciones. Con trabajo, y un poco de suerte, una administración tras otra puede aportar un poco para ir avanzando. Muchos pensamos que lo que en El Salvador ha tomado más de dos décadas en construir, en términos de Estado de Derecho y respeto a las instituciones, estaba muy bien cimentado.

Como república joven hemos celebrado muchísimas elecciones libres, tanto presidenciales como legislativas. Hemos logrado hacer la transición entre guerra y paz, entre distintas aritméticas legislativas y entre presidentes de derecha y de izquierda. Todo siempre amparado en las leyes y en la Constitución. Y, aunque hayamos tenido episodios (muchos todavía recordamos el famoso decreto 743) en los cuales se ha puesto a prueba la institucionalidad, nada ha llegado a ser tan dañino como lo que pasó en el Salón Azul el domingo pasado.

Nunca, durante la posguerra, un órgano del Estado se había aprovechado la poca dignificación que tiene la fuerza armada para instrumentalizarla para intimidar a otro órgano. Querer minimizar o trivializar este evento es ser ciegos al frágil episodio democrático que estamos atravesando como país.

¿Y todo por qué? Aparentemente por querer la aprobación para negociar un préstamo de $109 Millones, cifra que representa apenas un 0.4% de nuestro PIB. Pero no nos engañemos, esto no se trata de préstamos ni de planes territoriales antiviolencia. Esto se trata de alguien queriéndose imponer a su manera, pasando por encima de la Constitución y las leyes, para lograr desprestigiar a un órgano del Estado y monopolizar más poder. Apesta a dictadura.

El precio de este golpe va mucho más allá de $109 Millones. Es desechar los esfuerzos y los costos de la guerra. El conflicto armado nos costó casi dos décadas de desarrollo. Nos costó la vida de 75,000 personas y la sangre de muchos más. Nos costó decenas de miles de familias desintegradas y la migración masiva de muchos. Nos costó la unión de un país que se separaba en 2 bandos. Y si bien ni ARENA ni el FMLN han hecho mucho por reconstruir una sociedad fragmentada, Bukele solo ha tirado mucha más sal en unas heridas que no terminan de cicatrizar casi tres décadas después.

Tres cosas sorprenden de esta situación. La primera es el cinismo con la que Bukele ha intentado tergiversar su error, queriendo vender la barata narrativa que él (magnánimo líder ungido por un poder divino) ha sido quien ha calmado al pueblo que quiere deshacerse del órgano legislativo. Segundo, Bukele ha logrado, increíblemente, que los diputados comiencen a parecer funcionarios decentes que no están cediendo ante matonerías antidemocráticas. Y tercera (probablemente lo más preocupante y decepcionante), que haya tanta gente engañada que piense que lo que está haciendo Bukele es la manera correcta en la que se comporta un verdadero Estadista.

Si Bukele quiere tener más apoyo en la Asamblea tiene dos opciones legales: o se espera a las elecciones legislativas para intentar lograr más tracción, o comienza a tender puentes entre partidos y para colaborar en conjunto. Amenazar con «apretar un botón» cuando se tiene al Salón Azul rodeado de militares es tener poca valoración a lo que hemos sufrido históricamente como país. Resolver la violencia no pasa por más violencia. La reducción de violencia pasa por tener lo mínimo: instituciones democráticas que funcionen. Con anarquía no resolvemos nada. Si usted, lector, no es capaz de ver la importancia de respetar el Estado de Derecho, reconsidere, porque está siendo parte del problema.

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