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Y soy rebelde

«La política es asistida por la imagen. El político se conforma solamente con una buena imagen, ese será el mayor logro que obtendrá».

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Comunicadora salvadoreña radicada en Santiago de Chile

A riesgo de ser súper simplista, la figura más tradicional de un político era un hombre de mediana edad (lamentablemente, la participación femenina en política nunca ha sido mayoritaria), de saco y corbata, con facilidad de palabra, de buen contexto socio-económico, con peinado impecable y una familia feliz. Entre menos escándalos y disidencias adornaran su currículo, mejor; por algo hace sentido aquella frase de ser políticamente correctos.

Pero esta figura de perfección está siendo desafiada. Parece que estamos en la era de los políticos antisistema. Es decir, entre más excéntricos, poco convencionales y desobedientes de la norma, mejor.

Esta es, obviamente, una respuesta a la precariedad de políticos a los que nos hemos enfrentado en el pasado y que han sido protagonistas de irreparables actos de corrupción, promesas sin cumplir y rupturas de confianza.

Esta no es solo una realidad nacional. Basta ver a Brasil y Estados Unidos, por ejemplo, con figuras presidenciales cuyo factor común es ser una opción distinta a la tradición nacional: un ultraderechista contrario a la tradición de izquierda brasileña, y un empresario millonario sin experiencia en política, en contraste a la tradición partidista americana.

Como diría McLuhan, uno de los grandes profetas y teóricos de la comunicación: «La política es asistida por la imagen. El político se conforma solamente con una buena imagen, ese será el mayor logro que obtendrá».

En nuestros tiempos esa «buena imagen» requiere demostrar que no se es igual a los políticos fallidos de antes, es decir, separarse visualmente de ellos.

Además, en la era de las redes sociales, la diferenciación cobra aún más relevancia: es necesario sobresalir en el mar de estímulos que se presentan en Twitter, Instagram o Facebook. Es ahí donde hay que estar presente.

Esto explica muchos rasgos del presidente actual, quien se esfuerza por demostrar que no es «como los mismos de siempre» a través de simbolismos e imágenes: desde su vestimenta, fotos poco convencionales -como aquella en la que aparece sentado en el escritorio presidencial- y el uso de twitter como plataforma oficial de comunicación.

El Presidente domina a la perfección el arte de la comunicación y la propaganda. Tanto, que ha logrado que miles de personas repitan sus sloganes con mucha convicción y un fiel club de fans que lo defienden a capa y espada.

Nada de esto es tradicional. Sin decirlo, constantemente comunica: soy diferente. Pero, ¿es realmente diferente?

Hace falta más que ponerse la gorra hacia atrás o saber usar Twitter para demostrar ser diferente a «los mismos de siempre». Su integridad política se demostrará cuando los procesos de compra sean transparentes, cuando su familia ya no sea parte del gobierno, cuando deje de pelearse con todo aquel que tenga una opinión diferente a la suya, cuando ofrezca conferencias de prensa con más que monólogos rabiosos, cuando tenga un plan de gobierno, etc.

Nayib Bukele añora ser un político diferente ¡y eso está muy bien! pero no basta solamente con la imagen. Es su gestión lo que realmente lo hará alcanzar su propósito. Ojalá que sea la integridad el elemento que lo distinga del resto y que lo convierta en una figura memorable.

Aun quedan 4 años de gobierno del joven Bukele, donde puede demostrar que es más que un político rebelde, sin profundidad, producto de una genial campaña de marketing político.

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