Mohamed VI, veinte años de un reinado que ha cambiado Marruecos

Aunque con el reinado de Mohamed VI, Marruecos le ha apostado al desarrollo industrial y ha crecido ininterrumpidamente por debajo del 4 % anual en los últimos 20 años, en el país hay desempleo juvenil crónico superior al 25 %. Además, solo el 46 % de la población tiene algún tipo de cobertura médica y solo el 26 % de los mayores de 60 años recibe una pensión al jubilarse.

Mohamed VI

A Mohamed VI comenzaron llamándolo «el rey de los pobres», pero tras 20 años en el trono y una fortuna superior a los 2,000 millones de dólares, tiene una imagen de «rey empresario».

El joven monarca que se daba baños de masas con su pueblo más humilde ha ido virando hacia una posición distante. Su vida personal se ha vuelto un secreto, nadie sabe con certeza si sigue casado. Han dicho de él que está enfermo o cansado de sus obligaciones, pero todo son rumores. El Palacio Real y su entorno solo contestan con el silencio.

Mohamed VI ascendió al trono con 35 años, el 30 de julio de 1999. La sombra de su padre, Hasán II, una personalidad autoritaria que superó dos golpes de Estado y ejerció una represión implacable contra sus oponentes, sobrevolaba por encima del joven rey, que pronto supo poner distancias.

Fue en los primeros años cuando el monarca dio los pasos más audaces por la modernización de Marruecos: un nuevo Código de Familia, mucho más favorable para las mujeres, un proceso de reconciliación con las víctimas de la represión y una libertad de prensa antes nunca sentida.

Pero el atentado terrorista múltiple perpetrado en 2003 por 12 suicidas que mataron a más de 20 personas en distintos puntos de Casablanca (la mayoría en la «Casa de España») supuso el fin de la época aperturista y una apuesta por la seguridad y el desarrollo económico.

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UNA ECONOMÍA EMERGENTE PERO INSUFICIENTE

A diferencia de su padre, que jugó con cierto éxito a la política exterior, Mohamed VI se volcó en las cuestiones internas, condicionadas por la falta de recursos naturales propios. Apostó entonces por el turismo (con 12 millones de visitantes anuales, es actualmente el primer destino africano), la agricultura, la industria automovilística y, sobre todo, por el desarrollo de unas infraestructuras que iban a cambiar el país: una extensa red de autopistas, aeropuertos modernizados, un tren de alta velocidad único en África y, la joya de la corona, el puerto de Tanger Med, inaugurado en 2007, que en solo 10 años se convirtió en el mayor de África en tráfico de contenedores.

Según explica a Efe el presidente de la Confederación General de Empresas Marroquíes, Salaheddine Mezouar, con Mohamed VI «el país ha aprovechado sus ventajas estratégicas para atraer inversión y desarrollar su economía y su sociedad. El cambio ha venido acompañado con más apertura: más acuerdos comerciales, integración en la cadena de valor económica mundial, y todo acompañado por una visión de desarrollo industrial».

Uno de los ejes de esta estrategia ha sido el desarrollo preferente del eje atlántico que va desde Tánger hasta Casablanca: en este «Marruecos útil» se ha concentrado el esfuerzo en infraestructuras y desarrollo, en detrimento del interior del país, relegado en inversiones y en todos los indicadores, lo que ha creado un Marruecos de dos velocidades.

El PIB del país ha ido creciendo de forma ininterrumpida durante los últimos 20 años, aunque siempre por debajo del 4 % anual. Según el FMI, esto es insuficiente para considerarlo un país emergente y, sobre todo, para crear empleo: de los 200,000 jóvenes que anualmente han llegado al mercado de trabajo en la última década, solo una cuarta parte ha encontrado empleo. En consecuencia, hay un desempleo juvenil crónico en la ciudad superior al 25 %.

Esto explica en gran parte que el reinado de Mohamed VI no haya logrado acabar con la pobreza, que según cifras oficiales afecta a más de cuatro millones de marroquíes (un millón de ellos en pobreza extrema). Solo un 46 % de la población nacional tiene algún tipo de cobertura médica, y solo un 26 % de los mayores de 60 años cuenta con una pensión de jubilación.

El economista Fouad Abdelmoumni es muy crítico con el modelo de desarrollo: «Tras pasar por la escolarización, la urbanización y la apertura al mundo, la población esperaba una revolución también en su nivel de vida, pero el Estado no les da una respuesta, ni siquiera en lo mínimo».

Esto explica la conflictividad social, cada vez más frecuente en las calles de Marruecos, protagonizada por licenciados en paro, médicos y maestros en prácticas o trabajadores de minas cerradas, por citar los más recientes. El Gobierno no siempre las tolera. A veces opta por la vía represiva, como en el caso de la región del Rif, donde las revueltas por la marginación histórica de la zona acabaron con una represión que llevó a la cárcel a cientos de personas.

Dos décadas. El reinado de Mohamed VI ha tenido sus aciertos y desaciertos, según analistas. Pese a que han existido avances en el desarrollo de Marruecos, la desigualdad persiste en el país.

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UN VAIVÉN POLÍTICO

El tratamiento de la crisis del Rif es indicativo del cambio de la política en los últimos años. Las protestas surgieron de un movimiento espontáneo bautizado com Hirak Chaabi (movimiento popular), que consiguió sacar a la calle a decenas de miles de personas antes de que el Gobierno decidiera cortar cualquier manifestación. Los partidos políticos tradicionales no tuvieron ningún protagonismo, ni para alimentar las protestas ni para frenarlas.

De los cientos de rifeños arrestados, juzgados y condenados a duras penas de cárcel, el rey indultó a la mayor parte de ellos en varias tandas, corrigiendo así la dureza mostrada por los tribunales y dejando claro que él tiene el dominio de los tiempos políticos y judiciales.

El paisaje político marroquí ha cambiado mucho a lo largo del reinado de Mohamed VI. La clase política del siglo XX, muy desacreditada por sus continuas concesiones a una monarquía que se ha guardado una gran parte del Poder Ejecutivo (además del religioso, militar, policial y diplomático), fue perdiendo popularidad e influencia. El único que creció en estos años fue el islamista Partido Justicia y Desarrollo, una formación conservadora en lo religioso y lo político y levemente reformista en lo social.

La primavera árabe que derrumbó regímenes en Túnez, Egipto y Libia no golpeó a Marruecos de la misma manera, pero se dejó sentir. Las calles se llenaron en febrero de 2011, pero los manifestantes marroquíes no aspiraban a derrocar al régimen, sino a reformarlo. El monarca, en un inteligente movimiento táctico, promovió una reforma constitucional que desinfló las protestas y convocó elecciones que ganó el PJD, aunque necesitó aliarse con cuatro partidos más para gobernar.

La inexperiencia del PJD, su cohabitación en el Gobierno con partidos hostiles y las continuas fricciones con el Palacio hicieron fracasar el proyecto islamista «light», y con el paso de los años quedó en evidencia que la nueva Constitución no había cambiado el eje del poder: el rey, apoyado en un núcleo duro de consejeros elegidos por él mismo, seguía tomando decisiones cruciales sin escuchar a su Gobierno, como la participación en la guerra del Yemen o la restauración del servicio militar.

Por otra parte, Mohamed VI ha sabido interpretar las prioridades de Europa, de la que Marruecos siempre ha dependido económicamente. Marruecos es gendarme de la frontera del sur conteniendo la emigración (89,000 salidas interceptadas en 2018), y ha cooperado estrechamente en materia antiterrorista, lo que servido para vigilar a yihadistas de origen marroquí. Con estas dos bazas, y el ofrecimiento de un entorno seguro para las inversiones, Marruecos ha sabido hacerse perdonar el déficit democrático.

“Si el rey tuviera una visión a largo plazo –reflexiona el economista Fouad Abdelmoumni–, conllevaría aceptar compartir el poder y la riqueza, aceptar una verdadera alternancia en el poder, la separación del rey y la fortuna, el fin de la sacralidad del monarca y la revisión de dónde estamos invirtiendo toda nuestra sangre: en el costoso Sahara, la militarización y el cierre de las fronteras con Argelia. Pero las élites marroquíes son incapaces de ver más allá de sus narices”.

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LOS DERECHOS HUMANOS

Los que ven el vaso medio lleno siempre dicen que Mohamed VI ha acabado con las ignominias del pasado: los desaparecidos, las cárceles secretas o las torturas sistemáticas, atrocidades que marcaron la imagen exterior del país en la época de Hasán II.

Comenzó su reinado liberando al histórico izquierdista Abraham Serfaty y a la familia Oufkir. También permitió una libertad de prensa inédita en el país, que incluían atrevidas investigaciones sobre su fortuna cada vez más abultada (en 2014, el rey acumulaba 2,100 millones de dólares, según el listado de Forbes).

La tortura comenzó a ser un hecho excepcional, según los organismos independientes pro derechos humanos y las manifestaciones sin intervención policial pasaron a ser moneda corriente (con la excepción del Sahara Occidental). Pero junto a eso, los partidos y cualquier otra organización tenían prohibido cuestionar los poderes del monarca, criticar la política militar, protestar por el rumbo diplomático o discrepar de la versión oficial del islam.

Una vez pasada la fiebre de la primavera árabe, el país entró en conflictos constantes con las organizaciones internacionales pro derechos humanos (Amnesty, Human Rights Watch o Reporteros Sin Fronteras), cuyos informes contestaba de forma sistemática, mientras promovía las visitas de relatores de la ONU, pero siempre con una agenda previamente pactada con el Gobierno.

La crisis del Rif (2016-2017) supuso un grado más en la represión: tras la detención de toda la cúpula del movimiento «Hirak», en su gran mayoría sin delitos violentos pero acusados de poner en peligro «la seguridad del Estado», la policía prohibió todo tipo de manifestación y extendió su persecución hasta las redes sociales, llegando a detener y juzgar a jóvenes por meros comentarios en Facebook, incluso a menores de edad.

Sin embargo, para la presidenta del Consejo Nacional de Derechos Humanos, Amina Bouayach, el país ha tomado «la opción en favor de los derechos humanos, que es irreversible y está consolidada en el plano legislativo y la creación de mecanismos institucionales». Según ella, los jueces nunca actúan contra la persona, sino en respuesta a unos hechos, y si hay leyes consideradas injustas, existen procedimientos para cambiarlas como en todo estado de derecho.

El balance del reinado de Mohamed VI se presta a análisis contradictorios. El Marruecos de 2019 ya poco se parece al que el rey heredó en 1999.

«Si el rey tuviera una visión a largo plazo –reflexiona el economista Fouad Abdelmoumni–, conllevaría aceptar compartir el poder y la riqueza, aceptar una verdadera alternancia en el poder, la separación del rey y la fortuna, el fin de la sacralidad del monarca y la revisión de dónde estamos invirtiendo toda nuestra sangre: en el costoso Sahara, la militarización y el cierre de las fronteras con Argelia. Pero las élites marroquíes son incapaces de ver más allá de sus narices», lamenta.

Escuchando al jefe de la patronal, es como si hablara de otro país: «Marruecos ha hecho muchas reformas fundamentales para adaptarse al mundo actual, un mundo abierto y globalizado donde son fundamentales el respeto a los derechos humanos y el papel de la mujer. El Marruecos de 2019 no es el del siglo pasado. Hemos cambiado por completo: ahora hay apertura, tolerancia y una lucha contra el extremismo, valores todos fundamentales en un mundo que se mueve».

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