La humanidad aún no comprendió la profundidad de la crisis que se avecina y el costo de la resurrección

En 1991 fundó y asumió como el primer presidente del Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo, con sede en Londres; recibió numerosos doctorados honoris causa y fue seleccionado entre los 100 intelectuales más relevantes del mundo repetidas veces. Jacques Attali es autor de más de 80 libros que se han traducido a 22 idiomas, también es un apasionado de la música y ha dirigido orquestas en París, Londres, Shanghai, Montreal y Jerusalén, entre otras ciudades. Desde su experiencia como economista augura un futuro oscuro y recomienda a los países entrar en una «economía de guerra».

Fotografías de GDA / La Nación / Argentina
Jacques Attali, miembro del Consejo de Estado de Francia

Jacques Attali habla rápido y es contundente.»Están muertos», dice en varios tramos de la entrevista. Alude a varios sectores de la economía global tal y como los conocimos antes de la pandemia, del turismo a la aeronáutica, entre otros, como así también es lapidario al trazar el panorama económico de los próximos años. ¿Forma de «V» o de logo de Nike para graficar cómo serían la caída y la eventual recuperación? No, corrige, será como «una silla». Abajo, dice, luego estancamiento y, después, más abajo.

Egresado entre los primeros de su promoción en las cuatro escuelas más importantes de Francia, fuente de consulta de todos los presidentes de su país desde los tiempos de François Mitterrand, miembro del Consejo de Estado de su país y mentor de Emmanuel Macron , Attali evita los rodeos. Carga incluso contra muchos de esos mismos políticos que lo llaman cuando las papas queman. Les reprocha que callan la verdad, ilusionados con que «algo» encarrilará la situación mundial. Pero, para él, deberíamos implementar una «economía de guerra». Sí, tal y como ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial.

Attali también habla de empresas «zombis» y de la oportunidad que desperdició el G-20 cuando se reunió en la Argentina . Pero no todo es lúgubre en el panorama que traza. Hay un amplio sector al que define como «economía de la vida», que augura que florecerá durante los próximos años. A esos, dice desde París, «les irá muy bien».

Dados su currículum y su experiencia, me tienta comenzar preguntándole si el impacto de esta pandemia confirmó sus ideas previas o, de algún modo, las modificó.

[Sonríe]. En algunos puntos reafirmó mis ideas y en otros las modificó. Lo que más me sorprendió es que fuera posible que más de 2500 millones de personas pasaran a trabajar a distancia, de la noche a la mañana. Sabía que el teletrabajo ocurriría, pero no estaba preparado para entender que sería tan rápido y bajo presión. Eso demuestra que la humanidad, bajo presión, puede cambiar muy rápido. También me sorprendió el hecho de que la humanidad comprendiera, bastante rápido, que estábamos ante un evento global, no algo local, y que cerrar las fronteras no ayudaría. Comprendimos que un problema en un lugar es un problema en todos lados. Pero en cuanto a la ceguera de los líderes, su tendencia a procrastinar, a demorarse en tomar decisiones y actuar, todo eso no me sorprendió.

Por lo que leí suyo de las últimas semanas, es muy crítico del individualismo exacerbado y, en términos de países, de la tendencia al aislacionismo que observó desde que irrumpió la pandemia. ¿Eso es lo que más le preocupa por estos días?

No. El hecho de que la humanidad aún no comprendió la profundidad de la crisis que se avecina y que será muy, muy profunda en términos de recesión, de desempleo, de miseria, del costo que insumirá la resurrección. Creo que aún no se comprendió realmente lo que ocurre. Quiero decir, todos los países de Occidente y muchos otros de diversas partes del mundo inyectaron tanto dinero en el mercado a través de sus bancos centrales que están «escondiendo» la realidad de la crisis. Eso permitirá «disfrazar» la crisis, en una primera etapa, posponer sus consecuencias y llevar a las personas a pensar que será de fácil solución, con la mera impresión de dinero, pero eso no es verdad.

El problema es que muchos políticos buscan cómo llegar hasta la próxima elección y confían en que después de las urnas se encontrará una solución. Pero eso es falso. Lo mismo pasa con la gente: prefiere creer que las fuerzas de la naturaleza o un mesías o Dios o cualquier otro tipo de salvador aportará una solución. No es así.

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Habiendo sido el primer presidente del Banco Europeo para la Reconstrucción y Desarrollo, usted sabe bien que si un funcionario expresa sus preocupaciones ante una crisis, puede asustar a los inversores y consumidores y agudizar esa misma crisis que busca remediar. Ambos conocemos muchos funcionarios que callan sus temores creyendo que deben alimentar las expectativas positivas.

[Asiente]. Eso es cierto y es exactamente lo que hizo el FMI [Fondo Monetario Internacional] desde que se lo creó y lo que está haciendo ahora: esconder el hecho de que la crisis es más grande y profunda de lo que parece. Usted está en lo correcto al decir que deberíamos evitar caer en la profecía autocumplida, es decir, en reforzar la crisis por anunciar la crisis. Pero incluso a puertas cerradas, en los palacios presidenciales, los funcionarios aún no han comprendido la gravedad de lo que afrontamos. Lo mismo que la industria automotriz, por ejemplo, aún no lo entendió, pero una enorme parte de ella está muerta. El sector aeronáutico tampoco lo comprendió, pero está muerto. Y muchas empresas son zombis y son financiadas como si fueran a sobrevivir. Hay empresas que incluso están organizando cursos y seminarios, y todavía encuentran forma de financiarse, ¡pero ya están muertas!

Deténgase allí. ¿Acaso los máximos referentes empresariales del mundo no «saben» lo que se avecina, siendo que los mejores economistas del mundo coinciden en que afrontaremos una recesión larga, con una recuperación muy paulatina, lejos de una forma de «V» y más con la forma del logo de Nike? Vamos.

-Bueno [sonríe]. Déjeme decirle que quizá no sea como la pipa de Nike, sino más bien con la forma de una silla [hace la forma con sus dedos]. Es decir, que la economía mundial caerá, luego se planchará durante un tiempo y luego volverá a caer.

Oh, no…

Oh, sí [risas]. Dependerá de cada sector, por supuesto. En algunos sectores, la evolución tendrá la forma de una silla, mientras que a otros les irá muy bien. A los sectores que llamo «la economía de la vida» -salud, educación, alimentación, mundo digital- les irá muy bien. Pero otros sectores serán más difíciles de gerenciar o ya están muertos. Por eso resulta difícil trazar una evaluación general y a escala global, además de que dependerá de cómo actúen los gobiernos y cuáles sean las políticas macroeconómicas que instrumenten. El problema es que muchos políticos buscan cómo llegar hasta la próxima elección y confían en que después de las urnas se encontrará una solución. Pero eso es falso. Lo mismo pasa con la gente: prefiere creer que las fuerzas de la naturaleza o un mesías o Dios o cualquier otro tipo de salvador aportará una solución. No es así.

Cero optimismo lo suyo.

Quisiera creer que con todo lo que estamos viviendo aprendimos la importancia de anticipar lo malo que puede ocurrirnos para evitarlo. Pero no es así. ¿Logramos evitar esta pandemia? ¡No! ¿Creamos las condiciones para evitar que nos golpee una segunda ola de la pandemia? ¡No! ¿Estamos listos para otra pandemia? ¡No! ¿Estamos preparándonos para la posible siguiente catástrofe que es el cambio climático? ¡No! ¡Aun si sabemos lo que se nos avecina, no hacemos demasiado hasta que lo peor nos ocurre! Los políticos, al igual que todos nosotros en nuestra vida privada, prefieren pensar que no hay problema para el que no haya una solución. Muchas veces es cierto. Pero, desafortunadamente, en muchas ocasiones no es así.

El panorama que traza explica por qué convocó a los líderes del mundo a actuar con una mentalidad de «economía de guerra», es decir, asumir un rol activo desde el Estado para coordinar las respuestas a la crisis, incluso imponiéndole al sector privado directrices de producción. ¿Qué respuestas cosechó?

¡Cero! [Risas, luego se pone muy serio]. Cero. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, hablar de una economía de guerra no está de moda. En Estados Unidos y en el Reino Unido, los dos países que demostraron ser los más eficientes cuando debieron adoptar ese abordaje, luego destruyeron al Estado con políticos muy liberales, muy promercado, y tienen una visión ideológica muy contraria al concepto de «economía de guerra», además de que ahora no tienen las herramientas estatales para instrumentarla ni saben cómo impartir órdenes a las empresas. En otros países, como Alemania o Japón o China , pueden hacerlo, pero en Alemania se mostraron muy reticentes porque trae recuerdos de su pasado nazi que prefieren evitar, lo mismo que en Japón. Y en China, podrían haberlo aplicado, pero no ayuda el hecho de que sea una dictadura, porque China desconfía de otros países y sus ciudadanos se temen entre ellos.

O sea que su planteo resulta inviable.

[Arquea las cejas]. Para instrumentar una economía de guerra necesita compartir una visión, compartir la decisión de sacrificar algo, pero si vive bajo una dictadura, miente, trampea, teme. desconfía. Y déjeme decirle algo más: por un momento pensé que Estados Unidos podía instrumentar algo parecido a una economía de guerra, hasta que leí sobre sus portaaviones llenos de marinos contagiados. Entonces comprendí que incluso los estadounidenses no estaban preparados para afrontar una pandemia.

Antes de seguir avanzando, pongamos algo en claro: ¿qué números maneja para la economía mundial de los próximos años?

[Sonríe]. Mi estimación es que la economía oscilará entre -8 y -12% a nivel global, con algunos países cayendo aún más. Y no creo que volvamos al casillero uno en términos de PBI hasta 2022 o 2023, aunque también debe sumar a la ecuación el tiempo perdido y que siempre es más fácil caer que subir. También dependerá de cómo maniobre cada país, claro. Y no será lo mismo para aquellos países centrados en los sectores que florecerán, como el digital, que aquellos que se enfoquen en tratar de mantener vivos sectores que morirán en vez de ayudar al surgimiento de nuevos sectores.

Déjeme desafiarlo, ¿hay alguna razón para la esperanza?

¡Sí! ¡Muchas! Está apareciendo muchísima tecnología nueva alrededor del mundo y está floreciendo esa «economía de la vida» que le mencioné antes, enfocada en los sectores de la economía más importantes para el futuro: salud, educación, higiene, alimentación, agricultura, cultura digital, entre otras. Y, además, soy optimista al pensar que cada vez más gente comprenderá que debemos enfocarnos en estos ejes, reclamará por más salud o educación y entenderá que se fabrican demasiado plástico, demasiados químicos, demasiado petróleo, demasiados automóviles. Creo que mucha gente comprende al fin que la «economía de vida» no solo es buena para su salud, sino para evitar el cambio climático. ¿Son ya mayoría estas personas? No. Pero van en aumento.

¿Podríamos decir, acaso, que estamos en medio de un inmenso experimento de «creación destructiva», en términos schumpeterianos?

Sí. Afortunadamente, muchos países intentaron evitar o paliar este proceso de «creación destructiva» colocando barreras para proteger a sus ciudadanos más desfavorecidos, lo cual es bueno, aunque también es cierto que colocar ese tipo de barreras puede ralentizar el proceso de innovación. Tomemos un ejemplo bien prosaico: la industria aeronáutica. Creo que está muerta. Lo que ahora se necesita es una enorme capacidad industrial centrada en proveer equipamientos electrónicos para la medicina, innovación tecnológica en el área sanitaria, biomimética y tanto más. En ese contexto, si nos concentramos en mantener viva la industria aeronáutica con subsidios, habrá un montón de ingenieros aeronáuticos que no tendrán nada para hacer, en vez de pedirles que se aboquen a producir equipamientos médicos, lo que sí resultaría en un verdadero ejemplo de creación destructiva en los términos de Schumpeter. Pero para eso se requiere una «economía de guerra» que los empuje a hacerlo. Y no veo a ningún gobierno dispuesto a hacerlo.

¿Hay alguna pregunta que no le planteé y le gustaría abordar?

[Carraspea, calla unos segundos]. Fui hace dos años a la Argentina para la cumbre del G-20 y creo que deberíamos abordar por qué todo lo que estamos afrontando ahora no se discutió en aquel momento. Pudo haberse discutido. Todo estaba dado para eso y si el G-20 hubiera tomado alguna decisión allá, en Buenos Aires, o al menos alertado que no estábamos preparados para afrontar una pandemia y planteado que debíamos aprestarnos mejor, quizá nos hubiéramos encontrado en una mejor situación cuando sí nos golpeó la pandemia. Esa debería una lección para el G-20, para prepararse seriamente en el futuro.

Veo difícil que eso ocurra. No lo creo.

[Sonríe]. Yo tampoco.

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