Louise Glück, la poesía de un mundo que se cae
Una mirada a la vida y obra de la poeta neoyorquina galardonada con el Premio Nobel de Literatura.
La poesía está de fiesta. No suele ser un motivo recurrente para celebrar, pero en estos días está de fiesta porque una de sus más destacadas exponentes ha ganado el Premio Nobel de Literatura. Louise Glück, poeta neoyorquina y heredera de la más genuina tradición de la poesía norteamericana, ha tenido que abandonar la discreción y sobriedad de sus días para convertirse en el centro de los reflectores y de los medios.
Una vez más la poesía es protagonista de las primeras planas de los diarios y es el tema principal de muchas conversaciones de los lectores en el mundo. La Academia de Letras de Suecia se ha pronunciado: Louise Glück gana el Nobel «por su inconfundible voz poética que con austera belleza universaliza la existencia individual». Una corta frase que define con exactitud una vocación y una trayectoria.
No aparecía en las quinielas de las casas de apuestas que cada año pronostican a los ganadores, ni en el favoritismo de contingencias mediáticas y editoriales, pero tampoco sorprendió a los lectores de poesía que venían reconociendo desde hace varias décadas la impronta de esta poeta en las letras contemporáneas. Y es que Louise Glück estaba siendo reconocida desde mediados de los años 80 con el favor y fervor de sus lectores, con los más importantes galardones literarios de los Estados Unidos y con la expansión de su obra poco a poco a otras lenguas y latitudes.
Cuando ella se presenta repite: «Soy Louise Glück. Glück se escribe con una ü con diéresis, y el apellido es de origen húngaro. Enseño y escribo poesía». Sus amigos la reconocen tímida, pero con un gran sentido del humor y manejo de la ironía en la privacidad. Dicen las fichas biográficas de sus diferentes libros que nació en Nueva York en 1943 y creció en Long Island. Asistió al Sarah Lawrence College y a la Universidad de Columbia. Fue la duodécima poeta laureada de los Estados Unidos entre 2003 y 2004 y su libro El lirio salvaje fue el ganador del prestigioso Premio Pulitzer en 1993. A este galardón se sumarían después otros reconocimientos como los premios Bollingen, el de la Academia de Poetas Americanos, varias becas Guggenheim, el Premio del Libro de Poesía de la revista New Yorker, el Premio William Carlos Williams y el Wallace Stevens, entre otros. En 2015 el presidente Barack Obama la condecoró con la Medalla Nacional de Humanidades. En ese momento su amigo, el también poeta laureado Robert Hass, dijo: «Su poesía es una de las más líricas, puras y consumadas que se escriben actualmente».
Charles Simic afirmó que «cuando peor están los Estados Unidos mejor está su poesía». Eso lo confirma el Premio Nobel a Louise Glück, que nos recuerda la vitalidad, el vigor de la poesía norteamericana actual y de su impacto en la cultura de hoy. La poesía de Glück extiende, por un lado, la tradición más conversacional y, por otro, la herencia más íntima y hermética logrando una expresión personal en la que las emociones crean analogías y relaciones con un mundo de lecturas de los clásicos y los mitos arquetípicos de Occidente.
Quizás por eso se puede afirmar qu e esta es una poesía que parte del camino que se desprende de Emily Dickinson y que continúan autoras como Marianne Moore, Elizabeth Bishop, Anne Sexton, Sylvia Plath, Adrianne Rich, Denise Levertov y, recientemente, Anne Carson, Sharon Olds, Carolyn Forché, Natasha Trethewey y Tracy Smith. Esto en vía contraria a la otra línea vitalista y épica que parte de Walt Whitman y que celebra el escenario de la ciudad y la vida americanas.
Si aquella es una poesía de la calle y el bullicio y que narra la fundación de una nación, la línea que hereda Glück es la del regreso a casa para nombrar desde la sencillez y la intimidad las preocupaciones universales del ser humano. Por eso su poesía se caracteriza por la precisión técnica, la sensibilidad y la comprensión de la soledad, las relaciones familiares, el divorcio y la muerte con guiños a los grandes clásicos de siempre cuyos mitos son reelaborados con precisión y claridad. Su oralidad y lenguaje conversacional permiten que el lector entre de una manera directa a un ámbito y unas atmósferas donde se construye un asunto universal desde la vida privada y los asuntos de entrecasa. En esta poesía hay un confinamiento y una exaltación. Se regresa a esa intimidad, al jardín interior en el que ocurren los asuntos verdaderos del día a día.
Su padre nunca cumplió el sueño de ser escritor y su madre luchó por asistir a Wellesley College antes de que se aceptara la educación universitaria para las mujeres. De muchas maneras, Louise cumplió ese destino frustrado de sus padres y, con el dolor y las heridas a consecuencia de la muerte de una hermana mayor y la crisis absoluta por su batalla contra la anorexia y años de psicoanálisis, se va consolidando una voz poética poderosa y honesta.
Esa anorexia que padeció siendo adolescente le permitió conocer a fondo la ruina humana y a través del psicoanálisis pudo traducir un mundo onírico en materia prima para la poesía. Ese estado entre el sueño y la vigilia es un lugar ideal para la revelación poética. Así la ciencia, la mitología, las tradiciones judías y los episodios bíblicos son recursos que permiten darles otro rostro al fracaso humano, la decadencia de las sociedades y las tragedias familiares.
Sus primeros libros abordan desapegos, separaciones, amores fallidos, familias disfuncionales y desesperación existencial, mientras que en su obra posterior cobran protagonismo la agonía del yo y la mirada escéptica del presente y del porvenir. El resultado es la tensión entre el poema confesional, íntimo, nervioso y la intensidad verbal, la conversación y lo doméstico. Un desayuno o una discusió n en la cocina pueden ser grandes temas si a través de ellos nos reflejamos todos como si la poesía fuera un espejo quebrado en mil pedazos donde intentamos reconstruir la memoria.
Con El triunfo de Aquiles (1985), su quinto libro publicado, logró un reconocimiento nacional de parte de la crítica, la academia y los circuitos culturales de su país. Allí compara la vida de su abuelo con la de José en Egipto, tal cual hace en Iris salvaje (1992), en el que usa la voz de uno de los profetas hebreos para traducirlos a una sensibilidad moderna.
Si bien cada uno de sus libros es diferente, hay ciertas temporalidades y tonos que los acercan. Iris salvaje es un libro lleno de asombro y profundamente lírico. Así mismo Praderas es un libro escrito en un momento en el que un matrimonio empezaba a deteriorarse y fracturarse irreversiblemente: «Mi vida me daba materiales que eran desoladores, y lo que sentía como artista era un imperativo para hacer comedia. Uno de los horrores del divorcio fue que seguía pensando que me iba a llevar décadas escribir mi libro, y sí me llevó un tiempo, porque estaba muy claro para mí que no tenía ningún deseo de escribir un libro lacerante sobre el divorcio».
Sin embargo, el libro terminó siendo una doble narración en la que se ensambla la disolución de un matrimonio contemporáneo con la historia de Odiseo y Penélope. «Mi amigo Robert Pinsky me dijo que faltaba Telémaco y me puso un ejercicio de tarea en un curso de escritura creativa. ‘¿Por qué no pruebas con Telémaco?’, me dijo. Y Telémaco termina siendo la figura principal de este libro. Me encanta Telémaco. Amo a este niño. Salvó mi libro, y los poemas de su voz fueron escritos muy rápidamente, en un período de unos diez días o dos semanas, en autobuses, hoteles y ascensores. Una vez que tuve el sonido de su voz, es decir, el sonido d e su mente, supe cómo terminar mi libro».
Una vida de pueblo, su más reciente libro publicado en español, nos devuelve la ruralidad de los Estados Unidos. Allí la vida transcurre en un tiempo más lento, los relojes avanzan a otro compás. Es el campo y su mirada desde las estaciones, la siembra y la cosecha y su relación inequívoca con la vida. Si en la ciudad la vida parecier a transcurrir a una velocidad y un vértigo intensos, la vida rural nos muestra lo profundo del corazón del país. Pero allí también se contempla la decadencia y deterioro. Ese país rural es el mismo que podría tener una banda sonora de música country, pero es también el país del racismo y los rencores perpetuos.
Lo femenino también es un tema central y neurálgico en su obra. Son muchas las figuras femeninas que protagonizan algunos de sus poemas, como la hija y la madre, y con ellas aparecen, nuevamente, las vecindades con el psicoanálisis, la filosofía y los arquetipos clásicos. A los grandes interrogantes sobre la maternidad y el cuerpo, Glück responde otra vez al poner a sus protagonistas de hoy en narrativas míticas y clásicas.
Su poesía se caracteriza por la precisión técnica, la sensibilidad y la comprensión de la soledad, las relaciones familiares, el divorcio y la muerte con guiños a los grandes clásicos de siempre cuyos mitos son reelaborados con precisión y claridad.
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Los temas sociales y políticos no son ajenos a Louise Glück. En 2004 publicó el extenso poema Octubre, en homenaje a las víctimas de los atentados del 11 de septiembre y que está incluido en el libro Averno: «Han cambiado tantas cosas. Pero eres afortunada: / arde en ti el ideal como una fiebre / o, más bien, como otro corazón. // Han cambiado las canciones, pero aún son bastante hermosas, la verdad. / Se han concentrado en un espacio más pequeño: el de la mente. /Se han vuelto oscuras de angustia y desolación. // Con todo, las notas se repiten. Flotan de un modo extraño. / Anticipan el silencio. / El oído se acostumbra a ellas. / El ojo se acostumbra a las desapariciones».
Al igual que los buenos poetas de siempre, Glück ha reflexionado sobre el oficio, la escritura y sus autores tutelares desde el ensayo y la crítica. Su libro Pruebas y teorías. Ensayos de poesía (1994) ganó el Premio PEN/Martha Albrand y se ha convertido en una referencia obligada en muchos departamentos de escritura creativa en universidades de los Estados Unidos. Se trata de un testimonio de su tránsito y reflexión en el quehacer poético. Varios de sus ensayos (Contra la sinceridad y La educación del poeta, en particular) se han hecho muy conocidos entre los poetas contemporáneos por sus argumentos contundentes sobre la verdad y la belleza.
En Narcisismo americano, otro de los célebres ensayos, habla de la verdadera herencia americana y del falso concepto de patria y de país heredado de los «Padres fundadores» y recurre a diferentes poetas, como Mark Strand y Jane Kenyon, para mencionar el humor, la modestia y el desapego como virtudes literarias que deberían ser comunes a los escritores de su país.
El libro también tiene algunos ensayos conmovedores como Sobre la venganza y Cuando era una niña, que dice: «Era enormemente sensible a los desaires; mi definición de desaires era tan amplia como profunda era mi sensibilidad. Mis fantasías requerían que mis adversarios permanecieran inmutables, estables, congelados en mi futuro infinito; la persona que pronto sería devastada por mi virtuosismo y profundidad espiritual debe ser idéntica a la persona que sostenía un objeto a punto de ser lanzado contra mí». Es un libro en el que, con gran rigor e implacables juicios, entrega con generosidad su credo poético y vital.
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Glück se toma la enseñanza muy en serio. Disfruta mucho las tutorías con los jóvenes y aprendices de escritores y estudiantes. Lo disfruta tanto como quedarse un fin de semana en casa acostada viendo televisión y series en Netflix. Ha visto todos los episodios de Breaking Bad y los comenta con sus pupilos, que con el tiempo se convierten, muchos de ellos, en sus confidentes, primeros lectores y posteriormente en sus editores. «Todavía siento que enseñar es lo más milagroso que he descubierto, porque no siempre puedo escribir. Pasan largos períodos y no escribo. Pero siempre puedo enseñar, y siempre encontraré gente que me fascine y que esté haciendo cosas nuevas, que tenga mentes abiertas, que vaya a lugares donde mi mente nunca ha ido».
En agosto de 1993, en el número ocho de la mítica revista Poesía, que fundaron y editaron en Medellín los poetas Elkin Restrepo, José Manuel Arango, Luis Fernando Macías y Male Correa, aparecieron, en traducciones de Arango, varios poemas de Louise Glück. Fueron publicados en aquella entrega, entre otros, los poemas Mensajeros, País de serpientes, Los manzanos, Todo es santo, Poema, El jardín y Lamentaciones. Así tradujo José Manuel Arango hace veintisiete años el conmovedor poema Los niños ahogados:»Ya ves, no tienen juicio. / Es natural entonces que se ahoguen. / Primero el hielo los atrapa. / Después, todo el invierno, sus bufandas / flotan, mientras se hunden, tras de ellos, / hasta que se quedan inmóviles. / Y el estanque los alza con sus muchos / oscuros brazos. / A ellos sin embargo debe serles la muerte / distinta, tan cercanos al origen. / Como si siempre hubieran sido / ciegos, livianos. Lo que sigue /es entonces como un sueño: la lámpara, / el mantel blanco que cubría la mesa, / sus cuerpos. / Oyen empero por sobre el estanque, / como señuelos, sus nombres: / Qué esperas, ven a casa, / a tu casa, perdida / en las aguas, azul y permanente».
Sin embargo, su gran divulgador en español ha sido el editor valenciano Manuel Borrás, quien ha venido insistiendo, con el afecto y la terquedad propia de quienes son fieles a sus gustos y convicciones, en la promoción de esta inmensa poeta en el ámbito hispánico. Ha publicado en Pre-Textos, en la mítica colección La Cruz del Sur, siete libros de esta gran poeta: El iris salvaje (2006), Ararat (2008), Averno (2011), Las siete edades (2011), Vita nova (2014), Praderas (2017) y Una vida de pueblo (2020). Pero, además, en un claro diálogo con las dos orillas del español, Borrás ha apostado por traductores de diferentes nacionalidades que han vertido la obra de Glück a nuestro idioma desde sus particularidades y matices. Así, la obra de la nueva premio nobel llega a través de las versiones de los españoles Abraham Gragera, Andrés Catalán y Ruth Miguel Franco, los argentinos Mariano Peyrou y Mirta Rosemberg, el peruano Eduardo Chirinos y el venezolano Adalber Salas Hernández.
Al recibir, el pasado 8 de octubre, la llamada de Adam Smith de la organización del Premio Nobel, la poeta respondió: «De verdad, necesito tomar un café. ¿Me puede esperar dos minutos?». Y cuando le preguntaron qué fue lo primero que se le vino a la cabeza con la noticia, Glück dijo: «Es la casa que estaba pensando comprar en Vermont y que ahora podré pagar». Teme quedarse sin amigos después de esto porque todos sus amigos son escritores. Un ejemplo de sencillez que recuerda a Wislawa Szymborska, quien, después de recibir el Nobel, seguía atendiendo a sus visitas con alitas de pollo precocidas de KFC y sopa de espárragos en sobre.
En 2016, el galardón lo ganó Bob Dylan. Muchos leyeron ese gesto de la academia como una toma de partido de antes de las elecciones en Estados Unidos. En este extraño año 2020, a un mes de unas nuevas elecciones, el premio regresa esta vez para una de las poetas favoritas de Obama y de los círculos intelectuales demócratas.
Quizás también regresa porque la poesía de Louise Glück establece desde una mirada lírica lo que Philip Roth había hecho desde la narrativa con su libro Pastoral americana, y directores como Sam Mendes o Destin Daniel Cretton hicieron con películas como Belleza americana y El castillo de cristal, respectivamente: establecer la poética de un mundo caído y fracturado en el que el fracaso de la familia y de la clase media americana son los puntos de partida de una distopía anticipada. Por eso, temas como la decepción, el rechazo, la traición y la muerte son comprendidos por cualquier lector gracias al lenguaje directo, coloquial y cercano con el que son tratados.
«Los poemas no perduran como objetos, sino como presencias. Cuando lees algo que merece recordarse, liberas una voz humana: devuelves al mundo un espíritu compañero. Yo leo poemas para escuchar esa voz. Escribo para hablar a aquellos a quienes he escuchado». Esta podría ser su breve ars poetica. De esa estirpe de la generosidad viene la poesía que este año ha merecido el reconocimiento más importante de la literatura. Una poesía que nos recuerda la esencia de nuestras vidas y de nuestros destinos.
Amante de las flores
En nuestra familia, todos aman las flores.
Por eso las tumbas nos parecen tan extrañas: sin flores, solo herméticas fincas de hierba con placas de granito en el centro: las inscripciones suaves, la leve hondura de las letras llena de mugre algunas veces… Para limpiarlas, hay que usar el pañuelo.
Pero en mi hermana, la cosa es distinta: una obsesión. Los domingos se sienta en el porche de mi madre a leer catálogos. Cada otoño, siembra bulbos junto a los escalones de ladrillo.
Cada primavera, espera las flores.
Nadie discute por los gastos. Se sobreentiende que es mi madre quien paga; después de todo, es su jardín y cada flor es para mi padre. Ambas ven la casa como su auténtica tumba.
No todo prospera en Long Island.
El verano es, a veces, muy caluroso, y a veces, un aguacero echa por tierra las flores.
Así murieron las amapolas, en un día tan sólo, eran tan frágiles… Del libro Ararat Traducción de Abraham Gragera López.
Pre-Textos, 2008
Lamium
Así se vive cuando tienes un corazón helado.
Como yo: entre sombras, arrastrándose sobre la roca fría, bajo las copas inmensas de los arces.
El sol apenas me alcanza.
A veces, al comenzar la primavera, lo veo elevarse a lo lejos.
Luego crecen las hojas sobre él, hasta cubrirlo todo.
Siento su brillo entre las hojas, vacilante, como quien golpea un vaso con una cuchara de metal.
No todos necesitan de la luz en igual medida. Algunos creamos nuestra propia luz: una hoja plateada como un sendero que nadie puede recorrer, un lago de plata poco profundo bajo la oscuridad de los arces.
Pero esto ya lo sabes.
Tú y aquellos que piensan que viven por la verdad, y, en consecuencia, aman todo lo que es frío.
De Iris salvaje Traducción de Eduardo Chirinos. Pre-Textos (2006)