Árbol de fuego

El camino de Masferrer

No era un problema de capacidad, sino que no encajaba en el sistema. Y tras su triste paso por las aulas, Masferrer hizo realidad el plan que pensó por años: simplemente huir.

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Periodista y comunicador institucional

Alberto Masferrer siempre será viejo. Esa es la imagen de él que ha llegado hasta nuestros días. Su estampa de un hombre de bigote frondoso, mirada triste y mayor de cincuenta años de edad. Esa imagen que está pintada en las fachadas de los centros escolares que llevan su nombre y aparece en algunas contraportadas de sus obras. Se reproduce su pinta de escritor sosegado y docente pulcro. Pareciera que Masferrer siempre fue viejo y hay pocas fotos divulgadas de sus años de intempestiva juventud.

Antes de ser Masferrer simplemente fue Alberto. Un niño que a sus trece años desafiaba a sus maestros y ya reportaba fugas de los internados de la ciudad de San Salvador donde su papá lo había inscrito. Primero del colegio de la educadora francesa Agustina Charvin y luego del colegio del maestro cubano Hildebrando Martí, como se retoma en un minucioso ensayo escrito sobre la vida del escritor por la brillante Matilde Elena López, y que recopila detalles sobre la accidentada infancia de Masferrer.

Opuesto a la rígida disciplina educativa, incluso se hirió en una de sus fugas. “Salté un tapial cuyos bordes se hallaban cubiertos de polvo y telarañas…y me destrocé la mano. Debajo de las telarañas había desgarrados y enconados vidrios, trozos de botella…fueron a un tiempo nueve heridas, de las cuales hubo que extraer puntas de vidrio, entre la sangre que salía impetuosa”, escribió Masferrer, años después, sobre el episodio de aquellos años en los que no se adaptaba al modelo educativo de la época.

Desesperado, su papá lo mandó a otro internado en Guatemala, al que ya asistían dos de sus hermanos mayores del lado paterno. Pero ocurrió lo mismo y el joven Vicente Alberto terminó sin graduarse de bachillerato. ¿Cómo ocurrió que uno de los hombres que se convertiría en un escritor de referencia del país no pudo terminar su educación media? No era un problema de capacidad, sino que no encajaba en el sistema. Y tras su triste paso por las aulas, Masferrer hizo realidad el plan que pensó por años: simplemente huir.

Pasó tres años en el camino, recorriendo diversos lugares de Honduras y Nicaragua. Para sobrevivir, hizo los oficios de buhonero, escribiente e, irónicamente, se inició en la docencia. Tanto en escuelas como en un presidio en la isla de Ometepe, en el lago de Nicaragua. En esos años, Masferrer aprendió a su manera y leyó mucho. “Pocas veces he visto un lector tan tremendo como Alberto”, escribiría, años después, Arturo Ambrogi sobre él. Pero más que estar encerrado en un internado, el joven Masferrer aprendió del mundo.

Encontró su propio camino al aprendizaje y avanzó como autodidacta. Después de su viaje por la región, regresó a El Salvador convertido en docente y ensayista de la cruel realidad centroamericana. “Busca ayuda aquí y allá, pero para el padre no es más que un muchacho soñador, que prefirió vagar en vez de estudiar”, escribió Matilde Elena López sobre su retorno al país. A Masferrer le tocó forjar su carrera a contracorriente, pero su juventud es un eco que resuena hasta nuestros días: en la vida hay otras formas de aprender.

Quizás nunca se había pensado tanto en la manera de enseñar/aprender como ahora, en medio de una pandemia como la del COVID-19. Una coyuntura que ha representando retos para maestros, alumnos, madres y padres. Desterrados de los centros escolares, ha habido una introspección sobre cómo enseñar y con qué herramientas hacerlo. Además de las siempre polémicas maneras de calificar. En medio de esta vorágine, el próximo 24 de julio de 2020 se cumplen 152 años del nacimiento de Alberto Masferrer, que más que una aburrida efeméride se piense un poco en los urgentes nuevos tipos de enseñanza.

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