El trabajo de las mujeres ante las ninfas de la laguna
Mientras viven, los lirios de la laguna de Metapán purifican el agua y sirven para que aniden los pájaros. Pero, muertos, asolvan, limitan la pesca y es necesario sacarlos. Una labor que cuesta miles de dólares en logística y cuyo trabajo de mano de obra lo ponen, casi en exclusiva, mujeres de las comunidades cercanas.
Rina Calderón ha vivido frente a la Laguna de Metapán por 16 años. Conoce bien a todos los vecinos de la comunidad El Zorrillal y, también, la laguna y sus alrededores. Y, por eso, es la actual presidenta de la Asociación de Desarrollo Comunal (ADESCO) de la zona. «En la comunidad tenemos 120 familias», dice. Familias, en su mayoría, de pescadores.
También es secretaria del comité del complejo lagunar Güija. La Laguna de Metapán forma parte de este complejo de 10,180 hectáreas de extensión que obtuvo la declaratoria de sitio RAMSAR, es decir, humedal de importancia internacional por proporcionar hábitat para aves acuáticas, el 16 de diciembre de 2010.
Y, aunque a escala internacional la laguna de 16 kilómetros cuadrados sea considerada como santuario natural, en El Salvador se le destina a la recepción de las aguas negras de toda la zona de Metapán. Estas aguas, explica Rina, potencian el crecimiento de ninfas. Las ninfas, o los lirios, como lo reconocen los vecinos de la zona, son una «bendición y una maldición», cuenta entre risas. La bendición está en que la planta se encarga de «purificar el agua» y que, además, permite que las aves migratorias, como algunas especies de garzas, aniden en su paso por la laguna.
Pero, cuenta que el lado oscuro del lirio aparece con el azolvamiento. «Es un término viejito, significa que la planta vieja se hunde y nos deja lodo, suciedad y hongos a la orilla», explica mientras camina con sus sandalias en la mano. Y esto, entonces, es lo que dificulta las tareas de pesca.
De la Laguna de Metapán dependen, aproximadamente, 500 familias repartidas en las más de 30 comunidades que están asentadas en los alrededores. En su mayoría, dependen de la pesca. En la comunidad El Zorrillal, los hombres se encargan de pescar, por la noche, lo que las mujeres van a cocinar al día siguiente. Ellas también se adentran en la laguna, pero para limpiar el exceso de lirio que no permite que las lanchas consigan el poco pescado que aún queda en aguas más profundas.
La extracción del lirio es una especie de ritual, dice Rina, que se realiza año con año desde el 2006. En seis meses, de diciembre a mayo, los vecinos dedican cuatro horas diarias a la tarea. Estos seis meses, explica Rina, suponen un costo aproximado de $90,000 solo en la gestión de transporte que mueve los restos de lirio a un terreno baldío cercano a la laguna para que ahí, en tres meses, el promontorio se convierta en tierra que luego pueden aprovechar para la siembra de algún cultivo de estación.
Dice que sí hay apoyo del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales (MARN), pero que este apoyo se reduce, únicamente, a lo logístico: es decir que la institución les brinda, en ocasiones, el transporte para retirar el lirio. No tienen, sin embargo, apoyo en la extracción o consejería de algún experto. En lo que lleva de gestión como presidenta de la ADESCO, nunca ha visto a nadie que no sea pescador o vecino de la zona extrayendo ninfas de la laguna. «Somos nosotros, sobre todo las mujeres, las que nos metemos en esto», dice.
En la comunidad El Zorrillal no falta ni deseo ni voluntad de limpiar, como pueden, la Laguna. Sí falta, confirma Rina, apoyo económico y gestión de la alcaldía de Metapán y del propio MARN. «No buscamos un salario, sabemos que no nos van a pagar por esto», dice. Señala que en el sitio RAMSAR no hay presencia ni de técnicos del MARN ni de guardarrecursos. «Nosotros somos los guardarrecursos de la zona», dice.
En tres años como secretaria de la ADESCO, Rina adquirió el conocimiento que le permitió formar parte del Comité de Reserva de Biósfera Transfronteriza Trifinio-Fraternidad, ser secretaria del Comité Trinacional de Áreas Protegidas y del Comité del Complejo Lagunar Güija. Todo esto, dice, sin que le falte tiempo para quitarse las sandalias y meterse a la laguna a extraer lirio con otros pescadores.
«El mayor problema es la falta de interés de las instituciones de gobierno y de las instituciones locales», asegura. Y, ante esta falta de interés, Rina Calderón decidió, tres años atrás, tomarse los asuntos de la laguna y de la comunidad por su propia cuenta.
Año con año, los vecinos extraen alrededor de 20,000 toneladas de lirio. Es una tarea, dice Rina, que no debe discriminar género, edad o condición física. «La lucha la vamos a seguir. Nosotros ya vamos de bajada, pero nuestros hijos vienen de subida», asegura, con el agua hasta la cintura y con los brazos cargados de ninfas en estado de descomposición. Estos hijos que son los que, junto a personas como Rina, se internan día con día a limpiar lo que el estado salvadoreño ha dejado en el olvido.
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