Deslave en Nejapa | Los que se aferran a una tierra imposible

Inés Flamenco fue una de las beneficiadas con una de las casas en Residencial Marsella. La regresó: no podía costearse la vida en la residencia ni trabajar.

A la casa de Inés Flamenco se llega por una vereda entre malezas y hojas secas. La casa de paredes de adobe que habitan ella, su hijo, y su nieto pequeño está en pie, dice, solo gracias al apoyo de una ONG que le brindó ayuda para levantar los muros. Una ventana estilo francesa resalta en un muro: este, que pareciera ser el único «lujo» de la casa, también fue donación de un plan de la misma ONG, cuenta la mujer.

El patio conquista gran parte del terreno. Ese que, según cuenta, ha habitado desde hace 74 años: «yo tengo de estar aquí los años que tengo de vida», dice con una sonrisa. Ese espacio abierto en el que una ternera, dos perros, varios pollos, gallinas y gatos merodean es, en realidad, la cima de un barranco: del otro lado de donde Inés está parada, al pie de la hondonada, corre una quebrada. Ahora, «gracias a Dios», está seca. Pero, en 2020, acabó con la vida de nueve vecinos de Inés.

«Fue una noche de terror», dice al recordar el deslave del 29 de octubre de 2020. Y la expresión de su rostro denota que el susto aún no pasa. Inés Flamenco reside, con su familia, en el caserío Los Angelitos I, en Nejapa. Ellos habitan en lo que quedó en pie luego del deslave que llegó del otro lado de la Carretera Panamericana, y que se llevó parte de la cocina de Inés y cinco chivos.

Inés sabe que vive en una zona de alto riesgo: la noche del deslave, perdió a dos de sus vecinos. Y también porque, del otro lado de la carretera, hay un rótulo que declara que la zona de Los Angelitos I y II es inhabitable. «Es que yo no tengo ningún otro lugar dónde ir», explica.

«Yo soy la que le dio el ramo de flores al señor Presidente», dice Inés Flamenco, con un tono tímido, como si contara un secreto muy profundo. Ella fue una de las afectadas por el deslave a quienes, en 2020, el Gobierno de Nayib Bukele otorgó residencias en Ciudad Marsella. La devolvió. No era para ella, dice.

«Allá no querían ni siquiera un gato», dice mientras acaricia a su ternera. «Yo vivo de la leche, de los huevos, de lo que me dan mis animalitos», explica mientras a su alrededor pasean perros, gallinas y pollos. «Ahí fue donde me impacté y decidí dejar la casa».

La decisión le acarreó comentarios agresivos en redes sociales. «La gente decía que después de darle flores al presidente, le había dado una patada atrás», narra.

El trabajo de campo, como Inés llama a las actividades que realiza para sostenerse económicamente, no permite pagar el costo de un lote. Ella y su familia, entonces, tienen que vivir aquí, a orillas de la quebrada. «Ya cuando nos digan que nos tenemos que ir, a saber qué vamos a hacer», dice.

Generic placeholder image
Séptimo Sentido

Séptimo Sentido les invita a que nos hagan llegar sus opiniones, críticas o sugerencias sobre cualquiera de los temas de la revista. Una selección de correos se publicará cada semana. Las cartas, en las que deberá constar quien es el autor, podrán ser editadas o abreviadas por razones de espacio o claridad.

ARTICULOS RELACIONADOS