Claribel, nuestra alegría

Nacida en Nicaragua y criada en El Salvador, Claribel Alegría es reconocida como una de las figuras más importantes de la literatura latinoamericana. La semana pasada fue galardonada con el premio Reina Sofía, el de mayor peso para la poesía escrita en español. En esta entrevista, Claribel habla, sobre todo, del amor, uno de sus temas predilectos, y de cómo, a los 93 años de edad, la poesía continúa ardiendo en su vida. También del clima político de su país natal.

Fotografías de Archivo
La entrega. Claribel viajó a España a mediados de noviembre para recibir el premio Reina Sofía. “El sexo del autor no tiene nada que ver con la calidad de su obra”, dijo en su discurso de aceptación.

Claribel Alegría contesta el teléfono desde su residencia en Managua, Nicaragua. Al otro lado, la casa parece un jardín henchido de pájaros. Sus cantos se enredan en su voz, vibrante y colorida como paisaje tropical.

La escritora nicaragüense-salvadoreña, que fue galardonada la semana pasada con el premio Reina Sofía de Poesía Hispanoamericana, evoca en sus palabras una imagen de vitalidad en medio del retiro, de esa soledad perfecta para escuchar con el más atento de los oídos el mensaje incesante que se forma del silencio.

El galardón, uno más de los que engrosan su lista, es el más importante de la poesía que se escribe en español. Se dice feliz y sorprendida por el reconocimiento, uno que llega justo una semana antes del inicio de Centroamérica Cuenta, el evento que reunirá en su ciudad a escritores de todas partes del mundo. A sus 93 años, sorprende que apenas pida, de cuando en cuando, que se suba el volumen de la voz ante una pregunta mal escuchada, en casi media hora de conversación.

En esta entrevista, Claribel habla, sobre todo, de uno de sus temas más queridos, de aquel al que considera la esencia de sí misma: el amor. El amor por su fallecido esposo, Darwin Flakoll (1923-1995); por la literatura en general y la literatura latinoamericana en particular, a la que se encargó de difundir más allá del idioma; del amor a sus amigos (los que están y los que ya no) y a las sorpresas que le están dando estos días, unos en los que se encuentra, en su casa henchida de pájaros, a la espera del silencio.

Vamos a iniciar la entrevista con un tema ajeno al premio Reina Sofía, pues sé que en estos días la han entrevistado decenas de veces alrededor de eso. Me imagino que está un poco cansada de ello. Así que el tema con el que iniciaremos es el amor.
Ay, sí, qué bueno, tiene toda la razón, es el mejor tema del mundo.

Su esposo, Darwin Flakoll (Bud), falleció en 1995. Su más reciente libro, “Amor sin fin”, está dedicado al amor y, por añadidura, a él. ¿Cuál es su relación con el recuerdo de Darwin?
Yo siempre digo que su ausencia es su presencia. Todos los días lo recuerdo. Todos los días su recuerdo está junto a mí.

Me han dicho que usted acostumbra llevar un retrato de Bud adonde sea que vaya…
Ah, sí, yo llevo siempre un medallón y dentro del medallón está un poquito de sus cenizas. Ese medallón yo nunca me lo quito.

¿Cómo fue esa relación donde confluían el amor con la colaboración literaria? Julio Cortázar incluso se refería a ustedes como Claribud.
Así es. Fue una relación muy estrecha, tuvimos mucha amistad mi marido y yo, trabajamos juntos. Hicimos libros testimoniales y una novela juntos. Él era mi crítico y mi traductor al inglés. Tradujo muchos de mis poemas al inglés. Así que fue una relación muy estrecha, demasiado, porque estuvo cimentada en la amistad. Éramos compinches, éramos cómplices.

¿Cómo era ese proceso de escribir libros a cuatro manos junto al amor de su vida?
Muy difícil, la novela que escribimos juntos, “Cenizas de Izalco”, donde se cuenta toda la masacre horrible que hubo en El Salvador en 1932, yo no quería escribirla, porque no tenía oficio como narradora, sino como poeta. Pero Carlos Fuentes insistía mucho, vivíamos en París: “Claribel, tú nos cuentas todo eso y nadie ha escrito sobre esa masacre, tienes que hacerlo, tienes que hacerlo”. Entonces Bud, que era periodista, me dijo “¿Y si lo hacemos a cuatro manos? Yo te ayudo”. Así lo hicimos, nos peleamos mucho. Él estaba mejor en algunas cosas y yo no. Nos tirábamos los platos a la cabeza. El libro casi no sale por eso. Pero un día los dos nos sentamos y dijimos: “Lo importante es que nazca el niño, nosotros somos los padres y no somos tan importantes como el niño que va a crecer”. Fuimos más tolerantes los dos. Él escribía en inglés y yo le traducía al español. Yo escribía en español, él me traducía al inglés. Así nació ese libro, pero fue muy difícil. Los libros de testimonio ya fueron más fáciles, porque ya no eran una novela. Yo entrevistaba por hablar mejor el español. Fue mucho más suave.

¿Por qué después de la muerte de Bud, a excepción de “Mágica tribu”, dejó de escribir libros de no ficción?
No sé, ya había escrito sobre El Salvador y Nicaragua, que son los dos países que más me importan, y ya no tenía nada que decir, al menos por esa vía.

Me han comentado que tras la muerte de Bud, realizó un viaje a Asia que duró, más o menos, un mes.
Así es, así es. Yo estaba desesperada. Fue la única vez que yo vislumbre el suicido. Pero entonces me dije: “Me voy para Asia, donde nadie me conoce, voy a visitar templos budistas, voy a meditar, voy a reflexionar”. Y entonces hice un viaje que lo venimos planificando ya con Julio Cortázar, su tercera esposa Carol, Bud y yo. Los otros tres ya estaban muertos. Así que decidí hacerlo yo solita. Me hizo mucho bien. Conocí Borobudur (el templo budista más grande del mundo), ese templo maravilloso que queda en (la isla de) Java. Me fui a los templos y medité. Regresé muy mejorada.

¿Qué otras cosas la ayudaron a comenzar a acostumbrarse a esa ausencia?
Eso y, sobre todo, la poesía. Yo pensaba que nunca más iba a escribir, pero sí, después de ese viaje me tranquilicé. La poesía vino a rescatarme y me sacó del todo de ese pozo terrible en el que yo me estaba hundiendo, el pozo de la tristeza.

¿Sin Bud Claribel no sería la mujer que es ahora, la mujer tan importante que es ahora?
No soy importante, jajaja. Pero es verdad, sin Bud no habría escrito muchas de las cosas que he escrito.
Una de las facetas menos conocidas en la carrera de Claribel Alegría es su labor como traductora y difusora de la literatura latinoamericana. Ella es la compiladora y traductora (junto a Darwin Flakoll) de la antología “New Voices of Hispanic America” (1962), en la que por primera ocasión se publicaron en inglés los trabajos de muchos de los escritores que, tiempo después, formarían parte del boom latinoamericano. La lista incluye a 41 autores en un trabajo que buscaba darle al lector norteamericano un panorama de lo nuevo que, como región, Latinoamérica tenía para ofrecer. Los géneros elegidos fueron la poesía y el cuento, por razones de espacio. Casi todos los países están representados, incluyendo El Salvador, con Hugo Lindo y Dora Guerra como bandera. Juan Rulfo, Julio Cortázar, Augusto Monterroso, José Donoso, Augusto Roa Bastos, Octavio Paz, Gonzalo Rojas, Cintio Vitier, Ernesto Cardenal son algunos de los nombres incluidos en la antología. “New Voices of Hispanic America” ha continuado reeditándose por editoriales en Estados Unidos. Algunas ediciones pueden encontrarse en Google Books y Amazon. Fue un proyecto innovador en su época, tomando en cuenta lo complicado que era que escritores latinoamericanos fueran leídos incluso en países vecinos de habla hispana.

Hablemos, ahora, de la antología “New Voices of Hispanic America”. ¿Cómo nace el proyecto?
Lo que sucedió es que estábamos viviendo en México y éramos muy amigos de Tito Monterroso, que nos presentó a grandes escritores, como Juan Rulfo, Juan José Arreola, Alí Chumacero y más. Y Bud leía todo eso, que estaba inédito. Te estoy hablando del año 1951. Bud me decía: “No es posible que ni en su propio país sean conocidos, y son grandes escritores”. Entonces a él se le ocurrió la idea de que hiciéramos una antología de poetas y narradores, pero de cuentos, no novela porque era muy largo, que habían nacido desde 1914. Esa fue la fecha que elegimos. Pedimos que nos mandaran libros, no manuscritos. Y, claro, nos llenamos de libros. Teníamos cuartos llenos de libros. Ese fue el primer trabajo que hicimos juntos, antes de “Cenizas de Izalco”. Nos fue muy bien, pero con un trabajo tremendo. Estuvimos trabajando en ello tres años. Estoy muy contenta. Fíjate, tú, que muchos de los que nosotros elegimos allí fueron después del boom (de la literatura latinoamericana), así que elegimos bien, jajaja.

Claribel Alegría, Escritora.

Entiendo que para este proceso también se movieron a Chile.
Sí, vivíamos en México, entonces conocíamos bastante la literatura mexicana y centroamericana, pero no conocíamos nada de la literatura, sobre todo de los jóvenes, en América del Sur. Entonces se nos ocurrió que lo mejor sería buscar un lugar en el sur para poder viajar por los países cercanos. Elegimos Chile. De allí viajamos a Uruguay, y allí conocimos a Mario Benedetti. Nos ayudó muchísimo, nos presentó a otros escritores, viajamos a Argentina. Así que fue por eso que elegimos Chile. Para estar en Suramérica.
¿Es cierto que el editor estadounidense dejó fuera de ella a Gabriel García Márquez por cuestiones de espacio?
Es verdad, porque habíamos elegido un cuento muy lindo de García Márquez, ahorita se me va el nombre, y entonces nos escribieron y nos dijeron, fijate qué tontos, nos dijeron que lo sentían en el alma, pero que el cuento era demasiado largo, que era casi una novela corta y que, por ese motivo, no iba a estar. Sí estuvo Julio Cortázar, Mario Benedetti. A través de esa antología conocimos a personas maravillosas que fueron nuestros amigos durante toda su vida.

Usted también fue la primera traductora del inglés Robert Graves al español.
Él me lo pidió. Robert Graves vino a mi casa, éramos muy amigos cuando vivíamos en Mallorca, y me dijo que le habían pedido sus poemas en español, porque él era más conocido en nuestra lengua como novelista, por novelas como “Yo, Claudio”, o como mitólogo. Entonces me dijo él: “Pero yo ya les dije que yo quería que fueras tú la que me tradujera”. Yo temblé, porque fue muy difícil. Pasé más de dos años trabajando. Bud me ha ayudado muchísimo, así que fuimos los dos, y después el mismo Robert, nosotros le leíamos las traducciones y él nos ayudaba. También Lucía, su hija.

¿Cómo fue el proceso para trabajar con un material poético como este, tan enciclopédico?
Yo traducía los poemas literalmente. Yo puse como condición que yo iba a elegir los poemas, porque había algunos que yo no me sentía capaz de traducir… los traducía literalmente. Después los leía en español y en inglés. Luego se los llevaba a Bud, quien hacía correcciones y me ayudaba. Así fue.

En una entrevista con esta revista hace siete años, decía que el único temor que tenía es que le diera un derrame cerebral y que quedara como un vegetal.
Sí, en dos ocasiones he estado muy mal, me dieron pequeños derrames. Pero ahora estoy muy bien, solo esperando el momento en que me toque partir. Y después de esas dos experiencias, eso ya no forma parte de mí, digámoslo así, catálogo de temores.

El Salvador la reclama como una de sus escritoras más importantes. Nicaragua la reclama como una de sus grandes escritoras.
Soy muy dichosa, porque tengo patria y matria. Mi patria es El Salvador; mi matria, Nicaragua. Así de simple. Pero también podría decir que soy ciudadana del mundo. En todos lados me han recibido con los brazos abiertos.

Alguien dijo alguna vez que usted es una mujer con muy buena estrella. ¿Es cierto?
Sí, he tenido muchísima suerte. El factor suerte ha influido mucho en todos los reconocimientos que se me han dado.

Su primer encuentro con la poesía fue gracias a “Cartas a un joven poeta”, de Rainer Maria Rilke. A los 93 años, ¿todavía tiene esa vocación, siente que no puede vivir sin escribir?
Así es, no le encuentro sentido a la vida si no la puedo decir en un poema, todavía a mis 93 años. Leí ese libro a los 14 años, dos veces en una noche, sabrá usted que es muy corto. Pensé y reflexioné y llegué a esa temprana edad a la conclusión de que mi gran vocación, mi gran pasión era la poesía, y que iba a ser poeta.

¿En alguna época ha mermado esa vocación?
No, nunca. La poesía siempre estuvo presente. Eso sí lo afirmo. He tenido una vocación y la he seguido; y la seguiré hasta que muera.

Estamos en 2017 y Daniel Ortega parece ser un dictador en toda regla, algo que usted temía que pasara hace siete años cuando estaba a punto de reelegirse por primera vez. ¿Qué piensa de esta situación?
Estoy bastante desencantada. Pero mejor hablemos de poesía.

Quisiera que me hablara del caso concreto de su amigo Ernesto Cardenal, a quien lo condenaron a pagar $800,000 a una exsocia, presuntamente de manera injustificada, por el tema de un terreno (un juez decidió anular la sentencia, por lo que Cardenal tiene posibilidades de apelar).
Ernesto es uno de mis mejores amigos. Yo estoy indignada de cómo lo acosan con eso de “Solentiname”. Eso ya debería parar. Es un acoso innecesario. Pienso que Ernesto, además de ser un gran poeta, es un gran hombre, de una honradez enorme.

Las dictaduras marcaron una época, ¿qué piensa de gobernantes que repiten las viejas prácticas de perpetuarse en el poder?
Yo no estoy de acuerdo con ese tipo de acciones. Y sí, la de Nicaragua es una dictadura con todas sus letras.

¿Qué le hacen las dictaduras a una región como la América Latina del siglo XXI?
Representan, claramente, un retroceso. Una traición a la lucha de todos aquellos que querían una realidad mejor, más libre, para todos. A mí no me han molestado todavía, y a esta edad ya no tengo ganas de que eso ocurra. Afortunadamente, sí puedo decir lo que pienso.

¿Qué significa un premio con tanta importancia en el ámbito latinoamericano como el Reina Sofía, sobre todo cuando se tienen 93 años?
Estoy impresionada y muy feliz. Ha sido otro golpe de suerte. No me esperaba que pasara ahora. Creo que es algo que una nunca espera.

De todos los premios que ha recibido a lo largo de su vida, ¿cuál cree que es el más importante?
Ay no, no sé, es que hay muchos. Pero quizá el más prestigioso sea este. Sin embargo, si hay que elegir uno, diría que el primer premio. Me lo dieron en Cuba, Casa de las Américas, fue el que me lanzó al extranjero. Y el premio Neustadt, que me lo dieron en Estados Unidos en 2006, que es importantísimo, sobre todo para el habla española.
Claribel Alegría fue la primera mujer en recibir el Neustadt International Prize for Literature, el más importante entregado en Estados Unidos para escritores no nacidos en ese país. Después de ella, dos mujeres más han logrado llevarse el galardón, la neozelandesa Patricia Grace y la croata Dubravka Ugrešic. A menudo, el premio es comparado en peso con el Nobel de Literatura. Solo otros tres escritores hispanoamericanos han sido premiados con el Neustadt en 47 años de historia: Octavio Paz, Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis.

En una reciente entrevista para la agencia Efe, dijo que el Reina Sofía coronaba su carrera. ¿Pero cuál es el libro que coronó su carrera, por el cual le gustaría ser recordada?
A lo mejor el último, “Amor sin fin”. No estoy segura. Mis hijos me dicen que hay muchos, que hay tres o cuatro que me representan. Pero para mí es ese y “Saudade”. Es un libro que yo escribí después de muerto mi marido, me importa mucho, y como le digo, fue el momento en el que la poesía me sacó de ese pozo de tristeza. El amor, creo yo, es lo que mejor me representa, el perfume donde está contenida mi esencia.

Usted dijo que se retiraba, que ya no iba a volver a publicar más. A pesar del premio, ¿sigue siendo así?
Sí. No creo que haya en el futuro novedades literarias mías, estoy escribiendo poemitas, pero ya tengo 93 años, ¿te das cuenta? Y no quiero publicar chochadas.

¿Lo que pasa con los premios importantes como el Reina Sofía es que a su receptor se le abren, todavía más, las puertas del mundo editorial, que está ávido de publicar nuevas cosas.
Como te digo, prefiero que “Amor sin fin” sea mi último libro. Estoy en una edad en la que estoy esperando el silencio, la gran llamada hacia lo desconocido.

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