«Yo tenía que compartir el instrumento con otros 20 violinistas»

Nació el 26 de enero de 1981, en Barquisimeto, Venezuela. Gustavo Dudamel se formó en el Sistema de Orquestas Juveniles de Venezuela que dirigió después en diferentes lugares del mundo. Hoy es el director de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles y de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, de Venezuela. En enero de 2017, se convirtió en el maestro más joven en dirigir el legendario concierto de Año Nuevo al frente de la Orquesta Filarmónica de Viena. Actualmente está de gira por Asia con la Filarmónica de Berlín.

Fotografías de Agencias
Dirigiendo la orquesta

El director de orquesta venezolano Gustavo Dudamel tiene muy presente en todo momento sus orígenes, a pesar de su fama internacional y de haber logrado uno de sus sueños: dirigir la Filarmónica de Berlín, con la que actualmente está de gira por Asia.

En esta entrevista, habla de las diferencias entre las orquestas, la importancia de acercar la música clásica a los jóvenes, su pasión por romper barreras, los problemas actuales de su país y del Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela, donde se formó.

¿Qué significa para usted dirigir la Filarmónica de Berlin?
Un sueño hecho realidad. Conversaba el otro día con un amigo y le decía que para mí, ha sido lo más natural del mundo. Yo nunca me he presionado para lograrlo. Pero mi primer sueño musical está relacionado con esta orquesta. Me acuerdo que iba a los conciertos en Barquisimeto de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Lara y me sentaba en la primera fila del Teatro Juárez, un teatro de principios del siglo XX. Y ya entonces soñaba con estar aquí, en Berlín.

¿Se tiene que pellizcar a veces?
Sí, porque uno no debe perder la inocencia. Cuando pierdes la inocencia, todo se vuelve rutinario.

Usted es el director musical de la Filarmónica de Los Ángeles. ¿Puede definir en qué se diferencia una orquesta norteamericana de una europea?
Dudamel: Con Los Ángeles, donde ya dirijo desde hace 10 años, hemos construido un discurso sonoro juntos. Es una orquesta maravillosa, a la que dirigieron desde Zubin Mehta hasta el gran Otto Klemperer. Pero cuando llegas a una orquesta como invitado, como es el caso de Berlín, llegas como el invitado a una casa. Si es tu casa, tratas de disfrutarlo. Así es con una orquesta. Toda orquesta tiene una tradición, un sonido, una forma de tocar que tú, antes de imponer algo, tienes que escuchar. Es como bailar: vas enseñando y aprendiendo un poco el movimiento de tu pareja y te vas adaptando. O como manejar un coche: no es lo mismo manejar un Ferrari que un Aston Martin. Son dos carros rápidos pero los dos son muy distintos.

¿Ya manejó uno?
Alguna vez, por diversión. Me encantan los coches, desde que era niño, por la tecnología. Pero volviendo al tema, no puedo hacer sonar a la Filarmónica de Los Ángeles como la Filarmónica de Berlín.

Llegó a Los Ángeles con un proyecto de aproximación a la comunidad, sobre todo latina, de la ciudad.
Sí. La primera propuesta fue crear una orquesta con niños. La Filarmónica de Los Ángeles tiene que participar en moldear el futuro de la sociedad. Yo provengo de una iniciativa similar, pero de mucha más larga data: el Sistema de Coros y Orquestas juveniles de Venezuela, creado por el maestro José Antonio Abreu. La filarmónica asumió la propuesta inmediatamente. Y en estos 10 años que existe YOLA, la orquesta juvenil, ya vamos por el séptimo centro. Ahora el arquitecto Frank Gehry esta diseñando un centro en Inglewood, una zona de escasos recursos, complicada, dónde hay un banco que se reestructuró y se va a convertir en un escenario y en un espacio musical.

Su figura hasta hoy, con sus 38 años, está asociada a la juventud….
A pesar de las canas que me están saliendo.

¿Cuál es la importancia de ganar un público nuevo, más joven?
Es fundamental, y eso no es una fantasía, sino una realidad con mucha base. Yo crecí en un proyecto así, el sistema, y por eso sé que funciona. El objetivo no es que esos niños luego sean músicos profesionales, sino que tengan un aprendizaje musical. Algunos después deciden ser músicos, otros no. De los compañeros de mi generación, han salido ingenieros, emprendedores, médicos. Pero nunca dejan de estar en contacto con la orquesta y nunca dejan de escuchar conciertos. De esta forma han aprendido a desarrollarse como espectadores y atraen a su vez a gente que no tiene nada que ver con la música. Por eso no podemos quedarnos sentados en un trono. Tenemos que ir hacia la gente y hacer entender lo que hacemos. Porque tampoco es llegar y tocar, sino mostrar la posibilidad transformadora que tiene la música.

En los ensayos para el show del Super Bowl en 2016, actuamos con Beyoncé, Bruno Mars y Chris Martin de Coldplay. Ensayamos cada detalle, cada movimiento, el sonido. Es un trabajo y eso se respeta. Por eso yo no pongo muros entre la música, el arte. Incluso hay un video de la Filarmónica de Berlín tocando con los Scorpions. Todo eso crea un puente hacia un público que no está acostumbrado a escuchar música clásica. Hay una frase de Miguel de Unamuno: “La libertad que hay que darle al pueblo es la cultura”.

A diferencia de Europa, en Estados Unidos las orquestas no tienen problemas en trabajar con músicos pop.
No, y está bien que así sea. Estas superestrellas, en algunos casos verdaderas leyendas, son artistas maravillosos. No te imaginas el nivel de perfección en los ensayos, cómo aprecian cada detalle. En los ensayos para el show del Super Bowl en 2016, actuamos con Beyoncé, Bruno Mars y Chris Martin de Coldplay. Ensayamos cada detalle, cada movimiento, el sonido. Es un trabajo y eso se respeta. Por eso yo no pongo muros entre la música, el arte. Incluso hay un video de la Filarmónica de Berlín tocando con los Scorpions. Todo eso crea un puente hacia un público que no está acostumbrado a escuchar música clásica. Hay una frase de Miguel de Unamuno: “La libertad que hay que darle al pueblo es la cultura”.

¿Es una experiencia que llevó de Venezuela a Los Ángeles?
Sí, la de romper barreras. Cuando comencé a dirigir en Los Ángeles, nos embarcamos en proyectos maravillosos. Nunca me hubiera imaginado hacer una ópera con Frank Gehry, pero así fue. Me ayudó a que hiciéramos la trilogía de las óperas de Mozart con los libretos de Da Ponte con tres arquitectos: Jean Nouvel, que hizo “Las bodas de Fígaro”, Zaha Hadid, que hizo “Cosi Fan Tutte” y Gehry con “Don Juan”. Ahora acabo de hacer con el coreógrafo Benjamin Millepied, el esposo de Natalie Portman, una versión de “Romeo y Julieta” con una filmación en vivo de ciertas partes del ballet. Todo lo que estaba sucediendo alrededor del hall aparecía en una pantalla en el escenario simultáneamente con la danza.

¿En qué situación está el Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela?
El sistema sigue adelante a pesar de la complejísima situación que estamos viviendo en Venezuela -económica, social, espiritual. Hoy es un emblema de esperanza. Esto no lo digo como una frase hecha, porque a pesar de todo, el sistema no se ha detenido. Estamos viviendo un momento muy complejo debido a la salida de muchos talentos del país. Pero de alguna manera también, a pesar de la compleja situación, de lo difícil que puede ser para un músico, para cualquier tipo de profesional, salir del país, veo muchos de ellos en todo el mundo y no pierdo la fe en que volverán y que se están enriqueciendo y están siempre en contacto con sus compañeros en Venezuela.

¿Es decir que el sistema tendrá en el futuro un papel que ahora ya no puede tener?
Mientras haya un niño en los núcleos, el Sistema está vivo. Un solo niño, un maestro. Aun hoy, en la situación actual, eso genera un efecto multiplicador. El sistema se ha hecho de adversidades. Cuando el maestro (José Antonio) Abreu lo creó, nadie creía en él. Le costó muchísimo abrirse camino. Cuando estaba en Barquisimeto, no teníamos un sitio dónde tocar, no había instrumentos. Yo tenía que compartir el instrumento con otros 20 violinistas, uno tocaba una hora, después el otro. Nos decían “la orquesta de los sin techo”. Y a pesar de todas las crisis que hemos estado viviendo en los ochenta, en los noventa, todavía estamos.

Gustavo Dudamel. Director de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles

¿Es una situación terminal?
El filósofo francés (Jean-Jacques) Rousseau le preguntaba a Dios en “Las confesiones” por qué le había hecho pasar tantas situaciones adversas. La respuesta: te he hecho débil para caer en el hueco, porque te he hecho lo suficientemente fuerte para salir de él. Yo podría hablarte de todo lo terrible que está sucediendo en mi país, que es triste y doloroso. Cada vez que veo salir a un joven, me duele. Cuando veo que la gente no tiene la posibilidad de comprar los bienes básicos, me duele, también porque allá vive mi familia, de la que nunca me he desconectado. Pero al mismo tiempo debemos seguir luchando porque al final del túnel hay una luz, y esa luz significa unión. Porque la polarización ha calado hondo hasta en las mismas familias.

Para que la unión suceda, ¿Nicolás Maduro deberá dejar el poder?
Yo creo que el pueblo es sabio y sabrá decidir cuál es su futuro. El problema es hoy la sobrepolitización, y de eso tenemos que proteger a nuestros niños. No podemos enfermarlos con esta diatriba política y esta pelea permanente de que si tú eres culpable. Cada uno tiene que asumir su responsabilidad y su culpa. Nosotros, desde las pequeñas posiciones en que estamos, tenemos que construir el país.

¿Pero existe hoy ese margen en Venezuela?
Absolutamente. Creo que ahora es el momento. Pero los tiempos de un país son distintos a los tiempos de un individuo. Nosotros podemos desesperarnos, pero un país necesita mucho tiempo para transformarse. Basta con ver lo que vivió Alemania: dos guerras mundiales, regímenes dictatoriales, un muro que los separó. Tantos años de sufrimiento y tantas equivocaciones. Nosotros también hemos sido muy golpeados, también por nosotros mismos, por no tener la disciplina suficiente. Pero no es momento de achacarnos culpa. Es el momento para que cada quien asuma la responsabilidad que tiene.

¿Se siente como protector del sistema desde el exterior?
Completamente. Yo soy un papá.

¿Y esa posición también le ha llevado a mantenerle en silencio durante mucho tiempo?
Pero es que yo nunca he estado en silencio. La gente sabe solo el 0.1 % del trabajo que hago. Yo muchas veces he estado en Venezuela y nadie sabe que estoy ahí. Viajamos por el país viendo cómo están los núcleos, pero yo no hago alarde de eso o me tomo una selfie. He estado metido en sótanos viendo ensayos de orquestas, nunca en la sala grande; me he reunido con los muchachos, estoy en contacto con ellos a través de Skype…

¿Cuál es su papel como ciudadano de Venezuela?
Mi papel es de unir y no dividir. Porque para mí, es muy difícil tener un público que está completamente dividido y yo dividirlo más. Mi función es que el publico sienta que cuando está escuchando música, se está uniendo. Habrá otros que hacen discursos políticos, pero esa no es mi función. El resto es trabajar, no por un lado o por un color, sino por toda Venezuela.

¿Cuál es la base de su optimismo?
Cuando me pasan los videos de todo lo que está sucediendo en Venezuela y veo toda la cacofonía que se vive, y al mismo tiempo veo niños en un curso de oboe -ahora vas a pensar que estoy loco-, es que eso es lo que brinda esperanza, tal cual lo concibió el maestro Abreu con el sistema. Por eso tengo fe en que vendrá el momento en que Venezuela se desarrolle, porque ahora estamos en el hueco, pero nos han hecho lo suficientemente fuertes para salir de él.

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