El fuego de Hestia

«Un grito de esperanza»

El teatro les facilitó conectar, de una forma saludable y terapéutica, con el dolor profundo, producto de sus historias de violencia.

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Life Coach en Comunicación Intuitiva

En El Salvador es fácil perder la esperanza. Cada día somos testigos, desde hace demasiados años, de los malabares realizados por políticos corruptos que han saqueado al Estado y se han robado buena parte del futuro de los salvadoreños impidiendo la inversión en educación, salud e innovación. A ese circo grotesco se suma el manoseo peligroso de las fuerzas de Seguridad del actual Gobierno, que solo trae al presente los ecos del autoritarismo que ha dirigido los destinos de este país por siglos.

La corrupción, la impunidad y el autoritarismo tienen una influencia directa en la violencia que se ejerce en contra de niñas, niños y mujeres en un país en el que las cifras de abuso físico y sexual son tan altas que se consideran una «epidemia». Y esas estadísticas no están completas porque sabemos que las agresiones están presentes en todos los niveles socioeconómicos. Control a través del dinero, palabras hirientes, golpes y violación son algunas formas de la crueldad que se ejerce contra las mujeres día con día.

Las estadísticas asustan, pero no tanto como las historias personales de muchas mujeres que han conocido todas las formas de violencia posibles, incluso desde el vientre materno. Ellas nacieron y muy pronto se convirtieron en madres, perpetuando el ciclo de víctima y victimaria, repitiendo esas prácticas crueles que observaron y sufrieron en carne propia desde pequeñas y que, lamentablemente, son las únicas maneras que conocen para relacionarse con ellas mismas y con sus hijas e hijos.

En ese contexto apareció, en 2011, como una brisa fresca el grupo de teatro La Cachada, una compañía compuesta por vendedoras informales y dirigida por Egly Larreynaga, que sirvió de inspiración para que la cineasta Marlén Viñayo rodara un documental donde retrata parte de la dura vida de sus integrantes: Ruth, Wendy, Magda, Chileno y Magaly.

En la cinta de 81 minutos de duración, esas mujeres no solo presentan sus historias de violencia, sino que demuestran que es posible realizar un viaje de retorno a la sanidad a través de su arte.

El teatro les facilitó conectar, de una forma saludable y terapéutica, con el dolor profundo, producto de sus historias de violencia. En el documental somos testigos de cómo, en cada ensayo, las protagonistas observan y experimentan sus emociones a través del recuerdo de dolorosos sucesos que marcaron para siempre sus vidas: los golpes de un padre y un esposo, la violación y el parir un hijo producto de esa violencia, el estrés de un trabajo extenuante en las calles de San Salvador y la sobrecarga del cuido de múltiples hijos sin una figura masculina que asuma también la parte que le corresponde.

Es a través de esta observación aguda, llena de rabia, dolor y liberación, que dan sentido a sus historias y, además, entienden que el ciclo de violencia puede detenerse a partir de esa profundización, en la que conectan con sus sentimientos más reprimidos y que cargan listos para explotar a la menor provocación. Es desde ese espacio oscuro que consiguen escribir un nuevo libreto para ellas y sus familias; en un proceso difícil en el que «…se descubren a sí mismas como víctimas y victimarias» señala Egly.

Presenciamos en el documental cómo el arte y las conversaciones honestas y transparentes, aunque no por eso fáciles, son la entrada a un espacio donde es posible sanar las heridas emocionales y espirituales de las actrices. Y además nos muestra cómo en un país extremadamente violento y misógino, con las niñas y las mujeres, contar esas historias es relevante y sanador. Egly escribe, en el sitio web de La Cachada, que esas historias nos permiten hablar de «…miles de mujeres salvadoreñas que por lo general no tienen voz».

Sin duda, La Cachada es un rayo de luz porque como atestigua Egly «…cinco mujeres se han convertido en un grito de esperanza. Han demostrado que se puede interrumpir un ciclo de violencia…han pateado fuerte las tablas y reclamado el derecho de contar su historia».

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