Rumbos confluidos

Prioridades

Es una pena que las iglesias, con todo el poder e influencia que tienen, no tengan el valor que tuvo el Jesús que predican para señalar lo que de verdad le hace mal a nuestra sociedad.

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Periodista salvadoreño radicado en Hyattsville, Maryland.

La espiritualidad es una necesidad humana. Crea o no en un ser superior, el hombre necesita arraigarse de dogmas que le den sentido a su vida. De ahí que desde el origen de la civilización se haya buscado rendir adoración a uno o varios seres dioses; o que, ante los problemas que tenemos los contemporáneos, sea recurrente buscar refugio y ayuda en lugares que prometen religarnos con el Creador. Nuestro país, aunque parezca paradójico porque es un cómodo y holgado nido para la violencia y la corrupción, vive mucho su espiritualidad a través de la religión.

El nuestro es un territorio predominantemente cristiano —bastante polarizado por evangélicos y católicos— en el que se encuentran tantas iglesias y ermitas como tiendas. Y que haya suficiente libertad de religión es una verdadera fortuna para quienes dedican su vida al servicio de sus respectivas creencias. En El Salvador, cualquiera puede hacer una vigilia al aire libre sin temor a ser castigado. Nadie es reprendido por hacer procesiones, campañas evangelizadoras o acciones de caridad. Ser creyente es sinónimo de “ser bueno”, y llevar una biblia en la mano es una forma ideal de ganar simpatía y afinidad por casi todo salvadoreño promedio.

Creer es un derecho que no debería llegar hasta la frontera del fanatismo. Cuando supe de esa iniciativa legal para cambiar el nombre de la Puerta del Diablo solo se me vino a la mente ese concepto. Pensé que solo era un chiste, pero al darme cuenta que esa idea está siendo respaldada por representantes legislativos me convencí de lo pésimos que podemos ser los salvadoreños para ordenar nuestra lista de prioridades. Cambiar el nombre de un lugar histórico, solo porque hace alusión al “mal”, más que iniciativa religiosa parece una rabieta caprichosa de niño malcriado. Aunque sería maravilloso que al rebautizar esas piedras como Puerta de Jesús se detuvieran esos hasta 80 homicidios cada 72 horas, eso es tan irreal como la honestidad de la mayoría (porque quiero creer que a lo mejor hay algún par íntegro) de nuestros funcionarios de ayer y hoy.

Es una pena que las iglesias, con todo el poder e influencia que tienen, no tengan el valor que tuvo el Jesús que predican para señalar lo que de verdad le hace mal a nuestra sociedad. Es una lástima que todo ese poder —basta con recordar cuando renegaron de la iniciativa de fomentar una educación sexual integral en las escuelas, hasta que la detuvieron—, se malgaste en iniciativas tan sin sentido. Iniciativas que, como digno carroñero, más de alguno con ansias de poder y simpatía de la gente está aprovechando para legitimarse como “bueno” y hacedor de la voluntad de Dios. Porque ahora que se acercan las elecciones, nuestros excelsos candidatos tienen que hacer lo que sea necesario para afianzar ese puestecito lleno de tantos beneficios y de oportunidades de (enrique)crecimiento. Visitar cultos y misas, así como posar para las fotos con la actitud más nívea que se tenga, siempre ha sido una carta infalible para ganar votos.

Ordenemos nuestras prioridades. Para poder ver al menos una pizca de progreso en la situación del país hay que comenzar por remover, más que nombres diabólicos, a todo el que esté al frente y que incumple su deber. No podemos resignarnos en pensar que todo el que llega al poder es por la voluntad de Dios. Ya va siendo hora de que le recordemos a nuestros gobernantes, del color que sean, que así como los votamos los podemos botar.

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