Rumbos confluidos

Raíces en la lengua

En la comunidad se ondea la idea de que hablar inglés en público da “prestigio”. Es una preconcepción bajo la lógica: el idioma es la entrada a este entorno social.

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No ha nacido en El Salvador, pero es salvadoreña. Mi hija pertenece, junto con sus primos también alumbrados en este territorio norteño, a una segunda generación de migrantes centroamericanos. Y aunque en su pasaporte primario figure un águila calva en lugar de un triángulo equilátero con cinco volcanes, es y será siempre hispano-salvadoreña.

A lo mejor le parezca que estas afirmaciones rayan en la obviedad, pero la identidad cultural de los latinos nacidos en Estados Unidos es difusa. Por eso es importante que tengan una conexión con sus raíces. Ser conscientes de los orígenes nunca debe ser un factor infravalorado. Los doctores que atendieron a mi pequeña cuando nació, hace casi un mes, lo reconocieron; por eso nos recomendaron que la hiciéramos una hablante competente del español. En casa lo habíamos fijado como dogma desde que nos confirmamos su padres –es inapelable que debe ser una hispanohablante nativa–, pero esa invitación nos hizo reparar en la búsqueda de muchos connacionales, y otros provenientes de países vecinos, por encajar en esta sociedad a través del idioma.

Es comprensible que muchos padres hispanos prefieran hablar con sus hijos desde un principio en esa lengua. En la comunidad se ondea la idea de que hablar inglés en público da “prestigio”. Es una preconcepción bajo la lógica: el idioma es la entrada a este entorno social. No importa cuán necesario y de moda esté el español ahora, el común de estadounidenses sigue viendo con mejores ojos a un latino que hable inglés que a uno que solo sepa su lengua materna.

Que el niño reciba pocos estímulos para aprender su lengua materna desencadena en una adquisición (por lógica) débil e insuficiente. Y lo que comienza por la lengua, termina por afectar la identidad. Hasta ahora, al menos 11 de cada 100 adultos estadounidenses que son hijos de hispanos no se consideran hispanoamericanos, de acuerdo con el último estudio realizado en 2017 por el Pew Research Center. Aunque sus rasgos físicos reflejen ese mestizaje que caracteriza a nuestros pueblos y hayan sido criados bajo una escala de valores “a lo latino”, estos adultos solo se sienten estadounidenses y nada más.

En una de las instituciones educativas para las que trabajo he podido notar cómo niños descendientes directos de latinos son incapaces de comunicarse efectivamente en su lengua materna, incluso a pesar de que sus padres solo hablen español. Entienden un poco el idioma (lo básico, como instrucciones que sus ascendientes les han repetido muchas veces), pero no pueden producir enunciados que comuniquen. Es necesario hablarles en ambos idiomas para que puedan entablar una verdadera comunicación.

Por supuesto que ser hispano, latino, salvadoreño y centroamericano va mucho más allá de hablar un idioma. Pero es a través de la lengua que se pueden transmitir esas visiones particulares de mundo que ayudan a construir la hispanidad. No se deberían ningunear las raíces heredadas. Así el país y la región de donde se proviene esté de cabeza, hay que reconocer los orígenes.
Lo cierto es que, conforme crecen, los niños hispanos van perdiendo motivación para hablar el español. Que casi todos sus pares sean exclusivamente angloparlantes, y que todos los productos culturales a los que están expuestos estén pensados casi solo para gente de habla inglesa son motivos fuertes que los alejan de la lengua materna.

Mantenerlos interesados en conservar el idioma es una tarea difícil en este país. Pero cuando dejamos que olviden o que ni siquiera aprendan el español, les estamos arrancando un pedazo de identidad. Por ahora nuestra bebé recibe solo estímulos en español. Aunque tengamos la meta clara, todavía no sabemos qué tanto tendremos que hacer para que ella mantenga las raíces de su lengua.

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