El fuego de Hestia

Naturaleza, descanso y renovación para el individuo

Los humanos, al igual que otras especies, necesitamos jugar, descansar, recibir el sol, respirar aire natural, parar y también una cierta dosis de desafíos para ser efectivos en el mundo.

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Life Coach en Comunicación Intuitiva

Vivimos en una cultura que promueve la obsesión por el consumo y el hacer. Estas son formas de escape de la realidad personal y también funcionan como formas de control. Porque inducir al consumo a un individuo que no se conoce, dado que no tiene tiempo para conectarse consigo mismo y para reconocer los espacios en donde ejercer su poder personal, es más fácil. Ese tipo de personas son más influenciables y responden desde el miedo y la búsqueda de seguridad externa, volviéndose presas fáciles de la manipulación consumista o política.

Un individuo que no se conoce, que cree que el hacer y el trabajo, la posición social o los títulos son los que le dan valor está a merced de las condiciones externas y cuando aparecen los problemas y los desafíos, generalmente, su respuesta es hacer más y consumir más, en un intento por escapar de momentos de silencio y reflexión que lo llevarían a confrontarse y, sobre todo, a tomar decisiones.

Al vivir en esa vorágine de actividad y consumo, observamos a nuestros cuerpos como máquinas que no requieren cuidado ni descanso. Tan desconectados estamos de la naturaleza que nos cuesta entender que el mundo natural y sus ciclos de actividad-descanso-renovación también son útiles para el bienestar de cualquier individuo. La simplicidad y la perfección de lo que sucede allá afuera, en el cielo abierto, pasa desapercibido para quienes viven en ambientes artificiales, con aires acondicionados, cemento y hierro en donde la tierra, los árboles y lo verde han sido eliminados para dar paso a humanos que, como robots, han adormecido el gusto por la calma y la paz que ofrece la naturaleza.

Los humanos, al igual que otras especies, necesitamos jugar, descansar, recibir el sol, respirar aire natural, parar y también una cierta dosis de desafíos para ser efectivos en el mundo. Esto no es un deseo utópico, es una realidad científicamente demostrada en la que una persona que vive en armonía y equilibrio reduce la intoxicación química en su cuerpo producto del estrés excesivo y permanente.

Hace millones de años el estrés provenía de la intensa actividad sísmica y de la megafauna, y de forma controlada e intermitente servía para la sobrevivencia. Ahora, son los ambientes corporativos ultraexigentes, la sequía, la lluvia excesiva o las tierras degradas, que no producen constantemente, lo que nos evita pensar en la necesidad y en las ventajas que ofrece el descanso y la renovación. Vivimos bajo una cultura del miedo. Miedo a no tener aprobación, comida, protección, trabajo o estatus.

Sufrimos y somos testigos de la epidemia de estrés que afecta a millones de personas en el mundo entero. Según cálculos del Foro Económico Mundial, solo en Estados Unidos este tiene un costo para los empleadores de $300 mil millones al año y las muertes anuales relacionadas con el mismo ascienden a unas 120 mil.

En el informe preparado por el Instituto de Trabajo, Salud y Organizaciones de la Universidad de Nottingham, centro colaborador de la OMS para la salud ocupacional, y por el Centro Temático de la Agencia Europea sobre Estrés Laboral, se detalla que «un trabajador estresado suele ser más enfermizo, estar poco motivado, ser menos productivo y tener menos seguridad laboral; además, la entidad para la que trabaja suele tener peores perspectivas de éxito en un mercado competitivo».

Nos encontramos en una época de cambios de paradigmas y uno de ellos es el equilibrio entre trabajo y descanso, y la necesidad del mundo natural en la vida de cualquier persona para alcanzar la «salud» en los términos que la OMS define: «…un estado completo de bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades».

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