La Ciudad de la Furia

La traición más abominable

La Iglesia católica sí hizo algo, algo terrible. Cardenales y papas protegieron a esos violadores.

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Periodista

Hay una escena en “Spotlight”, la película sobre la unidad de investigación periodística del Boston Globe que descubrió los abusos sexuales de decenas de sacerdotes católicos a menores de edad en esa ciudad estadounidense, que es muy sencilla pero también demoledora: la abuela de una de las reporteras que descubre los abusos, al entender que lo que cuenta su nieta es cierto, da un respingo y pide un vaso de agua para pasar la indignación, el estupor, la incredulidad.

Es un gesto sencillo el de la anciana, devota católica según nos la han pintado en la película, pero revelador. Habla de la indignación que nos carcome a miles de creyentes al saber que la Iglesia, nuestra Iglesia, ha usado todo su poder para encubrir a criminales, porque los curas abusadores, los violadores, no son más que eso: criminales.
Hace poco este episodio macabro del catolicismo adquirió nuevas dimensiones públicas cuando un tribunal del estado de Pensilvania, en Estados Unidos, reveló que 300 sacerdotes abusaron sexualmente o violaron a cerca de 1,000 niños a lo largo de las últimas décadas. El número de víctimas, dice la autoridad judicial, puede ser mucho mayor debido a que muchos registros de denuncias se han perdido.

“Los sacerdotes violaron a niños y niñas, y los hombres de Dios que eran responsables de ellos no solo no hicieron nada, sino que lo ocultaron durante décadas”, dice el informe judicial.

Desde que en 2002 el Globe descubrió el escándalo de los abusos, el alcance de la abominación no ha parado de crecer. Muy pronto se supo que sacerdotes católicos habían abusado de menores en todos los rincones del mundo, y que el Vaticano, en general, había protegido a los depredadores, no a las víctimas.

“Spotlight”, la película, narra la historia de Boston, pero en ella uno de los personajes explica con mucha claridad que este no es un asunto de manzanas podridas, sino de un sistema que protege a sus depredadores y criminales, como suelen hacerlo muchos partidos políticos, instituciones armadas o congregaciones civiles alrededor del mundo. “Descubran e incriminen al sistema”, pide ese personaje, el de un editor, a los reporteros que investigan los abusos.
En “Spotlight”, la narrativa se centra en el descubrimiento y de manera muy respetuosa y reveladora en las víctimas. En el informe de Pensilvania, los testimonios que lo alimentan y los que se han hecho públicos después, hay muchos detalles indignantes, demoledores.

Una mujer cuenta, por ejemplo, cómo cuando era niña y estudiante en un instituto católico ella y sus compañeritos buscaban protección en uno de los curas que les enseñaba; y explica también que uno de sus amiguitos, al que el sacerdote prodigaba especial afecto, se volvió taciturno y arisco con el tiempo. Algo le decía, cuenta la mujer, que cosas malas pasaban entre el cura y el niño, pero ella no habló. Al darse cuenta de lo que había pasado en su escuela católica de Pensilvania y de descubrir al otrora maestro entre los depredadores y a su compañerito entre las víctimas, la mujer entendió el resto de la historia: a su amiguito el religioso lo abusaba hasta tres veces por semanas, durante años. Años. Nunca nadie hizo algo. Nadie.

La Iglesia católica sí hizo algo, algo terrible. Cardenales y papas protegieron a esos violadores y, con ello, contravinieron una de las principales enseñanzas del evangelio: la de estar al lado de los débiles, de los que sufren.
Esa Iglesia, mi Iglesia, traicionó a los niños de Pensilvania. Es la misma Iglesia que ha traicionado a niños salvadoreños al proteger y callar abusos, como en el caso de monseñor Jesús Delgado, quien abusó durante años de una menor. Y esa Iglesia también ha traicionado a quienes hemos visto en ella la protectora del legado que nos dejó el carpintero de Nazareth. Fue Él quien nos enseñó lo de cuidar siempre al que sufre.

La redención de esa Iglesia pinta difícil. Un primer paso es que este papa y sus cardenales entiendan de una vez por todas que la única cura posible empieza por la justicia, la terrenal.

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