El fuego de Hestia

Comprender el problema para cambiarlo

El cambio requiere que más mujeres nos volvamos conscientes de los efectos destructivos de este sistema de creencias para nosotras, las niñas y los niños, y también para los hombres.

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Life Coach en Comunicación Intuitiva

Escribo regularmente sobre el patriarcado. Soy como un gusano y disfruto viajando a las profundidades de un tema cuando me apasiona. Así es que me convertiré, si es que no lo soy ya, en el mosquito que incomoda al oído con este asunto. Porque, como dijo Einstein, un problema no puede ser resuelto con la misma mentalidad que lo creó.

Al patriarcado como sistema lo sostenemos todos (hombres y mujeres). Debido a ello, este ha tenido, a lo largo de los siglos, una gran capacidad para reinventarse. Para desmontarlo necesitamos comprenderlo en toda su extensión.

Las mujeres venimos, desde siempre, iniciando movimientos para salirnos de ese corsé mental, físico y emocional. Sin embargo, aún nos hace falta profundizar y reconocer que nosotras, por más que busquemos romperlo, lo llevamos dentro. Necesitamos reconocer cómo opera oprimiéndonos con creencias del tipo: «No estoy completa, si no tengo hijos», «no me respetarán, si no estoy casada o acompañada», «me acosarán, si no me visto adecuadamente», «debo hablar como ellos para que me escuchen», «debo evitar expresar mis emociones para que no me consideren histérica».

Esas creencias y otras relacionadas con la raza, el color de la piel o la clase social nos presionan a seguir «patrones» establecidos por el patriarcado y, sobre todo, por hombres blancos con poder económico, político o militar, que son los poderes que cuentan para ese sistema.

Las mujeres hemos internalizado ese modelo, aceptando el «juego» bajo esas reglas, transmitiéndolo a nuestras familias y entornos. Deshacer esa maraña de creencias es complicado, si no ejercitamos una mente flexible y somos valientes para confrontarnos a nosotras mismas y darnos cuenta de cuál ha sido nuestro rol en fortalecer, aceptar y ejercer el patriarcado.

El Foro Económico Mundial, en sus informes de 2017 y 2018 sobre la paridad de género señaló que tardaremos más de cien años en logar que «hombres y mujeres tengan la misma participación política, acceso a la educación, a la salud e igualdad económica y laboral» y que «las mujeres tendrán que esperar 217 años antes de llegar a ganar lo mismo que los hombres y tener igual representación en el trabajo». ¡Esto es inconcebible! Además, ofensivo y frustrante.

Se requiere leyes y políticas públicas diseñadas desde la comprensión de este fenómeno que lleva milenios instalado en la humanidad. Pero quienes las diseñan ¿entienden realmente el problema?, ¿han realizado un autoexamen profundo para identificar sus prejuicios ocultos acerca de esas creencias antidemocráticas y antihumanistas? o ¿simplemente diseñan programas y ofrecen discursos sobre la mujer porque el tema está de moda?

Como mujer no estoy dispuesta a esperar a que el sistema me otorgue lo que es mi derecho, no solo por mí, sino por millones de niñas y niños que son violentados y abusados diariamente. El cambio requiere que más mujeres nos volvamos conscientes de los efectos destructivos de este sistema de creencias para nosotras, las niñas y los niños, y también para los hombres.

Para mí el camino hacia la comprensión y sanidad ha sido hacia dentro. Bien temprano en mi vida me observé despreciando expresiones y actos abusivos sobre lo femenino; luego de adulta, sentí que algo no funcionaba conmigo. Y esa idea me llevó a cuestionarme acerca de lo que circulaba en mi interior que no me permitía avanzar ni experimentar plenitud.

Tomar conciencia de mi historia personal, familiar y nacional me regaló una perspectiva bastante clara acerca de esas circunstancias que me mantenían atascada y que también mantienen al país operando con un machismo cada vez más enfermo.

Nutrir mental y emocionalmente a una niña o a una mujer es sembrar de árboles frondosos el camino a la regeneración de un país claramente enfermo. Las mujeres continuaremos siendo valientes para cuestionar, confrontar y exigir lo que es nuestro derecho, no solo por un interés individual, sino principalmente por las niñas que continúan sufriendo violencia y abuso bajo este modelo.

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