Álbum de Libélulas (173)

La ixora roja tenía prestancia catedralicia, y al estar ubicada en el centro del jardín bordeado de tupidos arbustos de variado verdor los manojos de flores parecían a punto de flotar por su propio impulso.

1410. ENCUENTRO MATINAL

La ixora roja tenía prestancia catedralicia, y al estar ubicada en el centro del jardín bordeado de tupidos arbustos de variado verdor los manojos de flores parecían a punto de flotar por su propio impulso. Ellos habían llegado de ultramar aquella madrugada y su horario interior se hallaba a la deriva; pero eso no impedía que estuvieran reconectando de inmediato con los seres que les eran tan familiares en aquel ambiente a la vez urbano y montañoso. Eran ya las 6 de la mañana, y la luz iba haciéndose sentir en el aire quieto. Ellos, que venían viviendo aquel espacio ultramarino como una especie de reiterada luna de miel espiritual, lo primero que hicieron fue salir descalzos al jardín. Aspiraron animosamente el aire de Bengaluru desde el bosque habitable del Taj West End, y se sintieron en perfecta compañía. Los cuervos, las ardillas, los cardenales y las palomas les hacían coro.

1411. OFICIOS DE FAMILIA

Sus tías abuelas sobrevivientes habitaban en una casa céntrica de la colonia Minerva, a la vera del cuartel El Zapote, donde se gestaban los golpes de Estado de la época. Meches, la mayor, trabajaba en la alcaldía municipal y Lydia, la menor, lo hacía en el Ministerio de Trabajo. Él, que era un adolescente con ganas insaciables de conocer detalles de familia, iba a verlas los sábados por la mañana, y ellas lo recibían siempre como al visitante esperado. Meches era la experta en el árbol genealógico familiar, y aquel sábado parecía más inspirada que nunca. Él llevaba un cuaderno de manuscritos, que eran primicias de poemas propios. “Tía Meches, se lo voy a dejar para que los lea cuando tenga tiempo”. A ella le brillaron los ojos: “Entonces voy a llamar a mi padre, tu bisabuelo, que como sabes también era poeta, para que los comparta conmigo… Ahí te cuento…”

1412. SÁBADO DE GLORIA

Por aquellos senderos entre los árboles gigantescos prefería caminar descalzo, y de seguro lo que estaba detrás de tal preferencia era la sensación de que todo aquel espacio arbolado era un templo. Un templo donde el Sol llegaba también en condición de penitente puntual. Él se desplazaba con los pies desnudos haciendo su caminata vespertina, que lo llevaba a distintos puntos de aquella arboleda que aunque permitía labores de albergue hotelero su máxima expresión era ser bosque con todos los atributos de tal. Y el principal de tales atributos consistía en inspirar devoción a cada paso. Por ejemplo ahí, a la sombra del gigantesco gulmohar florido, al que nosotros llamamos flor de fuego. Se arrodilló sobre la tierra, cerró los ojos y se quedó en silencio. Una flor del gulmohar cayó sobre su hombro en señal de bendición.

1413. COSAS QUE PASAN

El vehículo moderno se detuvo frente a la casa, y de él salieron dos hombres: uno muy mayor, de facciones típicamente europeas y de cabellera rala y platinada; el otro en la primera juventud, de talante mestizo local y de cabellera abundante estilo hippie. Hicieron sonar el aldabón oxidado y de inmediato les dejaron pasar. En cuanto ellos lo hicieron, se fue el vehículo que los había conducido. Dentro de la casa se oyeron saludos en voz alta, como si se tratara de una bienvenida ceremonial. Alrededor de la casa fue apareciendo una aureola de suave resplandor. Pasaron las horas. Ya cuando estaba por caer la noche, reaparecieron los visitantes, pero con identidades cambiadas: el europeo mayor era hoy un juvenil mestizo moreno de cabellera flotante; y el joven, un anciano blanco y de cabeza despoblada. Los aguardaba un carruaje tirado por caballos. ¿Juego del tiempo o juego de la luz?

1414. EJERCICIOS FLORALES

Raju llega todas las mañanas a la habitación a preparar las figuras florales multicolores sobre el piso junto a los ventanales de cristal. Tiene la silenciosa habilidad de los artistas artesanos que se han formado en la academia de la supervivencia cotidiana. Y aunque casi no desata palabra, su recogida actitud invita espontáneamente a entablar algún tipo de diálogo. “Hola, Raju, ¿cómo amanecieron los pétalos de crisantemo, de marigold, de clavel y de rosa esta mañana?” Sonríe, como si se le estuviera preguntando sobre un enigma sagrado. Responde en consecuencia: “Como todos los días, saludando al aire”. Es la respuesta que podría dar un soñador esotérico. Después hace el saludo tradicional: el namasté que junta las manos en señal de saludo a la divinidad del ser humano que está enfrente. Los pétalos desde el suelo hacen lo mismo.

1415. MISIÓN DEL CONACASTE

Los trastornos del clima iban cambiando aceleradamente aquellos entornos que en otras épocas parecían intangibles para siempre. Y eso hizo que en el vecindario, que estaba formado por gentes casi todas de arraigo prolongado, se creara una especie de hermandad protectora de lo que caracterizaba la naturaleza del lugar. En particular, esa acción casi paternal se personificaba en el conacaste que era como el patriarca de la zona. Se contactaron con especialistas en conservación vegetal, y los expertos les recomendaron muchas acciones preventivas y regenerativas; pero la decadencia del legendario conacaste era cada vez más notoria. Hasta que llegó el día en que la poderosa estructura se convirtió en un esqueleto sin vida. Entonces un vidente dio su veredicto: “Esto no es cosa del clima, sino del destino. Prepárense: reencarnará en alguno de ustedes…”.

1416. CLARIDAD EN EL LÍMITE

Ninguna palabra es más cambiante que la palabra Nada, y ninguna palabra es más inmóvil que la palabra Todo. Esto tendríamos que tenerlo sabido desde siempre, porque la historia, tanto externa como interna, está hecha con las mutaciones que van generando esas dos dimensiones inescapables de la vida. Él era un monje budista que había vuelto a la vida común, y no para desprenderse de su condición creyente, sino para medirla en la vida cotidiana. Aquella tarde estaba en un parque dándoles de comer a las ardillas que ahí moraban. Se detuvo para concentrarse. El Todo y la Nada se le aparecieron de repente, como expresiones existenciales. El Todo: aquella necesidad de ser partícipe de la vida en todas sus formas; la Nada: aquel sentimiento de que toda experiencia se esfuma como las ardillas entre los follajes…

1417. EN EL CAMINO

El avión de paso saldría dentro de un par de horas, y había tiempo para ir a deambular por las tiendas del aeropuerto. Así lo hizo, y durante un rato anduvo entre la multitud caminante de viajeros, sin hallar nada que le captara la atención. Hasta que se topó con aquel lugarcito que en su diminuta vitrina exhibía retratos antiguos. Observó detenidamente. Ahí estaba: aquel retrato era una pose de familia. La suya. ¿Cómo había llegado a semejante lejanía? Interpretó de inmediato el mensaje: tenía que quedarse a descifrarlo. Perdió el avión pero ganó la pertenencia.

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