ÁLBUM DE LIBÉLULAS (220)

¿Para qué indagar, si lo mismo pasaba en su mente, que se quedaba en blanco cuando le daba la gana?

1802. LITURGIA ÍNTIMA

Llegó bastante más temprano que otros días a ocupar su escritorio en la oficina donde estaba ubicado desde que lo elevaran de nivel en la empresa. En el espacio había otros tres escritorios, que antes fueron de los más antiguos y hoy eran de los más modernos. Él se dedicó a escudriñar en sus archivos, aprovechando que se hallaba solo. Llegó a aquel legajo de páginas manuscritas. Cartas de amor de las de antes. Y mientras leía sintió una punzada en el corazón, y se lo apretó con ambas manos, gimiendo. Parecía un gemido terminal, pero se incorporó de pronto como si nada hubiera pasado. Acarició la carta que tenía visible, con un suspiro que venía del fondo del alma. Pronto empezaron a llegar los ocupantes de los otros tres escritorios. Él los saludó sonriente: “Llegué más temprano para que me alcanzara el tiempo”. No dijo para qué porque la punzada en el corazón venía de nuevo, y esta vez para quedarse.

1803. ODISEA DE BARRIO

Como lo hacía a diario, estaba viendo y oyendo el noticiero de CNN cuando aquella golondrina comenzó a pasar y repasar al otro lado de su ventana en la pequeña estancia que le servía de vivienda. Siempre había oído decir que una sola golondrina no hace verano, pero lo que él estaba sintiendo en aquel preciso momento era que el verano se iba haciendo presente de manera expansiva como el recién llegado más espontáneo y ceremonioso. La golondrina hizo un leve piqueteo en el cristal, y él entendió que le pedía permiso para entrar. En ese preciso momento las imágenes de CNN iban recorriendo una serie de paisajes de las más diversas latitudes. Entonces él se preguntó sin palabras: “¿En qué lugar estoy?” Y la golondrina, que ya se hallaba adentro le respondió a su modo: “En tu barrio, que es el mundo…”

1804. MISTERIO SUBTERRÁNEO

“Quién iba a decirlo”, se dijo mientras pasaban a su alrededor todos sus vecinos de siempre. Y es que se trataba de una protesta callejera por la ya prolongada ausencia de agua potable en aquella colonia que todo el tiempo había estado bien abastecida de los servicios básicos. Entre los manifestantes iba ella, que todo el tiempo lo pasaba dentro de su casa escribiendo historias de seres imaginarios. No pudo contener el impulso y se le acercó: “Alexia, ¿qué andás haciendo aquí?” Ella lo miró como si él fuera un completo desconocido, y así le espetó: “¡Defendiendo nuestros derechos! ¿No le parece suficiente?” Él se sintió agredido: “¡Alexia, ¿qué te pasa? Si querés hago el trabajo por vos!” Ella soltó la carcajada sarcástica, pero en ese mismo instante fueron brotando del suelo chorros de agua que lo mojaban todo. Y la manifestación se dispersó de repente.

1805. WINGS OF PEACE

El muelle se hallaba solitario cuando la nave atracó para estar ahí por algunas horas. Ellos, que habían trasnochado en el Panorama Lounge, al ritmo de la música disco que activaba el discjockey Rob, que mostraba una energía muy a tono con su tarea nocturna, apenas estaban despertando. “¿Dónde estamos?”, preguntó ella, liberando el bostezo sobre la almohada. “En cualquier lugar en ruinas –respondió él, que era adicto a dramatizar en broma–; y por eso aquí todos los tours tienen guías fantasma…”. Y soltó la carcajada. Ella se incorporó para abrir la cortina. La luz del día era perfectamente vivificante. Ahí enfrente, en el muelle, un conjunto típico del lugar daba la bienvenida. Y los buses de las excursiones estaban en fila. “¿En cuál vamos?”, preguntó ella; y él respondió: “¡En aquél!” En el costado del bus había un rótulo: “Wings of peace”. ¡Perfecto augurio!

1806. DESTINOS PARALELOS

La primera sonrisa del bebé llenó la casa de destellos subliminales. Y esos destellos, que de algún modo eran perceptibles para todos, iban inequívocamente dirigidos hacia él, bisabuelo paterno. Un señor que no parecía ni siquiera abuelo. La interrogación saltaba de boca en boca: “¿Cómo hará don Fili para ganarle todos los días la batalla al calendario?” Y él, don Filiberto, que nunca se daba por aludido, apenas sonreía. Desde el primer instante, el bebé solo tuvo ojos para don Fili. Era como si los padres y los abuelos no existieran. Y así fue cada vez más con el paso del tiempo. Cuando el bisnieto estaba por cumplir 15 años, el bisabuelo le hizo una propuesta: “¿Te gustaría que nos fuéramos juntos a recorrer el mundo?” Los otros parientes pusieron cara de estupor. “¡Sí, señores, dejen vivir a los jóvenes! Es la ley de la vida”.

1807. RITUAL CON MENSAJE

Era el comienzo de la Semana Santa y la ciudad iba entrando en el estado de siempre: una suerte de placidez atávica que ni siquiera las incursiones incansables del crimen eran capaces de borrar de los espacios urbanos. En los alrededores de aquella iglesia, que no era de las principales del lugar, esa quietud mostraba de pronto destellos inesperados. ¿Qué se estaba anunciando? En la arboleda descuidada que rodeaba el templo se podían percibir algunas vibraciones inexplicables. De pronto, la antigua y ya casi inservible campana silenciosa por tanto tiempo empezó a repicar. Y de entre los arbustos resecos y los árboles descuidados fueron saliendo las figuras en procesión. Eran todos los mendigos y vagabundos de la zona. Se alinearon frente a la puerta principal y la iglesia pareció revivir como una basílica clásica. Milagro anónimo, como todos los milagros verdaderos.

1808. SALIDA AL MUNDO

El viento soplaba con ráfagas entusiastas, como si circulara por la atmósfera un propósito consciente de recorrer horizontes. Y él, un joven que acababa de emprender el tránsito de adolescencia, de seguro se sentiría animado, por afinidad natural, a responder a tal impulso; pero curiosamente su reacción era todo lo contrario: lo que le nacía en aquel instante era el ansia de buscar refugio para que el viento no pudiera encontrarlo. Así llegó sin proponérselo al ático de la casa, ese lugar al que nunca había subido, ni siquiera por curiosidad. Cajas y cajones amontonados. Roperos antiguos. Estantes medio llenos. Y objetos abandonados en desorden. Fue a esconderse en alguno de los rincones, y le brotó entonces la voz de muy adentro: “No me temas, quiero que me acompañes…” Puso cara de estupor. “Soy un enviado del viento, tu nuevo guía”.

1809. UNA NUEVA LECCIÓN

Aquel cuaderno era el destinatario de sus apuntes íntimos y por eso lo guardaba en el fondo de la gaveta de su mesa de noche, y esa vez no tenía ningún deseo de escribir nada, porque la semana había sido más monótona que nunca. Aun así, abrió la gaveta y extrajo el cuaderno. Para su sorpresa casi alucinante, las páginas estaban en blanco. Lo soltó, como si fuera un objeto peligroso. Y al caer abierto, todas las palabras reaparecieron. Entonces él se dio por satisfecho. ¿Para qué indagar, si lo mismo pasaba en su mente, que se quedaba en blanco cuando le daba la gana?

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