Charlie

Las redacciones son organismos vivos, diversos y sensibles en donde cada día escribimos las historias de otros y asistimos a momentos históricos desde lugares privilegiados. Pocas veces nos vemos obligados a ver hacia adentro, a contar cómo se vive en nuestros pasillos más profundos. Hoy se nos hace indispensable compartir cuánto duele y cuánto cuesta continuar después del asesinato de nuestra compañera Karla Turcios.

Fotografías de / Ilustración de Moris Aldana
Karla Turcios

Termina abril y tengo que empezar a dejarte descansar, Charlie, a dejar de mencionarte en mis pláticas con desconocidos. Tengo que aprender a no llorar cuando recuerdo que te mataron.

Te conocí en las gradas del periódico. Me habían dado una beca. Nico escribió la nota y la noticia salió en la edición del siguiente día. Era noviembre del 2016, tenía solo unos meses de trabajar en esta redacción. Vos, entonces, me paraste solo para decirme que, aunque no me conocías ni éramos amigas, querías felicitarme. Y empezamos a hablar. Meses más tarde ya estábamos comiendo todos los días juntas; hablando de Julissa Ventura, de tu hermano, de lo que cuesta perder a gente que se quiere, de cómo nunca parece que uno está listo para dar otros pasos, de cómo cuidabas a tu bebé, de cómo querías a tu pareja.

Hace 16 días que te mataron. Y hace 17 días celebramos mi cumpleaños. Vos planificaste la salida. Nos pediste que esperaramos a la Ale, que la pobre seguía trabajando porque habían matado a otros periodistas en Suramérica. La Ale se tardó un montón. Pero, al final, pudimos irnos. Comimos en un lugar vegetariano. Le tomaste fotos a la comida. Probaste las berenjenas por primera vez. Le enviaste la foto a tu pareja porque estabas emocionada por probar ese plato. Después fuimos a tomar licuados. Erick quería enseñarte lo que este lado de la ciudad tiene.

Pedimos unos jugos dentro de una bolsa y a vos se te ocurrió brindar con ellos. Nos reímos más porque se te olvidó brindar con Moisés. Él, fingiendo estar enojado, te dijo que si querías te regresaras en bus al trabajo mientras te abría la puerta del carro.

Todo el camino fue risotadas. Nos reímos con vos porque no dejabas de tomarle fotos a cada cosa y dijiste que sí, ‘ve chis’, que estabas teniendo nuevas experiencias de vida. Al volver, me regañaste porque no compré galletas para comer durante la tarde.

Hace 17 días nos vimos en la noche. Yo estaba cubriendo un tema de un grupo artístico. Y vos fuiste a ver el espectáculo. No te encontraba entre el público. ‘Charlie, levantá la mano’, te dije. Y ahí estabas, como loca, levantando las manos en el teatro de mil butacas. Llegué adonde estabas, estuve con vos y nos reímos y cantamos todo el espectáculo. No nos despedimos porque tuviste que volver a trabajar y yo quería cenar. La vida termina así, en medio de algo.

Hace 15 días empezó lo que al inicio creímos que era una pesadilla. Son 15 días de no poder leer las noticias. De no poder entrar a redes sociales porque un nuevo detalle aparece. De recordar -una y otra vez- nuestras pláticas, el último viernes, la última comida, la última salida. De tratar de que todo vuelva a tener sentido. Se cumplen 15 días desde que me desperté a las 7 de la mañana porque “te habían secuestrado”. Ahora sabemos que tu compañero está siendo acusado. Y nunca la vida ha sido tan agridulce para mí. Estoy muy feliz y al mismo tiempo soy muy miserable, Charlie. Porque ya estoy cursando otra beca por la que estabas contenta por mí. Porque te extraño.

Tu asesinato nos ha herido a todos. El día que encontraron tu cuerpo Moisés y yo estábamos de turno. Moisés tuvo que ir a Santa Ana a confirmar con fuentes si era tu cadáver. Yo, en la noche, tuve que actualizar la nota de tu homicidio y poner los detalles de tu funeral. Ninguna escuela de periodismo te prepara para escribir el asesinato de tu amiga.

Los días posteriores a tu asesinato no los tengo claros. Sé que estuve en tu funeral. Sé que Erick y yo lloramos. Sé que en tu entierro estuve enojada. Porque se habló mal de vos, porque hubo gente que no pudo tratarte bien durante tu vida, porque hubo periodistas que te culparon a vos misma de tu propio asesinato. Y sé que en la oficina todos nos empezamos a ver más a los ojos y a ser conscientes de la presencia del otro. Porque ahora nos parece, al fin, que la presencia es un privilegio.

Ahora estoy en otra redacción, tratando de aprenderlo todo. Veo lugares hermosos, pero te pienso a cada rato y eso me recuerda que El Salvador es una herida de nacimiento. En D.C, cuando capturaron a tu pareja, busqué desesperada un par de ojos que hubieran visto algo similar a lo que hemos visto nosotros. Y no sabés lo difícil que eso es aquí, donde todo parece sacado de cuento. Pero los países que son heridas están en todas partes y encontré a alguien que me dijo que entendía mi dolor porque también asesinaron a uno de sus amigos. Así, Charlie, hoy ando buscando gente que comprenda lo difícil que es seguir viendo cuando vos viste lo terrible. Quisiera poder seguir mandando bromas al chat de grupo que teníamos, pero ahora solo quedamos Erick y yo.

Termina abril, Charlie, y tengo que empezar a dejarte ir. A sonreír más. A no sentirme culpable cuando me siento feliz. A perdonarme porque todo mi discurso feminista no fue suficiente. A construir. A recordarte como fuerza, como luz, como alegría, como risas al mediodía. A los bichos de la mesa les decía que hay que luchar porque sabemos que vos lo hubieras hecho. Y eso es suficiente.


Valeria Guzmán es periodista de la revista Séptimo Sentido de este medio de comunicación. Este texto fue publicado el 30 de abril. Para el caso, se han respetado los tiempos de la publicación original que se puede encontrar en:http://badbichas.com/2018/04/30/charlie/

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