“Solo unas preguntas”
Tres días antes de su captura, Alberto tuvo varios encuentros con las autoridades, sin que ninguna le explicara por qué querían hablar con él. Estuvo en la delegación de El Refugio, en la de Chalchuapa, en el propio lugar de las excavaciones y, finalmente, regresó a la de Chalchuapa. Fue aquí donde le notificaron a su madre que quedaba detenido. No le explicaron la razón.
Alberto G. es medio hermano de una mujer que fue abusada sexualmente por Hugo Osorio. Una que logró escapar de un ataque que ocurrió cuando otro de sus medio hermanos, Douglas R., la llevó con mentiras a la casa 11 del callejón Estévez. Tiempo después de la agresión, la joven se enteró de que estaba embarazada. Su familia puso una denuncia contra Osorio y Douglas R. Este último está en la cárcel y enfrenta un proceso por violación en menor e incapaz en su modalidad de delito continuado. Pero, hasta el 7 de mayo de este año, Osorio no había sido detenido por este crimen.
La explicación que las autoridades dieron a la madre de la víctima fue que el ex policía “se escondía”. De él, sin embargo, muchas personas dan otra razón en la zona: “pasaba saludando”, “se veía bien amable”, “ahí pasaba en el puesto de tortas”, “vino a comprar tamales”. Ninguna corresponde a la de un hombre que estaba huyendo de las autoridades.
Alberto G. fue señalado por el testigo criteriado Estévez como autor de un feminicidio cometido el 13 de febrero de 2020. La familia de Alberto explica que él no tenía ningún tipo de comunicación con Osorio. No existía vínculo, dicen, más allá de ser medio hermano de una víctima de Osorio.
Alberto es panificador. Esa es la primera referencia que los vecinos dan sobre él. La segunda, sin tener que preguntar mucho, es que está en la cárcel.
“Mirá, hijo, ¿y vos que tenés algo en deuda de la justicia?”, preguntó Marco a Alberto, su hijo, luego de que la PNC llegó a buscarlo a la casa la primera vez. Alberto no estaba, andaba trabajando. Eran las 4:30 de la tarde del sábado 8 de mayo. Y, como no lo encontraron, pidieron hablar también con la madre.
Marco explicó a los policías que ellos no estaban juntos desde hace 25 años. Que, por esto, los días de Alberto transcurrían entre la casa de Marco, en El Refugio, y la de ella, en Chalchuapa. Los policías, entonces, se fueron a casa de Isabel, la madre, para intentar dar con Alberto.
Y, así, antes de las 6 de la tarde de ese sábado 8 de mayo, a menos de 24 horas del hallazgo de los cuatro cadáveres en la casa 11 de la Colonia Las Flores, la PNC ya tumbaba la cerca de la vivienda de Isabel. Y ella, que iba llegando, solo alcanzó a ver un desfile de patrullas. Querían hablar con Alberto. “¿Para qué lo buscan?”, preguntó. “La pregunta es dónde se encuentra él”, le dijo, tajante, el agente. Isabel respondió que estaba trabajando y que su hijo no vivía ahí, que solo llegaba, de vez en cuando, a visitarla.
La PNC regresó más tarde a la casa de Isabel. Llegaron, cuenta, a hacerle otras preguntas. “Es que necesitamos hablar con un muchacho que dicen que se llama Mario”, relata que le respondió el policía en esa segunda visita. Mario es su otro hijo, también estaba trabajando. Le dijeron, entonces, que regresarían. Así lo hicieron. A las 8:00 p.m., Mario ya estaba en casa. Le preguntaron, dice Isabel, si él era pandillero y le pidieron detalles sobre su hermano. Esa misma noche, los policías se marcharon con el número de teléfono de Alberto.
Le llamaron. Tenía que estar en la delegación de Chalchuapa el lunes de 10 de mayo a las 10:30 de la mañana. Querían hacerle unas preguntas. Ese día, la Fiscalía presentó un requerimiento contra Hugo Osorio por el asesinato de dos mujeres. Ese día, en una entrevista con un medio oficialista, el director de la Policía aseguró que Osorio “no actuó solo” y que en el caso había una “estructura criminal”.
Ese día, puntuales, madre e hijo llegaron al puesto policial. Ahí, sin embargo, no hubo preguntas ni captura, solo una indicación: que se presentara al callejón Estévez, el lugar en el que se realizaban las excavaciones, y que preguntara por “un tal Julio”.
Ahí, entre las cintas amarillas y el ir y venir de los reos en fase de confianza, de la PNC y de la Fuerza Armada, tampoco hubo captura ni preguntas, hubo otra indicación: Alberto, al día siguiente, tenía que llegar a la delegación de Chalchuapa, pero esta vez a las 11:00 a.m.
Antes de ir con la policía, Alberto pasó a la barbería a cortarse el pelo. Lo acompañó Isabel. Ella también lo acompañó, más tarde, a la delegación de Chalchuapa. Que solo le iban a hacer unas preguntas, les dijeron cuando llegaron, mientras pedían a su madre que se sentara y esperara. “¿Seguro que solo le van a hacer unas preguntas?”, cuestionó ella. Uno de los policías respondió con un seco “sí”. Entonces, Alberto pasó a lo que su madre describe como “el fondo de la delegación”. En menos de diez minutos, otro policía le entregó la ropa y la cartera vacía de su hijo. Se quedaron con el resto de sus pertenencias.
Isabel preguntó por qué detenían a Alberto. Nadie le explicó nada. La respuesta que obtuvo, cuenta, fue la de uno de los uniformados que le dijo: “¿Sabe qué? Ustedes las mamás son las últimas en enterarse lo que sus hijos andan haciendo”. Ante esa acusación, ella exigió explicaciones y pruebas que, hasta ahora, no han llegado. Lo último que supo es que él continúa con el proceso legal en prisión preventiva. Ni siquiera en la Procuraduría General de República le dan razón de su hijo.
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