La última noche de Hugo Osorio en libertad

Tres horas antes de que los vecinos de la Colonia Las Flores escucharan el grito que encendió todas las alarmas sobre lo que ocurría en la casa 11, Hugo Osorio acosó a Lidia, una joven de 19 años que prefiere mantener el anonimato. La invitó a salir. Le dijo que estaba “buena” para llevársela a Estados Unidos. Y la siguió.

“Mi espíritu no conciliaba con el de ese hombre, porque yo soy cristiana”, dice la abuela de Lidia cuando recuerda que, la noche del 7 de mayo, Osorio llegó a comprar dos tamales a su casa. Lo sintió raro, recuerda ella. “Ahí estuvo agarrado”, dice, señalando los barrotes del portón. Se paró, cuenta, frente al portón y se aferró a los barrotes mientras esperaba a ser despachado. 

“Deme un ratito, dentro de unos 15 minutos van a estar”, le indicó al hombre que, un par de días después, sería conocido a escala internacional como “el asesino de Chalchuapa”. En ese momento de espera, Osorio aprovechó para decirle que su nieta era “bien inteligente” y “bien guapa”. “Sí, mis dos niñas son bonitas”, respondió ella en las prisas por atender su pequeño negocio. La nieta a la que se refería el expolicía es una joven de 19 años. 

Fue hasta que Lidia se quedó sola que Osorio la abordó. Le pidió que fueran “a tomar algo” más tarde en la noche. Ella no accedió. Esa no era la primera vez que el ahora asesino confeso buscaba hablarle: también la abordó el 6 de mayo. 

“Yo trabajaba ahí en frente, le daba clases a una niña. El señor ese llegó varias veces a esa casa porque era como amigo de la mamá de la niña. El jueves empezó a mostrar bastante interés en mí. Me preguntó que cómo me llamaba, que si iba a estudiar, que cuál era el otro lugar en el que trabajaba, porque también trabajo en las tardes. Me preguntó si me podía ir a dejar. Y, al final, me preguntó si tenía interés en irme para Estados Unidos”, relata Lidia. 

En el caso del asesino de Chalchuapa, hasta el registro del Sistema de Información Penitenciaria del Ministerio de Justicia y Seguridad (SIPE) siembra dudas sobre la versión oficial de los hechos. Según este registro, Osorio fue detenido por “Falsificación, tenencia o alteración de moneda” ese 6 de mayo. Por ese delito, en el que ya existe una sentencia, con fecha de 2012, se le declaró sobreseído debido a deficiencias en el resguardo de la prueba: tres billetes de $20. En este caso, los documentos oficiales cuentan una historia; las personas que lo vieron ese día en las calles de Chalchuapa, otra. 

Osorio, pese a la detención que registra el SIPE, se paseaba a sus anchas en Chalchuapa. Más confuso es que, por otro delito, relativo a una violación, el expolicía era considerado para ese 6 y para ese 7 de mayo como prófugo de la justicia. Y, sin embargo, en esos dos días abordaba a jovencitas para invitarlas a tomar tragos a la casa 11 del callejón Estévez, como lo intentó por última vez con Lidia en la noche del 7 de mayo. 

Mientras esperaba dos tamales de cerdo apoyado en los barrotes, Osorio aumentó la intensidad del acoso. De repente, cuenta la abuela de Lidia, Osorio le dijo que le dejara los tamales en la casa de enfrente. Tenía prisa. 

Lidia había salido a entregar frijoles a una clienta. Osorio la vio, se subió al carro y la siguió. Despacio, se fue detrás de ella. No dejó de seguirla. Lidia lo notó. Y se quedó 20 minutos en la casa a la que iba a hacer la entrega. Esperaba a que Osorio se marchara. No ocurrió: él se quedó ahí, parqueado, esperándola. Por eso, ella tuvo que hacerse acompañar de otras personas para volver a su casa. Supo, dice, “que sus intenciones no eran buenas”. 

La casa de enfrente

Hugo Osorio conoció a Lidia en casa de Cindy Mendoza. Él comenzó a frecuentar esa casa, confirman ella y su abuela, porque había prometido llevar a Cindy a Estados Unidos por $4,000. Ahora, Cindy es procesada por homicidio agravado y guarda prisión preventiva. Fue señalada por el testigo criteriado Estévez de colaborar en el asesinato de Carlos Osorio, el hermano de Hugo. 

Gloria Godoy, madre de Cindy, dice que Osorio llegó la noche del viernes 7 de mayo a buscar a su hija. Quería hablarle sobre el viaje a Estados Unidos y, de paso, invitarla a salir. Cindy no estaba. Había salido con unos amigos, cuenta Gloria. Osorio insistió en esperarla, pero ella le respondió que su hija no tenía hora para llegar. “Entonces mejor me voy”, fue su respuesta. Pero aún no se daba por vencido.

“¿Y cree que no me hace un café?”, le preguntó a Gloria mientras se sacaba de la bolsa del pantalón una moneda de un dólar para que le fuera a comprar pan dulce. Gloria no accedió. Le dijo que su trato era con Cindy, y que “nadie entraba” a su casa mientras ella estaba sola con los niños. Ante esta última negativa, Osorio decidió irse al puesto de tamales, ahí, en la casa de enfrente. Estuvo en ese lugar por un rato, recuerda Gloria, y luego se subió a un carrito verde. “A pues adiós”, le dijo antes de irse, “mañana vengo”. Pero ya no pudo regresar. La madrugada del sábado 8 de mayo fue capturado. Los gritos de su última víctima alertaron a los vecinos y obligaron a la PNC a actuar, aunque para cuando llegaron ya era demasiado tarde.  

“Ese día llegó a traer a mi hija para matarla. Quizá ya la tenía en sus planes”, concluye Gloria. 

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