De cuentos y cuentas

Seguimos en deuda

No se trata de victimizarse, de creerse merecedoras de un trato especial o de despreciar a los hombres. Se trata de reconocer una realidad que requiere cambios culturales.

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Periodista

Este 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Siempre que esta fecha se acerca y se multiplican las publicaciones, artículos y estudios sobre esta realidad, saltan las voces que piden igualdad: que se condene la violencia contra todos.

Y aunque es innegable que la violencia es condenable venga de donde venga y se dirija hacia donde o a hacia quienes se dirija, también es importante entender que la violencia hacia las mujeres tiene particularidades que requieren especial atención, y raíces tan antiguas y profundas que, hasta hoy en día, no se han logrado erradicar.

Con lo engañoso que resulta hablar de la evidencia vivencial, piense la estimada lectora sobre las veces en las que se ha sentido amenazada, agredida, violentada, y en cómo la situación habría sido distinta si no fuera mujer, sino hombre. Piense también el respetable lector en las veces que ha sentido temor, tristeza o impotencia al presenciar o saber de un hecho de violencia que involucre a una familiar, amiga o conocida y, de nuevo, cómo habría sido si se hubiera tratado de un hombre.

No se trata de victimizarse, de creerse merecedoras de un trato especial o de despreciar a los hombres. Se trata de reconocer una realidad que requiere cambios culturales, de mentalidad, de creencias, de políticas públicas, para que este mundo sea más seguro para las mujeres.

Veamos algunos datos alarmantes que comparte Naciones Unidas, en ocasión de esta fecha:

• En todo el mundo, una de cada tres mujeres ha sufrido violencia física o sexual, principalmente por parte de un compañero sentimental.

• Solo el 52 % de las mujeres casadas o que viven en pareja decide libremente sobre las relaciones sexuales, el uso de anticonceptivos y su salud sexual.

• Casi 750 millones de mujeres y niñas que viven hoy en día se casaron antes de cumplir 18 años, mientras que al menos 200 millones de ellas se han visto sometidas a la mutilación genital femenina.

• Una de cada 2 de mujeres asesinadas en 2017 fue asesinada por su compañero sentimental o un miembro de su familia. En el caso de los hombres, estas circunstancias únicamente se dieron en uno de cada 20 hombres asesinados.

• El 71 % de las víctimas de la trata en todo el mundo son mujeres y niñas, y 3 de cada 4 de ellas son utilizadas para la explotación sexual.

• La violencia contra la mujer es una causa de muerte e incapacidad entre las mujeres en edad reproductiva tan grave como el cáncer y es una causa de mala salud mayor que los accidentes de tránsito y la malaria combinados.

Así que sí, hay que reconocer el terreno ganado, celebrar que ahora como mujeres tenemos más libertades, se nos reconocen más derechos y podemos lograr mucho más en todos los ámbitos de la vida, que nuestras bisabuelas hace 100 años.

Pero de la misma manera es urgente que como sociedades abramos los ojos a las enormes deudas que persisten, a la normalización que hay en las diversas formas de violencia, y a cómo reaccionamos ante ellas.

Las salvadoreñas vivimos en aún en un entorno en el que se suele culpar a la víctima, en el que se considera que no hay que meterse en problemas de pareja —aunque esto incluya agresiones verbales y físicas—, en los que recurrir a las entidades respectivas para denunciar equivale a exponerse a la revictimización.

Mientras no reconozcamos que todas estas deudas existen, estaremos lejos de poder solucionarlas. Como personas, como sociedad, como país, como Estados, es urgente actuar. En El Salvador había toda una institucionalidad para trabajar por los derechos de las mujeres, pero recientemente esta institucionalidad luce muda, maniatada, desmantelada. Ojalá pasada la emergencia por la pandemia estos espacios se retomen y rescaten, y que no quedemos, por el contrario, con una deuda mayor a la que ya teníamos.

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