Rumbos confluidos

Lidiar con el racismo

No podemos evitar que nuestros jóvenes sigan exponiéndose a esas situaciones, así que les damos herramientas legales para que no se olviden de que valen tanto como cualquier otra persona, y para que exijan que se les respete su dignidad.

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Periodista salvadoreño radicado en Hyattsville, Maryland.

Este país norteño ya demostró que puede ser una pesadilla para el foráneo. El futuro próximo, tal y como se vio venir desde el cambio de gobierno, se está tornando cada vez más turbulento para la comunidad latinoamericana. Su mensaje y sus obras están siendo levadura para la xenofobia y el odio racial que desde siempre han tenido un lugar preponderante en el podio de valores de muchos estadounidenses.

Esa idea repudiable de que hay razas superiores que otras es expresada cada vez con más libertad. Los latinos estamos recibiendo desprecios y humillaciones públicos, a la luz del día y con más recurrencia. Han sido varias las clases, en este año escolar que está por terminar, que se han tornado en un espacio de desahogo para mis alumnos que han pasado por una de esas situaciones desagradables.

Una vez, Gabriela, una salvadoreña que dobla turnos en un restaurante oriental, llegó pálida al salón de clases. Sus manos temblaban y parecía al borde del llanto. Acababa de presenciar cómo una mujer blanca, acolitada por tres o cuatro personas más, ofendía a un mexicano de edad madura.

El señor de piel morena y estatura baja, quien más adelante aclaró que era médico y que solo se dirigía a su consultorio, había rozado por accidente el brazo de la mujer, al subir al autobús. “Lo trató de violador, de criminal, le decía que volviera a su sucio país, que era un latino asqueroso. Y todos los demás gringos le decían que se bajara del bus”, escupió Gabriela entre tartamudeos.

En otra ocasión, Elmar, un guatemalteco que obtendrá su diploma equivalente al bachillerato en agosto, apareció en el aula lleno de indignación. Había tenido que ir a una ciudad de Virginia a terminar un proyecto con la empresa de aires acondicionados para la que trabaja. Cuando llegó a una tienda a pedir algo de comer, la cajera, rubia hasta de las pestañas, lo miró con menosprecio y le preguntó: “¿Estás seguro de que puedes pagar lo que vas a pedir?” El joven resolvió por contestarle que era una racista, mostrarle el dinero que tenía gracias a sus dos trabajos e irse de la tienda.

Podría llenar al menos ocho páginas de esta revista con los encontronazos que mis alumnos han tenido que pasar con gente racista. En este país primermundista hay un buen porcentaje de la población que se sentiría extasiado si el segregacionismo se restableciera.

Ese retroceso, que les privilegiaría (todavía más) por sobre el resto de colores de piel les daría la tranquilidad y la paz que pierden cuando se ven obligados a interactuar con aquellos a los que consideran inferiores.

Es una verdadera vergüenza que los seres humanos sigamos rigiendo nuestro actuar y pensar por valores racistas y clasistas. Juzgar a alguien por su color de piel, por su origen cultural o religioso, o por la cantidad de dinero que tiene en el bolsillo, solo afirma la miseria que se lleva por dentro.

Los seres humanos somos los únicos animales que no aprendemos de nuestros errores. La historia nos demuestra lo mal que nos ha ido cuando hemos dejado que la discriminación tome el control de nuestras acciones. Aún así, seguimos reproduciéndola con la misma torpeza.

De momento, en la escuela hemos reforzado la educación en derechos. No podemos evitar que nuestros jóvenes sigan exponiéndose a esas situaciones, así que les damos herramientas legales para que no se olviden de que valen tanto como cualquier otra persona, y para que exijan que se les respete su dignidad.

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