De cuentos y cuentas

La patria ajena

El país es hostil para propios y ajenos, para nacionales y extranjeros. Es difícil vivir aquí, aun para quienes hemos aprendido a sobrellevar nuestra realidad de inseguridad, de inequidad, de injusticia, impunidad y fallas institucionales.

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Periodista

Hace 20 años, El Salvador tenía otro rostro. Los Acuerdos de Paz habían dejado la ilusión del recomienzo, la construcción de algo mejor. Se podía salir a las calles con relativa tranquilidad y “mara” aún era una palabra que se usaba sin temor.
Tampoco había temor a la hora de atravesar ciertas zonas o de cambiar de vecindario. Para entrar a una colonia no había que averiguar quién la controlaba, ni enseñar el DUI. Los hijos podían vivir en un lugar y estudiar en otro, sin que eso pusiera en peligro sus vidas.
Los pequeños negocios podían surgir sin que las ganancias las drenara la “renta” o el pago por protección. Las tiendas podían ser surtidas sin que eso implicara que los camiones repartidores cancelaran “peaje” a cambio de pasar sin mayores riesgos.
Hace 20 años El Salvador era otro en muchos aspectos. Y ese es el tiempo que muchísimos de nuestros compatriotas tienen de vivir en Estados Unidos, buena parte sin poder regresar al país por miedo a que no los dejaran entrar de nuevo a territorio norteamericano. Allá se casaron, allá abrieron sus negocios, allá tuvieron a sus hijos, compraron propiedades y pagaron impuestos.
Ahora 200,000 de estos salvadoreños se han quedado sin el amparo legal para mantener la vida que han conocido durante las últimas dos décadas. El plazo para buscar opciones o prepararse para volver es de apenas año y medio. Año y medio para empacar tu vida y partir. Año y medio para decidir si te quedas y te la juegas. Año y medio, poquísimo tiempo.
Habrá muchos obligados a volver por diferentes circunstancias, y los recibirá una patria ajena, un lugar diferente al que dejaron, en el que las reglas han cambiado y donde quienes acá vivimos hemos aprendido a normalizar la violencia y a hacer cotidianas las medidas de seguridad necesarias para tratar de evitar desgracias.
Las autoridades salvadoreñas hablan de recibirlos con los brazos abiertos. Y sí, estoy segura de que así será, de que la población decente será solidaria y buscará la manera de hacerles menos difícil el proceso. Pero tampoco hay que negar que el país es hostil para propios y ajenos, para nacionales y extranjeros. Es difícil vivir aquí, aun para quienes hemos aprendido a sobrellevar nuestra realidad de inseguridad, de inequidad, de injusticia, impunidad y fallas institucionales.
El drama de quienes vuelven a un país al que legalmente pertenecen pero al que desconocen totalmente se repite a diario cuando ciudadanos de diferentes naciones son deportados, sobre todo los más jóvenes, y enviados a lugares que les son totalmente extraños, que nunca conocieron antes, donde no tienen familia ni lugar donde quedarse y ni siquiera conocen el idioma.
¿Qué podemos hacer para amortiguar el golpe para los retornados?, ¿cómo prepararnos para lo que se viene?, ¿qué harán quienes ahora nos piden nuestro voto y que estarán en el Legislativo y en el Ejecutivo para cuando, en septiembre de 2019, se acabe el plazo para los beneficiarios del TPS?
Como país tenemos el enorme reto de dejar de ser territorio hostil, de recuperarnos y volvernos un lugar del que nadie quiera salir huyendo. Desde nuestro ámbito personal hay mucho por hacer, desde la práctica de la solidaridad, de la tolerancia y de la honestidad, hasta el ejercicio de nuestros deberes cívicos y políticos para abonar a la sanación profunda que nos urge.

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