La ausencia entre rincones y objetos

El cuarto con la ropa intacta desde hace tres años, la cancha de la colonia donde hubo goles y el parque citadino que marcó una relación de madre e hijo; cada uno de estos lugares representa un dolor difícil de nombrar y que –con los días, los años– va creciendo. Hay objetos que, como un ritual, las familias de Emilio Bolaños, Jocelyn Cisneros y Heriberto Antonio González, desaparecidos entre 2010 y 2019, conservan a la espera de una señal. La Fiscalía General de la República dice que hay familiares que intentan mantenerse serenos ante una desaparición. Mientras que, desde la psicología, se identifican traumas con el paso del tiempo, ya que hay quienes, incluso, ponen en la mesa el plato de comida del desaparecido.

Fotografías de Frederick Meza, Franklin Zelaya

 

LAS HISTORIAS

El hijo de una odontóloga

Goles y medallas

La colección de peluches

 

El hijo de una odontóloga

 

“Hay algunas personas que todavía, con el pasar de los tiempos –y uno bien se da cuenta a qué nivel ha llegado el trauma psicológico, psicosocial que presentan–, todavía ponen los platos de comida en sus mesas, todavía lloran el recuerdo”. German Cerros, psicólogo del Instituto de Derechos Humanos de la UCA

Viaje. Emilio Bolaños tenía 11 años cuando su madre le tomó esta foto junto a su hermana. Fue para un paseo a las ruinas de Tazumal, en Chalchuapa, Santa Ana. Emilio era el primero de tres hermanos y también padre de un niño. Patricia Rodríguez lo recuerda como un hombre amoroso.

Patricia Rodríguez limpia cada cierto tiempo el cuarto de su hijo. Lo hace, incluso, desde el 7 de marzo de 2016, cuando ya no lo volvió a ver. En este espacio, al final de la casa de una colonia de Quezaltepeque, en La Libertad, se ha quedado huérfana una biblia en una mesa de noche. Era la que hojeaba Emilio Bolaños, desaparecido cuando tenía 32 años.

Su madre conserva intactas sus prendas: cuatro pantalones y una camisa que su hijo dejó sobre su cama, sus zapatos ordenados en un mueble, una chumpa sobre una bicicleta estática y una camiseta sobre el borde de una pared. En esta pared, que la humedad y el tiempo desgastan, Emilio dejó una gorra y un armazón sin lentes que así solía usar.

“Me llena de fortaleza saber que, al menos, tengo esos recuerdos que fueron parte de su vida”, dice Patricia.

Tras la desaparición de Emilio, colegas artistas del break dance le hicieron un homenaje. En ese evento, Patricia recibió un cuadro con el rostro de Emilio. Colgarlo arriba de la cabecera de la cama es la única alteración que ha hecho en este espacio.

Emilio, un bailarín y gestor de la cultura hip hop en El Salvador y Centroamérica, era conocido en el mundo artístico como “Milo Breakstars” o “Bboy Milo”. El Breakstars hace referencia al grupo de baile que formó con amigos. Con ellos comenzó a bailar en su antigua casa, siempre en Quezaltepeque, y también practicó en el quiosco del parque de esa ciudad, el parque Roberto Argüello Morán.
Patricia ha visitado todas las morgues del país y se ha plantado atrás de la línea amarilla de las escenas de homicidio buscando a su hijo. Es odontóloga y espera reconocerlo algún día por su dentadura. “Últimamente, en estas épocas, yo lo que quiero es recoger las osamentas de él. Si es de reconocerlo, yo misma lo puedo reconocer, porque yo le arreglé sus dientes”. Mientras, seguirá limpiando el cuarto de su hijo hasta que ese día llegue.

 


 

Goles y medallas

 

 

“La Fiscalía General de la República dice que algunos familiares intentan mantenerse serenos ante una desaparición, pero recomienda que, mientras la persona no aparezca, se continúen celebrando los acontecimientos que son importantes para la familia. Aunque signifique un esfuerzo”.

Delantera. La familia de Jocelyn asistía a esta cancha a verla jugar. Este fue el primer lugar donde la vinieron a buscar el pasado 22 de mayo, en la noche.

En la cama donde una vez durmió Jocelyn Cisneros su familia tiene esta tarde parte de su ropa. Hay dos jeans doblados, una blusa blanca con puntos negros que su hermana mayor le regaló para un cumpleaños, dos camisetas con las que algún día jugó fútbol y una con el logo del Instituto Nacional General Francisco Menéndez, del que se graduó de bachiller.
También están la mochila y los cuadernos que ocupaba para ir a la Universidad de El Salvador, donde estudiaba Economía. De ahí volvía aquella noche del pasado 22 de mayo, cuando la vieron por última vez.

Alguien que ve por primera vez estas paredes no duda de la dedicación de Jocelyn. Aquí cuelgan cinco medallas que, entre 2016 y 2017, ganó jugando fútbol. Y hay dos más, estas las ganó por perseverancia como estudiante en 2015.

“Ella no quería que le celebraran los 15 años, sino que los 16, porque ella decía que no quería algo grande, sino que quería algo más sencillo. Para ella fue algo grandioso, hermoso”, dice su hermana cuando habla de otro de los recuerdos de Jocelyn que conservan. Es una muñeca color celeste, testigo de aquella celebración.
El padre de Jocelyn dice que tuvo acceso a los videos de las cámaras dentro de la UES, en los que se observa que su hija llegó a las 5:30 a la universidad. Media hora después salió a comprar con una compañera y luego estuvieron sentadas bajo un palo de conacaste. La compañera salió de la universidad a las 6 de la tarde y a los 10 minutos salió Jocelyn por la entrada de la plaza Minerva.

Es lo único que sabe porque, dice, las autoridades no colaboran.

A cuadras de esta casa ubicada al norte de San Salvador hay un parque pequeño con una cancha de cemento, encerrada entre tela metálica y oxidada. En esa cancha, hoy tapizada de hojas caídas, Jocelyn jugó fútbol con una selección de la colonia. Era delantera y goleadora. Desde la parte izquierda del parque su familia se reunió varias veces para verla jugar. Cuando desapareció, fue el primer lugar en donde la buscaron.

“Casi tres meses han pasado y no nos han dado ninguna respuesta. Uno, que está viviendo en carne propia este dolor, vive una incertidumbre”, cuenta su padre de regreso en la entrada de esta casa, donde esperan que Jocelyn vuelva.

 


 

La colección de peluches

 

“Muchos siguen buscando hasta que encuentran respuestas, aunque les lleve años. Desde su perspectiva, suspender la búsqueda antes sería como abandonar para siempre a la persona desaparecida”. Comité Internacional de la Cruz Roja.

“Aquí vi mucho sus caprichitos de niño. Vi mucho su infancia, corrimos juntos, gritábamos, nos deslizábamos juntos. Jugábamos pelota. Fue un lugar muy bonito para hacer contacto entre madre e hijo”. María Elena Larios está sentada en un borde del parque Cuscatlán. En las piernas tiene un peluche del Demonio de Tazmania que viste una camiseta blanca. Y con la mano izquierda sostiene una fotografía del rostro de Heriberto Antonio González, su hijo.

Aunque no está habilitado para el público, desde afuera de la Sala de Exposiciones Salarrué, el parque Cuscatlán es un espacio de San Salvador que le recuerda a Heriberto, a quien vio por última vez el 6 de marzo de 2010, cuando salió, solo y de 18 años, hacia Estados Unidos.

Desde entonces, María Elena conserva una colección de peluches del Demonio de Tazmania –“los Taz”, le dice ella– que dejó Heriberto. Recuerda que él, siempre que podía, compraba un peluche de ese personaje.

Esta mañana ella también carga otra foto de Heriberto. La lleva guardada en un sobre manila. El niño está parado frente a uno de los árboles del parque Cuscatlán. De eso ya han pasado 26 años. La foto tiene escrito atrás: 14 meses.

“¿Por qué cree que ando encima, encima, encima y no me gasto?”, pregunta María Elena. “Porque lo voy a encontrar», dice segura con una sonrisa. En los tres recorridos que ha hecho en México con la caravana de familiares de migrantes desaparecidos, entre 2016 y 2018, ha encontrado pistas, dice, que le dan esperanza.

 

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