RAZONES SUBYACENTES

El aludido saltó hacia el ventanal abierto, quizás con ánimo de salir volando, aunque en realidad se quedó en el mismo sitio.

RAZONES SUBYACENTES

–¿Y usted por qué quiere que le llamen Phillip?

–Es un simple capricho, muy a la moda.

–No le creo: debe haber algo más.

–Bueno, si a usted le parece así es porque algo se me nota, ¿verdad?

–Claro: se le nota que quiere esconder su nombre original…

Gesto de reserva nerviosa. ¿Y entonces?

–¿Y cuál cree usted que es mi nombre original?

–Me imagino que Felipe.

–Frío, frío.

–Ah, pues entonces el misterio es más profundo.

–¡Averígüelo ya, hombre, que está muy claro!

–Ummmm…

–Cabal, dijo Varela: me llamo Félix.

–¿Cómo yo?

–Pues sí, hombre, como vos, que sos mi otro yo.

–¡Uy, qué miedo! ¡Hasta la vista!

RESPONSABILIDAD SOCIAL EXISTENCIAL

Aquella tarde, como lo hacía cada cierto tiempo, se alistó para emprender la excursión vespertina. Y tal excursión era siempre un reto imaginativo, porque nunca sabía de antemano cuál sería la ruta del recorrido. En esa oportunidad casi se disfrazó de duende, aunque eso sólo él podía advertirlo, porque era una identidad perfectamente adaptable a la que podía corresponder a un jovencísimo turista de mochila de los que hoy proliferan en los espacios abiertos.

Salió al callejón por el que apenas se lograba caminar ya que los balcones de cada lado de la vía casi se tocaban las manos al menor impulso. Avanzó, con las luces aletargadas del atardecer a su alrededor, y muy pronto estuvo frente al predio arbolado que era el único pulmón vegetal de la zona, sobrepoblada de sencillísimas viviendas y de pequeños negocios familiares.

Se detuvo ya con los árboles enfrente, e hizo una especie de reverencia como si se hallara ante un templo. Inclinó la cabeza, unió las manos y murmuró:

–Hermanos, recíbanme con la fraternidad que nos une desde siempre. Vengo a compartir con ustedes esta comunidad de destino. Somos un grupo de iguales, no por el cuerpo sino por el alma…

Y tal invocación fue el llamado a iniciar la ceremonia íntima y ancestral. Los ramajes se fueron juntando en gesto de bienvenida, y en los segundos siguientes se comenzó a oír un canto que era una mezcla de alabanza religiosa y de pieza pop. Y el duende saltaba entre las ramas, con entusiasmo indescriptible.

A FUEGO MANSO

Recordaba vívidamente los ya remotos años en que la proximidad de la época de las lluvias hacía imperioso eliminar por la vía del fuego los montarrascales acumulados a lo largo del verano para preparar los terrenos en los que se harían las siembras por venir. Y ese recuerdo se le había venido trasvasando anímicamente en el curso de su evolución personal, que era la de un imaginativo que anhelaba conectarse con su realidad de modo cada vez más entrañable; y, si era posible, sin que eso pudiera ser percibido desde afuera.

Ahora, ya en plena adultez y con responsabilidades familiares propias, iba sintiendo que aquellas imágenes no sólo se le multiplicaban por dentro sino que se le estaban convirtiendo en un mosaico móvil que transitaba con toda libertad por los distintos ámbitos de su conciencia. Y en ese momento preciso, cuando se asomó a la ventana de su alcoba nupcial y se puso a contemplar cómo a lo lejos se multiplicaban las quemas en las áreas más próximas de cultivo, sintió que todo estaba enlazado en su memoria y en su presente.

–¿Estás cansado, mi amor? –le preguntó ella, que acababa de entrar.

–¿Cansado? ¡No! Estoy deseoso de salir a caminar sin rumbo…

–Entonces, vamos.

Sin decírselo, tomaron la dirección de las pequeñas llamas invasoras. Y cuando las tuvieron a la mano, él se arrodilló, como si estuviera en una capilla de íntima confianza. Ella se quedó de pie, observándolo con una sonrisa casi maternal. Unos instantes después, ambos siguieron caminando.

–¿Adónde vamos? –preguntó ella, con voz ilusionada.

–¡A gozar de nuestro propio fuego, para que cuanto antes venga la siembra!

«QUERIDOS AMIGOS:

Les hago llegar un saludo diferente a los de siempre, porque esta vez lo hago desde mi cueva favorita, en el interior de mi cerro espiritual, que alguna vez quisiera ser pirámide. Yo, como bien saben, estoy ahora bien cerca y bien lejos, igual que ese vientecillo que se mueve entre las ramas.

Quisiera estar seguro de que ustedes me recuerdan, pero no digan nada al respecto, porque a veces la duda es la mejor recompensa. Y aunque parezca que les escribo, en verdad lo que hago es suspirar con letras, como los sabios anónimos. Ayer alguien me aconsejó volver a mis antiguas amistades, que son ustedes. Sigo el consejo, porque me estoy volviendo sabio, jajá. Ya no soy un alma en pena: soy un alma en gozo.

Y voy a decirles algo muy en confianza: yo no estoy vivo ni estoy muerto. Vivo en un puente colgante, que es la memoria. Sigamos en contacto, aunque ustedes no me respondan. La eternidad es así. EL ETERNO DESCONOCIDO».

INVITADA DE HONOR

El encuentro hogareño tenía la intención de convertirse más temprano que tarde en una fiestecita con todos los excesos posibles. Fueron llegando los convidados, muchos de ellos en forma puramente espontánea, porque así era la costumbre de los integrantes del grupo desde que este nació cuando algunos de ellos aún no habían dejado de ser niños en aquella colonia de las afueras de la ciudad, a la par de la Carretera Troncal del Norte.

La familia había crecido, como es natural con el paso del tiempo, y muchos de los nuevos miembros apenas podían identificar a los más remotos. Cosas de la edad, sobre todo en esta época en que la convivencia entre generaciones va semejándose cada vez más a un juego de azar.

–Este día tenemos una invitada muy, pero muy especial –dijo uno de los mayores, soltando su carcajada de siempre.

Los demás apenas repararon en el anuncio, porque le conocían la tentación bromista, que nunca fue muy original.

–¡Ey, pongan atención, que estoy hablándoles en serio!

Unos estaban ya sirviéndose sus tragos y sus copas. Otros conversaban animada y bulliciosamente. Algunos parecían a punto de bostezar.

Y la voz casi infantil se alzó:

–¿Y dónde está esa invitada, que no se ve por ningún lado?

El aludido saltó hacia el ventanal abierto, quizás con ánimo de salir volando, aunque en realidad se quedó en el mismo sitio:

–¡Ahí entre las nubes, vengan a saludarla, malcriados! ¡Es la luna nueva, que anuncia siempre nuevos comienzos!

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