Historias sin Cuento

Lo de ella, una especie de uniforme de batalla. Lo de él, un pantalón y una camisa flotantes, con simulación de alas.

REGRESAR AL FINAL

Hizo todos los esfuerzos mentales y disciplinarios para obtener su grado académico al más alto nivel. Era esforzado por naturaleza, y tal condición estaba presente en todos sus ejercicios de voluntad, del tipo que fueren. Bueno, salvo en un punto: le era imposible, y siempre le había sido, controlar los impulsos del sueño, independientemente del lugar donde estuviera.

Sus familiares más cercanos ya estaban tranquilamente al tanto de tal condición y por eso la pasaban de largo sin ningún signo de alerta. Y sus amigos de siempre también. Bueno, salvo uno: el artista en cierne que conoció en una exposición de sus grabados imaginativos, ya que él también insospechadamente había empezado a sentir la vaga tentación de entrar en una de esas rutas creativas.

Ese amigo nuevo le dijo un día:

–Franz, tú eres un reconocido profesional de una de esas ingenierías de última moda, pero no creo que estés en lo tuyo.

–¿Y qué es lo mío? –le preguntó él con curiosidad casi inocente.

–Otra ingeniería, pero de las antiguas en el tiempo: la de las construcciones interiores…

–A ver, a ver, barajámela con más lentitud…

–Te lo digo con una sola frase: ese sueño que te persigue es tu propia búsqueda hacia adentro…

–¡Hombre, hablá claro!

–Aterrizo, entonces: ¿Qué te parece si intentás escribir tus memorias?

La risa se le volvió inevitable:

–¡Pero hombre! ¿Y qué tiene que ver el sueño con mis memorias?

–Eso es lo que vas a descubrir si te animás…

Unos cuantos días después, los dos amigos se encontraron de nuevo, y esta vez en el pequeño estudio del pintor imaginativo, y ahora por decisión no anunciada del novel ingeniero casi renunciante a tal ruta de vida.

–¡Hola, Franz, aunque no me avisaste que ibas a venir, sos bienvenido! Yo aquí paso, en intimidad con la imaginación…

–Quería decirte que ya estoy haciendo mi propio experimento. ¿Querés verlo?

–Sí, cuando querrás…

Entonces Franz comenzó a desvestirse y a enfundarse en una túnica que llevaba en un pequeño dispositivo. Luego buscó un rincón y ahí se tendió contra la pared en posición fetal. Unos segundos después, dormía profundamente, pero casi de inmediato se incorporó sin abrir los ojos. Y empezó a caminar como lo que ahora era: un sonámbulo.

El amigo se ubicó en un asiento próximo a contemplar la escena. Franz se sacó de algún hueco de la túnica un delgado cuaderno. Y en su momento se lo extendió a su amigo. Era el instante de despertar.

–¿Es tu diario?

–Adivinaste. Son mis recuerdos puestos en el papel…

–¿Y por qué no los estás escribiendo en la compu?

–Ah, porque recuerda que yo soy un ser de otro mundo mental, que deambula por su pasado y por su presente con toda la libertad del mundo. ¿No es lo que me auguraste?

Y ambos se abrazaron, como los hermanos inverosímiles que ya eran.

OTRA COPA, POR FAVOR

Cuando se trata de celebrar un acontecimiento tan entrañable como es el aniversario de bodas, lo que se impone como ilusión cumplida es hacerlo bajo la iluminación lunar. Y precisamente aquella vez su aniversario coincidía exactamente con la luna llena. Era, pues, una ocasión más que propicia para reverdecer laureles emocionales a la luz del generoso plenilunio.

Se preguntaron entonces con las miradas unánimes:

–¿A dónde vamos hoy por la noche?

Y la respuesta se dio por la misma vía:

–A la terraza de nuestro bar favorito.

Emprendieron camino de inmediato, y cuando llegaron al sitio lo encontraron cerrado, con un aviso en cartón sobre la puerta de entrada: «Clausurado por orden de la autoridad».

«¿Autoridad? ¿Y eso qué significa?», se preguntaron al unísono.

En un árbol vecino se oyó entonces un canto totalmente insospechado, porque estaban en pleno corazón urbano. Era un búho. Lo reconocieron, aunque era la primera vez que lo oían, y eso fue como una llave maestra para arribar al plano superior.

–¡Vamos, pues, al bar de los anhelos desconocidos a tomarnos una copa de inspiración sin límites!

–¡Vamos, que la noche es nuestra para siempre, como la vida en común!

BLACK FRIDAY

Por reflejo de lo que pasa en el Norte, las caudalosas ofertas comerciales del Black Friday estaban ganando cada vez más terreno. Y ahora también se empezaba a hablar del Ciber Monday. Y las experiencias al respecto iban de la mano con la sucesión generacional. Aunque, como siempre pasa, no todo podía ser previsible, porque como se dice por costumbre: cada cabeza es un mundo, que gira en su propia órbita. Así, pues, la casa de los Guerra Paz mostraba hoy su atmósfera propia, en la que las contradicciones parecían estar entrando en fase cada vez más surrealista.

Él, Ovidio Guerra, era la serenidad encarnada; y ella, Victoria Paz, representaba la adicción a los saltos en el vacío. Era, pues, como si sus respectivos nombres estuvieran invitándoles a la contradicción perfecta.

En ésas habían estado desde que se conocieron y muy pronto entablaran la relación permanente, que les surgió como un imperativo emocional irresistible. Ninguno de los dos se detuvo a reconocer la naturaleza posible de tal impulso, porque el sabor existencial del mismo era suficientemente vivo para que no prosperaran las preguntas dubitativas. Los jugos de la emoción pasional se les repartían por las venas como bocanadas de estación.

Y aquel día viernes, Black Friday, coincidieron en el impulso de ir a gastarse sus sueldos respectivos en los almacenes favoritos. Y por obra del azar se fueron de inicio a aquella tienda de vestimentas que estaban a un punto de ser disfraces, lo cual las hacía muy buscadas por los jóvenes del momento.

Anduvieron viendo perchas y estantes, como si peregrinaran por un mundo recién descubierto. Sus gestos faciales eran diferentes, pero de seguro venían de la misma fuente mental. Hasta que llegaron a aquel rincón. Ahí fueron directamente a lo que les captaba la atención con fuerza inefable:

–Quiero esta vestimenta.

–Yo, este juego.

Lo de ella, una especie de uniforme de batalla. Lo de él, un pantalón y una camisa flotantes, con simulación de alas.

Salieron de ahí con la emoción a flor de piel y a luz de labios:

–¡Aleluya!

–¡Aleluya!

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