Generación 2000: la esperanza traicionada

Nelly Milena fue la primera salvadoreña nacida en el nuevo milenio. Fue la primera de una generación que ha llegado a su mayoría de edad con la certidumbre de que el Estado salvadoreño les quedó en deuda, sobre todo en su educación. Cuatro de cada 10 ingresaron tarde al sistema educativo y lo abandonaron sin completar el bachillerato.

Fotografías de Moisés Alvarado y Archivo
Fotografía LPG – Archivo

La última tarde de 1999, María Castellanos tomó un bus para conocer a su hija. Su esposo (un policía) estaba de servicio en Usulután. El viaje desde Jutiapa, Cabañas, hasta el Hospital Primero de Mayo en San Salvador fue largo. Así como la espera: el proceso de parto no terminaría sino hasta los primeros minutos del siguiente día, el 1.º de enero de 2000. Su hija, Nelly Milena, se convirtió en la primera salvadoreña nacida en el nuevo milenio.

Más tarde, en septiembre de ese mismo año, los 189 países miembros de Naciones Unidas, entre los que se encontraba El Salvador, decidieron comprometerse a cumplir con ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio, destinados a construir un mejor mundo para aquellos que comenzarían a poblarlo en el nuevo siglo. Las metas tenían que lograrse antes de 2015.

Si El Salvador fuera un alumno y estos compromisos fueran la asignatura a cursar, sería uno de los reprobados. Sobre todo en el apartado que corresponde a educación, en el que se estipula que todos los adultos en el país deberían tener, por lo menos, completada su educación primaria, el equivalente a la educación básica.

Nelly Milena fue la primera de 150,176 salvadoreños nacidos en 2000, una generación que este año llegó a la mayoría de edad. Y una que, en términos de acceso a la educación, llegó muy tarde y se fue muy temprano: cuatro de cada 10 entraron de forma atrasada al sistema y se salieron antes de terminar su ciclo de formación.

En un país ideal, cada niño debería empezar su educación en parvularia, entre los cuatro y cinco años. En 2005, cuando estos infantes tenían cinco años, solo un poco más de la mitad del total había sido inscrito en este nivel, según consolidados construidos por el equipo de LPG Datos basados en información proporcionada por el Ministerio de Educación.

Los datos de matrícula en 2007 mejoraron: 138,740 en varios niveles, empezando por parvularia 4. Se trata de una muestra de desigualdad, pues de ese grupo más de 14,000 iban adelantados, en segundo o tercer grado. Al menos 804 de los niños nacidos en 2000 nunca ingresó a un aula de clases en El Salvador, de ningún tipo.

Nelly Milena fue la primera de 150,176 salvadoreños nacidos en 2000, una generación que este año llegó a la mayoría de edad. Y una que, en términos de acceso a la educación, llegó muy tarde y se fue muy temprano: uno de cada cuatro entró de forma atrasada al sistema y se salió antes de terminar su ciclo de formación. En un país ideal, cada niño debería empezar su educación en parvularia, entre los cuatro y cinco años. En 2005, cuando estos infantes tenían cinco años, solo un poco más de la mitad del total había sido inscrito en este nivel.

Graduarse de bachillerato es una de las más grandes fronteras que enfrentan los jóvenes salvadoreños. En 2018, cuando llegaron a la mayoría de edad, solo un poco más del 23 % de los 150,000 nacidos en el primer año del nuevo milenio habían obtenido un título de educación media.

Nelly Milena pertenece a este selecto grupo. El año pasado obtuvo su certificado como bachiller después de incontables sacrificios de sus padres, un policía en activo y la directora de la Casa de la Cultura en Jutiapa. La joven tuvo la oportunidad de completar su educación hasta este nivel en su mismo municipio, sin tener que viajar a pueblos vecinos, un auténtico esfuerzo en un sitio al que separan del poblado más cercano kilómetros de una carretera sinuosa, entre montañas, y del que solo parten y llegan tres buses al día.

Para María Castellanos, su madre, es una auténtica bendición, un maná caído del cielo si lo compara con su propia historia. Ella pudo obtener un título solo yendo a estudiar a Ilobasco, en medio de los estertores de la guerra civil, los mismos que convirtieron, en la década de los ochenta, a Jutiapa en un pueblo fantasma. Todo se fue recuperando (los servicios básicos, las instituciones del Estado) solo hasta unos años antes de que naciera Nelly.

Ambas mujeres hablan desde la oficina que la madre ocupa en la Casa de la Cultura, que dirige desde hace 15 años, el mismo tiempo que tiene instalado el bachillerato en Jutiapa. María Castellanos conserva su sonrisa fácil, sus ojos vivos, los que quedaron retratados en las fotografías que le tomaron cuando nació su hija. Nelly Milena, en cambio, parece incómoda con la experiencia de hablar con un desconocido de su vida y la de sus contemporáneos.

Constantemente limpia el sudor de sus manos en su pantalón, mientras las palabras le salen a cuentagotas.
De la generación de los nacidos en el 2000, solo 61,000 han podido ingresar a cualquier nivel del bachillerato. Pero esa cifra choca con una paradoja, según lo señala Ricardo Montoya, subdirector de Reinserción del ISNA: una gran cantidad de secciones de bachillerato en el país están atiborradas de estudiantes.

“Esto significa que existe una necesidad para doblar la infraestructura y para capacitar a más maestros para este nivel. Eso se pinta difícil, somos el país que menos invierte en educación en toda la región. Además, tenemos un ministerio que continúa organizado para responder a una realidad de hace décadas”, comenta el experto.

A eso hay que añadirle la calidad en la educación. Para 2018, la nota promedio nacional de la Prueba de Aprendizaje y Aptitudes para Egresados de Educación Media (PAES) fue de 5.66. Nelly obtuvo una nota de 5, alta, sin embargo, si se le compara con el promedio de la escuela donde estudia, el Instituto Nacional de Jutiapa, que apenas llegó al 4.87.

Al ser la primera salvadoreña del nuevo milenio, se esperaría que a Nelly se le haya beneficiado de alguna manera. Según su madre, les dieron algunas canastas apenas nació. Una institución educativa en la capital, especializada en educación inicial, les ofreció una beca para que la niña fuera cuidada y estudiara en sus instalaciones hasta los siete años. Al vivir en Jutiapa, un poblado para el que hasta Ilobasco representa lejanía, tuvieron que declinar esa oportunidad.

“Hasta fuimos a ver las instalaciones, fíjese. Bien bonitas. Lástima que no pudimos aprovecharlo”, comenta María, entre risas.

Adultez. Nelly Milena muestra su DUI. Ella es una de las 98,168 personas que solicitaron el documento el año pasado, algo que no hicieron al menos 52,008 de los nacidos en el 2000.

Nelly Milena es consciente de que su infancia ha sido mejor que la de su madre. No ha tenido que trabajar constantemente, por lo que solo en algunas ocasiones ha engrosado las estadísticas de trabajo infantil (de los cinco a los 17 años), que según la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples (EHPM) de la Digestyc en 2017 tuvo un tamaño de unos 130,000 niños y adolescentes.

Casi toda su vida ha residido en una casa propia, comprada luego de que su padre fue a trabajar tres años a Estados Unidos, de 2003 a 2006. Durante ese periodo, María, su madre, mantuvo la casa y a sus tres hijas solo con el dinero que ganaba en su puesto en la Casa de la Cultura. Ahorró cada centavo mandado por su marido.

Nelly es consciente de ello, pero no por eso se siente satisfecha con su suerte. Ahora, su hermana mayor, Gabriela, está estudiando en el Megatech de Ilobasco una carrera técnica. Para sus padres, este es un gasto tan grande que no han podido hacer lo mismo por su segunda hija. El progreso de su educación ha pasado a un estado de hibernación mientras su hermana completa el suyo.

En Jutiapa, las oportunidades de trabajo distintas a la agricultura y a las labores del hogar son escasas. Pasan por las instituciones del Estado, como la alcaldía o la unidad de salud. Y poco más. Por eso, Nelly es, por ahora, una más de los jóvenes de entre 16 y 24 años que no estudian ni trabajan en El Salvador. La EHPM de 2017 coloca esta cifra en 359,670.

“Este grupo llama especialmente la atención, pues están en situación de riesgo al volverse blancos fáciles de grupos delictivos. Además, al no estar en el sistema educativo sus posibilidades de desarrollo profesional futuro se ven minados”, indica la Digestyc en el informe de la encuesta.
—Si llega a concretarse lo de ir a la universidad, ¿qué te gustaría estudiar? –se le cuestiona–.
—Estaba pensando en Administración de Empresas, pero después como que me arrepentí y estaba viendo la carrera de Turismo –comenta Nelly, con la timidez usual–.
—¿Pero lo seguro es que tus aspiraciones no son quedarte en Jutiapa para ser ama de casa?
—No. Pero no sé, como que estoy indecisa. Mi mamá me dijo que hasta que saliera la Gaby, entonces dije yo que iba a seguir investigando. Lo que le rezo a Dios es que la espera no se haga eterna.

Mientras eso no suceda, Nelly ha decidido ocupar su tiempo en el trabajo de su madre, enseñándole a otros jóvenes de Jutiapa lo que ha podido aprender hasta hoy: pintar, tocar guitarra, bailar, hacer manualidades. En El Salvador, solo el 4 % de los jóvenes nacidos en 2000 asiste actualmente a un aula universitaria o de educación superior.

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SU PRIMERA ELECCIÓN

Un total de 150,000 votos pueden inclinar cualquier elección en un país tan pequeño como El Salvador. Ese es el número de los jóvenes nacidos en 2000 que llegaron a la mayoría de edad el año pasado y que podrían participar en los comicios presidenciales del 3 de febrero.

Según la última encuesta publicada por LPG Datos, el 37.8 % de la población de jóvenes entre 18 y 25 años se inclina por un cambio de rumbo que no tenga que ver con partidos tradicionales. El 23 % no tiene una opción definida.
Nelly es una de las que tendrá la oportunidad de decidir en una urna por primera vez en su vida. Los temas políticos ocupan muy poco de su tiempo, concentrado en temas más urgentes para ella. Dice que no mira mucha televisión y escucha radio solamente por la música, sobre todo aquella donde destaca “el sonido de la guitarra”.

Su convivencia con internet, el medio con el que nació su generación, ha sido escasa por decisión de su madre: nunca instaló un servicio en su casa y tampoco le permitió tener un celular sino hasta que, el año pasado, cumplió la mayoría de edad.

“El internet para mí solo ha sido una necesidad para mis estudios”, comenta Nelly. Por eso le es difícil decir por quién votará el 3 de febrero. No sabe siquiera si se presentará a los comicios. Eso sí, Nelly está lista: sacó su DUI en diciembre del año pasado, algo que no han hecho todavía al menos 52,000 nacidos en el año 2000, según consolidados construidos por el equipo de LPG Datos basados en información provista por el Registro Nacional de las Personas Naturales (RNPN).

Estos resultan reveladores e indican, por ejemplo, la magnitud de la migración de este grupo etario. Existen municipios, como Tonacatepeque, donde el número de duis donde se ha indicado ese sitio como residencia (1,276) supera mucho al de nacidos en el año 2000 (949). Justamente lo contrario sucede en lugares como La Unión, donde solo 567 personas han sacado el DUI en contraposición a 1,266 nacimientos registrados.

Lo que sí le gustaría, comenta Nelly, es un cambio, uno que le dé más oportunidades a alguien como ella sin tener que abandonar a los suyos, como lo ha visto tantas veces encarnado en compañeros de clases que un día se fueron y ya no volvieron. Que tomaron camino hacia Estados Unidos porque el lugar donde habían nacido ya nada tenía que ofrecerles. Incluso hubo algunos que se fueron después de obtener su título de bachilleres. Para Nelly, pensaron que ni ese anhelado sueño, graduarse, sería suficiente para alcanzar una mejor vida. Recuerda el caso de toda una familia, con hijos menores de 10 años, que tuvo que huir con rumbo al Norte.

Título de bachiller de Nelly Milena.

—Había un muchacho que me decía, “‘habemos’ tantos bachilleres que hasta hay para empedrar, pero trabajo no hay” –dice María, la madre, con una mirada más seria que de costumbre–, antes había como una esperanza en la educación media. Ahora ni eso tienen los jóvenes. Por eso dicen “¿para qué estudio?”, añade.

 

EL CORTE DE LOS 11 AÑOS

La educación es, como se ha visto, la más grande deuda del Estado salvadoreño con respecto a sus jóvenes del 2000. Sin embargo, la cobertura varía y va aumentando según los años. Hasta que se llega a la frontera de los 11 años, la edad en la que los niños escolarizados comienzan a abandonar la escuela.
En la generación de los nacidos en 2000, por ejemplo, cuando estos jóvenes tenían 10 años, en 2010, se registró la mayor cantidad de inscritos: 146,653, en niveles desde parvularia hasta el sexto grado. La cifra comenzaría a decrecer en 2011, con 145,574.

Y, como si se tratase de una curva perfecta, la tendencia continúa a la baja cada año: 145,110 (2012) 140,638 (2013), 133,409 (2014), 123,562 (2015), 105,425 (2016) y 87,414 (2017).

Para Ricardo Montoya, subdirector de Reinserción del ISNA, a la cabeza de ello hay una gran cantidad de factores: el ingreso al mercado laboral, el acoso de las pandillas (a los 11 se puede ser tanto asolado como reclutado), la lejanía de los centros escolares. O, simplemente, la pobreza.

“Programas sociales como el vaso de leche han ayudado, pero no han sido suficientes para lograr que los jóvenes se queden en la escuela, deben buscar formas para subsistir que los alejan de las aulas”, comenta Montoya.
En apenas siete años, la escolaridad en El Salvador para los nacidos en el año 2000 bajó en un 40 %. ¿Dónde se encuentran ahora esos 62,762 que en 2017 estaban fuera del sistema educativo?

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EL FUTURO

Para que la espera por seguir estudiando no se haga eterna, Nelly está pujando por un puesto como cajera en una caja de crédito de Ilobasco, con el que pueda pagar sus estudios. Lo hace por recomendación de Karina, una amiga de su madre que se han convertido en un auténtico modelo a seguir para ella: administradora de empresas que trabajaba mientras estudiaba, actual empleada de un banco. Alguien que, en palabras de Nelly, ya es “dueña de su vida”.

Mientras eso no suceda, Nelly ha decidido ocupar su tiempo en el trabajo de su madre, enseñándole a otros jóvenes de Jutiapa lo que ha podido aprender hasta hoy: pintar, tocar guitarra, bailar, hacer manualidades. En El Salvador, solo el 4 % de los jóvenes nacidos en 2000 asiste actualmente a un aula universitaria o de educación superior.
Desde la Casa de la Cultura de Jutiapa hasta su hogar no hay más de medio kilómetro de camino. Abren las puertas y adentro se revela una sólida construcción de tres cuartos, cuyas paredes están tapizadas con los logros de los hijos. Un espacio está reservado para que, en un futuro, el título universitario de Nelly pueda cubrir otro hueco verde.

El hogar. Nelly y su madre, María, posan en la fachada de su casa, comprada por su padre después de una temporada en Estados Unidos. Antes de su nacimiento, la familia no contaba con vivienda propia.
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