De cuentos y cuentas

El filtro de la pobreza

La pobreza es como un yunque atado al tobillo, es imposible que corras al mismo ritmo y logres las mismas distancias de quienes no lo tienen.

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Periodista

Es de todos sabido que los pobres siempre llevan las de perder. Son los más propensos a enfermar y a no tener una atención adecuada, los más vulnerables ante desastres naturales y los efectos del cambio climático, los que se las ven más difíciles para poder recibir educación y, por ello, son fácilmente manipulables. Siga usted la lista, le aseguro que nos resultará larguísima.

¿Cómo se rompe el ciclo de la pobreza? Esta pregunta ha generado miles y miles de páginas de análisis, estudios, diagnósticos, propuestas, planes. Algunas cosas han demostrado ser efectivas, como la atención temprana en salud y el acceso a educación de calidad. Un elemento importantísimo es la integración: dejar de pensar en “ellos” los pobres, y que ellos dejen de verse a sí mismos como parte de una gran masa excluida, algo que, aplicado desde los primeros años, abre los ojos de los niños y niñas y permite que los jóvenes se sientan capaces de ir más allá.

De nuevo, ayúdeme usted a seguir la lista de posibles soluciones, también es larga. Lo duro, lo difícil o casi imposible, ha sido que implementemos de forma eficiente estas respuestas que todos parecemos tener en la punta de la lengua. ¿Por qué es esto así? ¿Cómo podemos ayudar a cambiarlo?

La pobreza es como un yunque atado al tobillo, es imposible que corras al mismo ritmo y logres las mismas distancias de quienes no lo tienen. Es un cáncer, además, mata de a poco o de súbito, enferma, carcome, pudre. Es un muro que te cierra el paso, un candado que te bloquea oportunidades. Y la sociedad como conjunto es culpable de que esa gran parte de la población se sienta como paria debido a la falta de recursos. La pobreza es, en nuestras sociedades aspiracionales, una marca de vergüenza.

Volvamos a las posibles soluciones: la educación. En las zonas más pobres y marginadas es muy difícil encontrar educación de calidad, o que los padres prefieran que sus hijos estudien en lugar de ayudarles a trabajar y llevar más ingresos al hogar, sobre todo si son niñas. Supongamos este primer gran obstáculo: terminar la educación básica. Ahora toca viajar a algún lugar donde haya educación media para poder terminar el bachillerato. Si lo consiguió es el caso de cuatro de cada 10 jóvenes.

Ahora, la universidad. ¿La opción que se ve más accesible? La Universidad de El Salvador, por supuesto. El sábado 14 de octubre hubo examen de admisión. En uno de los edificios vi cómo a un joven no lo dejaron pasar porque no llevaba impresa su ficha —ahora el proceso es en línea— y los resultados de su examen de aptitudes. “No tengo impresora, pero aquí traigo anotado todo”, insistía el muchacho. La persona que estaba en la puerta se limitaba a enseñarle, cuando entraba algún otro aspirante a estudiar en la UES, los documentos que estos llevaban: “Así tenía que traerlo”.

Un ejemplo, tonto si usted quiere, pero que ilustra cómo la falta de recursos se convierte en un lastre que no nos deja avanzar. ¿Cómo podemos hacer esta carga más leve? ¿Cómo podemos ayudar a que se multipliquen las oportunidades? Somos un país pobre, sí, pero también uno en el que la riqueza existente está muy mal distribuida. En la redistribución juega un papel importantísimo el Estado, que, sin embargo, aún ha fallado en hacer que los servicios públicos marquen la diferencia para estos cientos de miles de salvadoreños atrapados en esta trampa de la pobreza.

Red Solidaria, un programa que llegó a un punto clave bajo la administración del Dr. Héctor Silva (QDDG) siempre ha sido uno de mis ejemplos favoritos de cómo el Estado puede redistribuir adecuadamente: eran transferencias de dinero condicionadas, una pequeña suma de dinero para las familias que enviaran a sus niños a la escuela y los tuvieran en control de salud. Un inicio, apenas, pero uno bueno. Una buena red de este tipo, con la garantía de clínicas adecuadas y escuelas bien equipadas, sería un excelente inicio para hacer la diferencia.

¿Qué podemos hacer, por otra parte, usted y yo para marcar la diferencia? Empecemos a pensar y ayúdeme usted a hacer la lista, le aseguro que también nos saldrán bastantes y buenas ideas. Le dejo la primera: dejemos de discriminar a la gente por lo que tiene o no tiene y, cuando pueda, échele la mano a quien lo necesite.

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