Café sin azúcar

Vergüenza ideológica

Alguien sin ideología va a inclinarse por lo que más le conviene y no por principios. No los tienen. Y es aquí cuando el nepotismo se comienza a disfrazar de méritos.

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Economista salvadoreño radicado en Chicago, Estados Unidos

Hoy en día, la ideología pareciera ser algo satanizado. Son pocos quienes dicen abiertamente identificarse con uno u otro conjunto de ideas. Tomando en cuenta que estamos a menos de seis meses de las elecciones de alcaldes y diputados, me parece importantísimo revisitar el tema de ideologías. Es en estos meses pre-electorales donde usualmente nos formamos una mejor idea de los méritos y aptitudes de quienes están optando por un puesto de elección pública.

La ideología es un conjunto de ideas, reflejan nuestra idea de cómo pensamos que funciona el mundo y el enfoque que se debe tener para generar soluciones a problemas de país. Por ejemplo, alguien puede pensar, desde su tendencia ideológica, que la mejor manera de combatir la pobreza es generando empleos por medio del fortalecimiento del sector privado. Otra persona, desde su ideología, puede pensar que la mejor manera de hacer esto es que el Estado redistribuya la riqueza generada por los privados. No es mi intención abrir debate sobre cuál de estas visiones se acerque más a la realidad, sino resaltar que son maneras distintas de encarar el mismo problema.

Es así como podemos tener predictibilidad de qué tipo de decisiones se tomarán una vez en el poder.

Ser afín a una ideología tampoco significa no poder debatir, ni poder llegar a consensos, ni poder cambiar de opinión. Ninguna ideología tiene la razón absoluta ni la mejor manera de resolver temas de país. Es por medio del diálogo y la apertura a escuchar las ideas de los demás que se llega a mejores soluciones. Las ideologías tampoco son unidimensionales, “derecha” contra “izquierda” tienen implicaciones distintas, donde el espectro se expande a hablar más de libertades individuales y económicas. Sin embargo, hay quienes (y esto viene de décadas no es propio de solo esta administración) prefieren manejar un discurso apartado de ideologías.

¿Cuál es el problema con esto? Suena muy bonito y conveniente decir que no se tiene ideología o que se está por encima de ellas. Cuidado con estas personas. El no tener ideología es no tener una brújula con la cual guiamos nuestro actuar. Usualmente este tipo de personas usan eslóganes tibios como “creemos en la gente” o en “el estado de derecho” o “estamos en contra de la pobreza”. Estos eslóganes venden electoralmente pero no nos dicen nada de qué esperar del tipo de políticas públicas que se pretende ejecutar, nos hablan del “qué” pero no el “cómo”. Engloban todo lo “bueno” en abstracto y le permiten al populista etiquetarse como que está “del lado del “pueblo” y a todos sus opositores como “enemigos del pueblo”.

Es útil para el votante tener candidatos que se identifican con una ideología, ya que podemos exigir un actuar coherente. Sabemos sus posturas. Alguien sin ideología va a inclinarse por lo que más le conviene y no por principios. No los tienen. Y es aquí cuando el nepotismo se comienza a disfrazar de méritos y capacidades falsas. Es aquí cuando las acciones “pro-pueblo” se traducen en que allegados al círculo de poder vendan mascarillas a sobreprecio al Ministerio de Salud.

Nunca vamos a estar de acuerdo en todas las opiniones y posturas que un partido o una persona puedan tener. No hay dos personas que piensen exactamente igual. Sin embargo, tenemos que votar. El votar es como el transporte público; difícilmente nos va a llevar exactamente al destino que queremos, pero nos va a llevar cerca de este. La diferencia está en cuánto y desde dónde queremos caminar para llegar a ese destino.

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