Uniones tempranas están fuera del radar de delitos

En 2017 se prohibió el matrimonio con menores de edad. Pero las uniones tempranas, que sirven de marco a delitos de violación y estupro, siguen vigentes y no se denuncian. El 100% de las personas entre los 12 y 14 años que, en 2019, dijeron vivir en pareja es mujer.

“Él me mandó la solicitud y empezamos a hablar por Facebook. Anduve poco tiempo con él”. Así cuenta Joanna la historia de cómo conoció a su primer novio. Baja un poco el tono de voz para decir que tuvieron una relación por seis meses y que, entonces, decidieron irse a vivir juntos. “Yo tenía quince años. Él tenía veintiocho”, agrega.

Ahora, Joanna tiene 18 años de edad, un hijo de dos y un compañero de vida de 31. “He pasado por muchas cosas”, dice mientras revisa su celular. Otras cinco menores de edad la escuchan, sentadas a su alrededor, en una salita de láminas con aire acondicionado. Todas viven en pareja con hombres mayores. Todas han tenido hijos. Hablan de sus rutinas sin caer en la cuenta de que lo viven está clasificado en las leyes vigentes como un delito.

Afuera, hace calor y se escucha el llanto de un bebé.

Hasta 2017, el Código de Familia permitía las uniones matrimoniales con menores de edad, con el consentimiento de los padres, si existía un hijo de esta unión o si la menor estaba embarazada. Esta legislación entraba en contradicción con el Código Penal que, ya desde 1999, penaliza las relaciones sexuales con menores de 18 años. Con la reforma de 2017, se prohibieron los matrimonios con menores de edad. Sin embargo, las uniones libres, las uniones tempranas, no se mencionaron en dicha reforma.

La Encuesta de Hogares y Propósitos Múltiples (EHPM) de 2019 da cuenta de que en las edades comprendidas entre los 12 y los 14 años de edad, un total de 258 adolescentes declararon vida en pareja. Cuando este dato que reta las leyes se desagrega por género, no aparece nadie de género masculino. Lo que permite concluir que esas 258 personas de entre 12 a 14 años son niñas y conviven, como Johana, con hombres adultos.

Las uniones tempranas están normalizadas y no se relacionan a la primera con violencia sexual, de acuerdo con Lucy Luna, directora de la Asociación Salvadoreña Pro-Salud Rural (ASAPROSAR). Luna asegura que las niñas son vistas por sus familias y por la comunidad como objetos que “se entregan a alguien que sea capaz de tomar decisiones por ellas”.

La historia que hoy cuenta Joanna comienza entre el noveno grado y la orientación vocacional de la escuela. “Me metía a talleres en la tarde para escaparme”, cuenta entre risas. Las demás también ríen. “Yo también lo conocí por Facebook”, interrumpe Susana, una muchacha tímida de 16 años y de cabello liso hasta la cintura. “Me invitó a almorzar y ahí nos conocimos”, comparte. “Yo tenía 14 y él, 30”.

Joanna, Susana y sus compañeras son seis de las 38,522 niñas y adolescentes entre 12 y 19 años registradas en unión libre en 2019 en la EHPM. “Tenemos evidencia solo por la Encuesta, pero de las uniones libres no se lleva ningún registro oficial”, dice Silvia Juárez, Coordinadora de programas de la Organización de Mujeres Salvadoreñas por la Paz (ORMUSA). Esta institución mantiene un observatorio de violencia sexual. De acuerdo con este registro, ocho de cada 10 mujeres atendidas por violencia sexual en la red de salud pública durante el primer semestre de 2020 fueron menores de 18 años.

El Código Penal, que determina en el artículo 159 que si un adulto “tuviere acceso carnal por vía vaginal o anal con menor de quince años de edad” incurre en un delito de violación y se expone a una pena de 14 hasta 20 años de prisión. Si la relación se da entre un mayor de edad y un menor entre los 15 y los 18 años, el delito es estupro y la pena máxima es de 12 años de prisión.

Marina Ortega, directora de la unidad de la mujer de la Fiscalía General de la República (FGR) asegura que “existe la ley” y que “hay que trabajar en divulgarla”. Ortega destaca que la prohibición de los matrimonios con menores de edad fue un “logro” en el cumplimiento de los derechos de la niñez y la adolescencia. Sin embargo, el Código Penal no incluye ningún apartado que hable de uniones tempranas: “No va a encontrar la figura de acompañarse con una niña como delito”, agrega. El hecho de convivir con una menor de edad calificaría como violación o estupro, si se denuncia, admite la fiscal.

Joanna y sus compañeras cuentan sus experiencias desde el anonimato. Saben que su historia es similar a la de muchas otras niñas y adolescentes cercanas. Sin embargo, nadie afuera del cuarto puede saber que ellas narran sus vivencias, eso sería como denunciar un hecho que, desde donde ellas hablan, no se reconoce como violencia.

Chocolates, películas y ropa

Mirna es la más sonriente del grupo. “A mí me gusta lavar mi ropa y la de la niña”, dice. El llanto que se escuchaba hace un rato era el de su bebé: tiene nueve meses y se llama igual que ella. Mirna se levanta la blusa de tirantes para darle de mamar. “Pero lo que más me gusta es ver televisión”, dice. Mirna tiene 14 años, su compañero de vida tiene 19. Cuenta que un día fue a hacer tareas a casa de una compañera y ahí lo conoció. “Él estaba viendo la película Transformers, y a mí esa me gusta”, dice. Después, le pidió que fueran novios. “Yo tenía 13 y él, 18. A los dos meses, me fui con él”.

El embarazo en adolescentes “reduce las posibilidades de que la madre termine satisfactoriamente sus estudios, obtenga un empleo digno, tenga ingresos que permitan satisfacer las necesidades básicas de su familia y, por tanto, que cuente con las condiciones para garantizar un desarrollo integral de sus hijos o hijas”, se lee en el documento “La situación del embarazo en adolescentes en El Salvador”, una investigación del Instituto Salvadoreño para el Desarrollo Integral de la Niñez y la Adolescencia (ISNA) publicada en 2019. El embarazo en adolescentes, en otras palabras, perpetúa la pobreza.

En las uniones tempranas las voluntades de las niñas están viciadas, “están motivadas por vivir en condiciones precarias”, contextualiza Juárez, desde ORMUSA. “La salida que el sistema les da es huir. Y la única forma es con un hombre que les hizo caso, que les prometió el cielo y la tierra. La pregunta es: ¿hasta dónde escogen las niñas o hasta dónde las orillamos a que tomen estas elecciones?”, agrega, además, que estas uniones son cómplices de la violencia sexual. El Informe semestral de Violencia Contra la Mujer, del Ministerio de Justicia y Seguridad Pública, indica que en el primer semestre de 2019 se registraron 3,138 hechos de violencia sexual contra mujeres. De este total, 1,565 ocurrieron en casa de las víctimas.

“Un día, fuimos a comer pupusas y, otro día, me llevó a comer pizza. Me regalaba ramitos de flores y un día me regaló una mudada de ropa”, narra Mirna con una sonrisa. “Es bien lindo, quisiera que me diera un teléfono con internet”, cuenta. Joanna interrumpe el relato y dice que su compañero prefiere darle dinero para que ella compre la ropa. Damaris levanta la mano. Tiene 17 años y es madre de un niño de un año. “A mí me gusta que él me compre ropa”, dice. “Él” es su compañero de vida y padre de su hijo. Tiene 25 años y es técnico de electrodomésticos. “Lo conocí cuando llegó a arreglarnos un teléfono y me gustó. Era bien detallista, me daba chocolates o cualquier cosa”, dice. Sus ojos indican que está sonriendo debajo de la mascarilla.

Para Roxana Salazar, psicóloga de ASAPROSAR, el factor económico no es la única razón por la que las niñas incurren en uniones libres a temprana edad. Asegura que las percepciones negativas del amor y la afectividad normalizan uniones entre una niña y un hombre: “Un chocolate, un ramito de flores, para ellas refleja afecto, amor”, explica. Las niñas de este grupo se desarrollan en un ambiente de comercio informal y alto riesgo social. La psicóloga agrega que “el pensamiento de la niña suele ir en función de que en casa solo recibía golpizas, maltratos y nadie le ponía atención; al formar su propio hogar, hay una esperanza de que esto cambie”.

Sin denuncia

“Yo tuve una mala experiencia una vez. Conté algo, lo denunciaron y yo no quería eso”, dice Joanna. El tono de su voz es ahora serio. Se frota las manos mientras habla. Cuenta que un tío con el que vivía la intentó tocar una vez. “Mi mamá me llevó al psicólogo y ahí lo denunciaron”, explica. Lo supo porque, meses después, ella y su familia recibieron un citatorio. Cuenta que toda su familia le dio la espalda. Que se enojaron por haber contado lo que pasó. “Mi abuela fue a parar al hospital”, dice ahora entre lágrimas sin dejar de frotarse las manos. “Decidí decirle a las autoridades que yo había inventado todo, con tal de que mi abuela se pusiera bien”, dice. Damaris le pasa un pedacito de papel higiénico. Las demás guardan silencio.

“Mi pareja sabe todo lo que yo he pasado. Él me dice que no le hable al tío, pero yo no puedo tener rencor. Porque, al final, él me crió y sé que todos cometemos errores”, dice Joanna. Tiene la mirada perdida en el suelo del cuartito de lámina. La bebé de Mirna rompe el silencio con un gritito. Joanna se limpia el rostro con el papel higiénico. “No sé si mi tío ha cambiado. Siempre me ayuda con mi bebé, pero yo sigo con la misma desconfianza. No se lo dejo mucho tiempo a él”, dice.

Para Lucy Luna, el trabajo comunitario en ASAPROSAR, ha demostrado que el desconocimiento de las leyes permite que los casos de estupro o de violación nunca se conviertan en denuncias. “La gente no lo ve como algo que podría ser penado, es completamente normal”, asegura. Estas uniones funcionan como acuerdo con la familia de las niñas: “Para evitar ir preso, el hombre se hace cargo de la niña”, dice Luna. Al respecto, la fiscal Ortega no puede más que admitir que “son una práctica, una creencia, pero no una salida legal” porque, repite, “las relaciones sexuales con menores de edad están sancionadas con cárcel, aunque las uniones libres no aparezcan mencionadas”.

“Así son para mí estas cosas. Ya eso pasó, ahí acabó y la vida sigue”, dice Joanna más tranquila, más resignada. A ella la cubre, en teoría, el artículo 55 de la Ley de Protección Integral de la Niñez y Adolescencia (LEPINA), que dicta que los niños, las niñas y los adolescentes tienen el derecho a ser alejados el abuso sexual. Los artículos que van del 203 al 213 regulan el proceso de denuncia y judicialización de los casos. Las denuncias deben incluir a detalle todo lo sucedido en el caso: una vez se reúnan los requisitos estipulados por la ley, la denuncia podrá ser aceptada por el Consejo Nacional de la Niñez y la Adolescencia (CONNA). El portal de la institución, sin embargo, no da detalles del tiempo de respuesta.

“Esto (la resolución) puede tomar desde un año y medio hasta tres años”, dice Salazar de ASAPROSAR. Para la psicóloga, el proceso de denuncia es agotador para las víctimas: “El sistema judicial está pensado para descalificar la palabra de la niña”, dice.

Herencia

“Yo confío bastante en mi mamá”, dice Mirna. “Ella me dice: ‘cuando te falte el respeto, vos quedate callada, para evitar problemas’”. Susana, que no había hablado, la interrumpe en tono de consejo: “Acuérdese, que de novios son detallistas y todo, pero ya estando juntos…”. No finaliza la oración, pero todas sus compañeras entienden.

La violencia, analiza Salazar desde sus casos atendidos, no acaba cuando la niña “huye” con un hombre mayor, los ciclos de violencia continúan dentro de las uniones tempranas: “Si la niña ha estado expuesta a un contexto de violencia intrafamiliar y se encuentra con un hombre que le ofrezca golpearla, lo que está haciendo es reafirmarle que esto es normal”, explica. “Detrás de una niña abusada hay una mamá abusada”, concluye la psicóloga.

“Yo no confío mucho en mi mamá. Siempre me mete cizaña”, dice Joanna. Cuenta que su madre siempre le pide que deje a su compañero de vida. “Me lo pidió la primera vez que nos faltamos el respeto”, dice. “Faltarse el respeto” es, en este contexto, una discusión de pareja que termina en golpes. “Yo mejor ya no le hago caso”, agrega.

Conseguir un trabajo

Susana quisiera un trabajo. No sabe qué tipo de trabajo, “solamente conseguir uno, lo que sea”. Su compañero de vida “tiene trabajos temporales”, según cuenta. “Por eso, yo quisiera trabajar, quizás, en una fábrica donde se hace ropa”, dice. Las demás la observan. “Yo quisiera ser ‘teacher’ de inglés”, dice Damaris. “Yo profesora de ciencias”; “Yo quisiera un negocio propio”, dice otra más. “El problema es que, como llegué hasta tercer grado, no creo que me agarren en ninguna fábrica”, dice Susana. “Imagínese yo, que ni por ser bachiller me agarran”, le contesta Joanna.

Las seis adolescentes que conversan en el cuartito de lámina esta mañana comparten semejanzas con otras 115,954 niñas y adolescentes entre 4 y 17 años que no asistían a clases en el 2019 a escala nacional según datos de la EHPM. La misma encuesta señala que 8,617 de estas menores no estudiaban por dedicarse a “quehaceres domésticos”, mientras que 945 abandonaron la escuela por embarazo o maternidad.

De acuerdo con la encuesta, una mujer que no haya aprobado ningún año de estudio tendría acceso a un salario mensual promedio de $183.81. Una mujer que haya aprobado entre 10 y 12 años de estudio devengaría $306.38, y aquella que haya aprobado más de 13 años podría acceder a un promedio de $560.62 mensuales. De las seis adolescentes que han compartido sus testimonios, solo Joanna es bachiller. Las otras cinco no aprobaron más allá del séptimo grado.

La percepción social de las niñas y adolescentes madres y/o en unión temprana es, de acuerdo con Juárez, de ORMUSA, de desesperanza: “Ya se embarazó, o ya se acompañó, ya es causa perdida y su vida ya es una vida perdida”. Para las organizaciones sociales es importante que el estado y la sociedad salvadoreña garanticen una especie de “reinserción social” para estas niñas.

“A mí me gusta pintar pelo y poner uñas”, dice Mirna con su bebé en brazos. Son las 11 de la mañana y las adolescentes deben asistir a un taller de cosmetología. Esperan a Susana, que tiene que buscar a su bebé en la sala guardería. Comparten jugos en lata y galletas. “Yo quisiera enseñarle a niñas como yo a pintar pelo”, cuenta Mirna. “Y, en un futuro, poner mi propio salón y que se llame como ella”, dice mientras arrulla a su bebé.

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