Abuela de víctima, madre de acusado

Zoila se enteró del entierro de cinco miembros de una misma familia víctimas del Caso Chalchuapa a través de una página de Facebook. Nadie le dijo a ella que, entre los restos que velaban en San Sebastián Salitrillo, se encontraban los de Gadiel, su nieto de dos años. A Zoila, que además es madre de uno de los acusados por el testigo Estévez, nadie le brinda información sobre el caso.

En la parte alta del caserío Naranjo, en Atiquizaya, entre las laderas de maíz y maleza alta, la señal telefónica y los planes de datos móviles funcionan, con suerte, algunas horas al día. El 7 de octubre por la tarde, los datos de los celulares en casa de la familia Sigüenza funcionaron. Así fue como Zoila Martínez se enteró, a través de una página de Facebook, que en San Sebastián Salitrillo, un municipio en el que ella jamás ha estado, velaban los restos de cinco miembros de una misma familia.

Una fotografía de un banner con los rostros de las víctimas daba vueltas por la red social Facebook. “Reconocí a mi nieto”, dice Zoila. Hasta aquí arriba no había llegado la noticia principal de ese día: la Fiscalía General de la República había entregado 12 restos encontrados en las fosas de la casa del expolicía Hugo Osorio en Chalchuapa. 

“A mí, los cipotes me enseñaron la foto del niño en el celular”, dice Zoila. Y es que para ella, la entrega de restos era, a todas luces, sinónimo de esperanza, de, por fin saber algo acerca de Gadiel, a quien no ve desde mediados de 2020. Y de saber, también, cualquier cosa sobre el proceso judicial de su hijo, Ernesto Sigüenza. De acuerdo con la acusación de la fiscalía, a Gadiel lo mató Ernesto.

Sigüenza guarda prisión preventiva desde el 19 de mayo. El soldado, de 26 años de edad, está señalado por el testimonio del testigo criteriado Estévez, sobre el cual se ha basado toda la investigación de la FGR, por asesinato de Gadiel y de otras tres personas. La familia de Sigüenza, sin embargo, asegura, por fuente del defensor del soldado, que está siendo procesado por dos homicidios: el de su hijo y el de su expareja, madre del niño, Dania.

Zoila, quien había recibido a Gadiel en su casa y quien participaba en los preparativos de una fiesta de cumpleaños para el niño, tuvo que enterarse del entierro a través del celular porque, según cuenta, nunca tuvo comunicación alguna con la familia materna de su nieto Gadiel. Conoció a Dania, la madre del niño, el día del nacimiento, dice. El contacto después de esa ocasión fue, explica, nulo. No tiene, fuera de la cárcel, a nadie que la una con la más joven de las víctimas del caso.

La última vez que Zoila habló con la policía fue el 9 de mayo, cuando agentes subieron hasta su vivienda para recabar información del caso. Ella rogó por una explicación, por algún detalle. Y, sobre todo, por un pronóstico de la situación de su hijo. “Si él no tuvo nada que ver, él le va a regresar”, fue la respuesta de uno de los policías. Desde entonces, ninguna autoridad habla con ella. 

Lo último que el abogado dijo a la familia fue que los resultados de la prueba de ADN son parte vital en el proceso judicial de Ernesto. Esto es lo que, según Zoila, el defensor explica cada vez que ella, o cualquier otro familiar del acusado, hace alguna consulta sobre el caso. “Siempre nos decía que esperando la prueba estaba para poder continuar”, relata la madre. Por eso, la noticia de la entrega de los restos la llenó de esperanza.

El defensor su hijo, sin embargo, no sabía nada sobre la entrega de los restos. “Ni yo sé de eso”, fue la respuesta que le brindó, a través del teléfono, aquel 7 de octubre cuando ella le comentó que se había enterado de por las noticias de lo que ourría en San Sebastián Salitrillo. 

Madres que solo pueden esperar

 La última vez que Zoila vio a su hijo Ernesto fue el 8 de septiembre. Ese día, el abogado del caso notificó a la familia de una audiencia para revisión de medidas contra tres de los 10 acusados por el testigo Estévez. “Lo vi de lejos. Metieron el carro hasta el fondo y no dejaron pasar”, relata la madre. Ella preparó, en el cerrito de Atiquizaya, ropa limpia en caso de que el Juzgado Especializado de Instrucción para una Vida Libre de Violencia y Discriminación para las Mujeres de Santa Ana dictaminara que Ernesto Sigüenza podía continuar el proceso judicial en libertad. Solo le permitieron pasar algunas camisas blancas: Sigüenza continúa en prisión preventiva.

 “Yo lo vi normal, de lejos, aunque sea. Pero quién sabe cómo se sentirá él. Con él no habla nadie, él no sabe nada de su hijo”, dice. Ella convivió poco tiempo con su nieto Gadiel. “Solo con la mamá pasaba, aquí vino pocas veces”, cuenta. Allá arriba no queda rastro de estas visitas esporádicas. A Zoila no le queda más forma de recordar a su nieto que las fotografías que varias páginas de Internet difundieron el día del velorio.

 “Si usted aguanta, vamos al entierro”, le dijo su sobrina. Era 8 de octubre. La noticia también llegó a través de Internet. Zoila reconoce, sentada en el patio de tierra de su vivienda, que no habría resistido. A 12 días del entierro, Zoila sabe que los restos de su nieto descansan en el cementerio de San Sebastián Salitrillo. No se atreve, dice, a visitar la tumba. No sabe cómo llegar hasta allá. Las únicas personas que conocen la ubicación exacta del lugar donde descansan los restos de su nieto son desconocidas para ella. Y, además, no se ve capaz de hacerlo. “¿Cómo me voy a sentir yo? Imagínese, mi hijo preso y toparme con eso del niño. No, eso no lo aguanto yo”, dice con un hilo de voz.

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