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Pandemia, jefe Seattle y Salarrué

El jefe Seattle como Salarrué coinciden en su apreciación sobre el amor a la naturaleza, que ambos nominan Tierra.

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No sé si los lectores han notado los efectos positivos que causa la suspensión del servicio público urbano en estos tiempos de crisis pandémica. Entre otras cosas, se ha borrado, por unos meses, el estruendo desde las cuatro y media de la mañana de los viejos buses urbanos corriendo como en autopista. Es ensordecedor para los que tienen la mala suerte de vivir en las calles céntricas. Ahora, hay silencio y es como volver al pasado, aunque no todo pasado sea mejor. Pero, además, se recalca el papel nocivo que juegan los gases para las enfermedades pulmonares. Estos son por falta de control institucional sobre despido de gases y por desconsideraciones humanas.

Según datos de Vigilancia Sanitaria de El Salvador, antes de comenzar la cuarentena por la pandemia (mediados de marzo) hubo 441,132 casos de Infecciones Respiratorias, 94,488 más con respecto al mismo período de 2019. Resulta un incremento del 27%. Y todo porque se ha ignorado, por intereses específicos, que se debe controlar la polución en general, en especial de los automotores. Esto pese a que existen leyes y reglamentos de tiempos atrás. Pero hecha la ley, bienvenida la corruptela.

El daño ambiental es un problema secular, hasta parecer casi irreversible el deterioro. No solo entre nosotros, sino a nivel planetario.

La actual pandemia, con su encierro, ha sido causante de angustias, depresiones y ánimos negativos, todo esto es explicable. El temor es mundial. Y estos resultados me han hecho reflexionar sobre dos cartas conocidas. Una es la del jefe indio Seattle, escrita en 1854, cuando era presidente de los Estados Unidos el esclavista y expansionista Franklin Pierce (apoyó a William Walker cuando este quiso imponer la esclavitud en Centroamérica). Pierce se propuso comprar los territorios donde la tribu originaria Suwamish tenía su hogar por siglos. El jefe de la tribu respondió a la fría propuesta de compra con una carta poética de contenido insuperable, señalando el daño que se iba a producir: hizo un llamado al presidente Pierce sobre la conexión primordial del hombre con la naturaleza. Defendió su tierra con sabiduría, señalando su belleza ecológica y los resultados destructivos. Además, su venta era imposible.

“¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra?”. Si los originarios habían sido “dueños de la frescura del aire o del resplandor del agua, ¿cómo nos lo pueden ustedes comprar?”. Y luego expresa que cada “brillante espina de pino, cada orilla arenosa, cada rincón del oscuro bosque, cada claro y zumbador insecto, es sagrado en la memoria y experiencia de mi gente”. Y recalca que quienes representan la civilización, no entienden sus costumbres. Para ustedes “la tierra no es su hermana, sino su enemigo, y cuando la han conquistado siguen adelante”. Agrega más: “La tierra no nos pertenece, nosotros le pertenecemos a ella”.

Esa carta profética me hace recordar “Mi respuesta a los patriotas”, de Salarrué, ochenta años después (1930), de la carta del jefe Suwamish.

Sus amigos reclaman Salarrué según les escribe: “Tú debes dar tu opinión en estos momentos en que la patria se encuentra en la indecisión. Apunta tu microscopio y dinos qué ves y cómo lo ves, de algo ha de servirnos, hazlo por patriotismo, dígnate pisar con tus plantas la tierra firme, siquiera por una vez… ». “Y mis amigos se han echado a reír”, escribe el escritor. Y canta sus verdades: “Conozco en su manera, que lo han dicho en parte como burla amistosa, con el cariño que infundimos los locos pacíficos, en parte en serio, y es por ello que yo me he quedado perplejo y me he sentido luego como incomprendido, tenido como un ser vago e inútil, de un mundo problemático…Y me he indignado en mi dignidad de hombre y he alzado mi grito de protesta a estos patriotas sin nombre…”.

Y continúa recriminándolos: “Yo no tengo patria, yo no sé qué es patria: ¿A qué llamáis patria vosotros los hombres entendidos por prácticos? Sé que entendéis por patria un conjunto de leyes, una maquinaria de administración… Vosotros los prácticos llamáis a eso patria. Yo el iluso no tengo patria, no tengo patria pero tengo terruño (de tierra, cosa palpable). Tengo a Cuscatlán, una región del mundo…Yo amo a Cuscatlán… Me pedís que descienda a vuestra realidad y no sé dónde poner el pie; pues por todos lados encuentro arena movediza.”.

Luego, inusual en el maestro, con aguda ironía, pero sin perder la tranquilidad ni la sencillez de su estilo, señala: “Mientras vosotros habláis de la Constitución, yo canto a la tierra y a la raza: La tierra que se esponja y fructifica, la raza de soñadores creadores que sin discutir labran el suelo, modelan la tinaja, tejen el perraje y abren el camino. Raza de artistas como yo, artista quiere decir hacedor, creador, modelador de formas, también emprendedor. La mayor parte de vosotros se dedica en su patriotismo a pelearse por si tienen o no derecho, por si es o no constitucional; la prosperidad es para vosotros el tenerlo todo, menos la tierra”.

El jefe Seattle como Salarrué coinciden en su apreciación sobre el amor a la naturaleza, que ambos nominan Tierra. Ahora sabemos que un amor odio origina epidemias y continuarán cada vez más desconocidas depredando a la humanidad, produciendo, según expertos sanitarios mundiales, enfermedades desconocidas originadas por la degradación ambiental: deforestación de los bosques que destruyen el hábitat; por uso de combustibles fósiles que envenenan ciudades, por prácticas indebidas en cultivos, como los venenos para proteger el algodón en el pasado; o la caña de azúcar con sus insecticidas y quemas (El Salvador), el cultivo de la soya (Sur América). Agreguemos la incultura de la corruptela.

Para investigadores de los Estados Unidos, la depredación del planeta provoca el descontrol de bacterias y virus, más del 75 por ciento de las enfermedades que afectan a los humanos, provienen del cambio climático por abusos medio ambientales.

A las nuevas generaciones solo tienen una esperanza: que la inteligencia artificial sustituya los insumos dañinos medio ambientales.

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