Escribiviendo

Reflexiones en tiempos de crisis

Opino que no debe leerse para saber más, sino para desconocer menos. Para no enfermarnos de ignorancia.

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Apelo y recreo en parte al Eclesiastés (en hebreo significa Asamblea) donde se habla para llamarnos a reflexionar de que todo tiene su tiempo. Tiempo de sembrar y de cosechar lo sembrado. Tiempo de hacer obras permanentes; en especial, de sembrar huertos y jardines, plantar árboles frutales; propiciarles agua y cuido para que den frutos optimus (mejores). Y que la cosecha beneficie a quienes los procesan con sus manos.

Ese libro, Capítulo 3, nos dice por qué estamos en esta vida. Lo más importante de esa vida es el conocimiento, ser sabio en la toma de decisiones, accionar en el momento propicio; y que los logros no sirvan para ufanarnos de nuestras destrezas o habilidades pragmáticas. Esa verdad es “como la luz que vence a las tinieblas”. De estas ideas milenarias salió la famosa frase de “El Principito” sobre afrontar las dificultades: no encontraremos respuesta si no vemos con el corazón, porque la realidad no se percibe solo por los sentidos. Si aspiramos a que nuestras decisiones sean sabias necesitamos un conocimiento emocional, sensitivo, para no esgrimirlo como espada de fuerza; que vayan acompañadas de buenas intenciones, porque también las hay malas; aunque ambas pueden hacernos incurrir en el error.
Y cuando menciono decisiones sabias me gusta la verdad que nos heredó el premio Nobel José Saramago: “Todo lo que he logrado es gracias a la sabiduría de mi abuelo, no obstante que era analfabeto”.

Trayendo estas reflexiones al tiempo actual del mundo en crisis, no olvidamos que cada quien nace con su pan bajo el brazo. Los técnicos lo dicen de manera macro y complicada, en lenguaje de entendidos. Es decir que las desesperaciones, los insomnios, las angustias, la depresión, el pánico, deben ser derrotados por la capacidad de resistencia de muchos de nuestros pueblos primigenios; incluyendo los de países africanos. Sobre esto es importante la revelación de otro premio Nobel, Mario Vargas Llosa, en su novela “Los Sueños del Celta”, como el progreso surge de las crueldades.
Ese conocimiento no solo viene de la literatura, también lo expresa el cine creativo, como “Django sin Cadenas” (Tarantino); y otras más que aleccionan el tema de la esclavitud. Menciono a Django porque así como releo los libros que me gustan, igual me pasa en el cine. En el caso de Quentin Tarantino atrae su habilidad de mezclar humor sin caer en lo trivial, al abordar temas violentos. Se necesita un gran talento para un sincretismo, o asociación perfecta de dos valores contrapuestos. Son los misterios del arte, como me dijo una vez el gran escritor argentino Julio Cortázar

También pienso en nuestros veinte mil kilómetros cuadrados. Basta mostrar historia del siglo XX, para graficar cómo se ha sobrevivido a las crisis, en especial nuestras etnias originales. Todo parece triste. Porque en las realidades dramáticas o trágicas no hay humor. Tampoco hay estética genial como la concibió Shakespeare.

En resumen, se trata de crear y tener oportunidades ya, en la medida de nuestras posibilidades, para que estemos disfrutándolo dentro de medio siglo hacia el futuro. No darse por vencidos es una fórmula de sobrevivencia individual; aunque esta depende en gran parte de otros, porque como individuos no podemos optar por reacciones pasivas o mitigadoras de las propias heridas. Si de verdad, queremos que la suma de todos no falsee el total.

Si países que hace cuarenta años sobrevivieron en condiciones semejantes o peores a las nuestras, lograron crecer como si hubiese sido acto de magia (lo vemos en muchos documentales de la TV). ¿Por qué no podríamos nosotros? Como primer paso, nunca es tarde para comenzar, debemos apropiarnos de una primera barricada de resistencia que sería la educación. Un segundo flanco de defensa sería el estímulo de las artes y los libros, la cultura en general. Porque la economía familiar próxima estará ligada a respuestas universales de cooperación internacional, como necesidad de estas post guerra pandémica.

También necesitaremos atención de las emociones deterioradas, en especial, salvar a los niños y niñas, saldar la cuenta de lo que no pudimos hacer finalizado nuestro conflicto bélico con esos tesoros de barrios marginales.

Respecto a mi especialidad, opino que no debe leerse para saber más, sino para desconocer menos. Para no enfermarnos de ignorancia. Que la resiliencia individual se sume a una resiliencia social. El fracaso de uno significa fracaso de todos.
Porque en economía se espera un golpe dramático: se perderán 195 millones de empleos en el mundo, siendo la América Latina de las más afectadas, dice la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en la crisis más severa desde la Segunda Guerra Mundial, terminada en 1945.

Entre nosotros, pequeña zona geográfica, solo en la economía informal se afectaría a más de setecientas pequeñas empresas, las que no

sobrepasan de ocupar a más de cinco personas sin ser técnicos ni profesionales. No digamos las micros, las medianas, que si cerramos los ojos ante su precariedad afectarán a toda la Nación. Gran porcentaje de estas en la economía mundial responden al 50% del Producto Interno Bruto ofreciendo entre 60 y 70% de empleos. Aunque según Central América Data.com (22/09/2020), ante el empeoramiento de “una severa crisis económica, podríamos perder 250 mil empleos, de los cuales 35% serían formales y el 65% restante, informales”.

No es sembrar pánico, aunque la prevención produzca miedo. Pero si atendemos las informaciones internacionales verificamos que aun los expertos son pesimistas. Por ejemplo: “nunca antes, como ahora, estuvo en tanto peligro la humanidad” (Noam Chomski). A estas opiniones autorizadas respondamos con sensatez. Es tiempo de no afectar a los demás y de cubrir los vacíos seculares. Tiempo de no olvidar las tragedias que pudieran ser evitables. De lo que no es tiempo es de morir o de destruir o de matar en vez de edificar, como teme el Eclesiastés.

“Semos malos”, dice Salarrué en su hermoso cuento de la salvadoreñidad. No lo somos aunque lo parezcamos por intolerantes. Poco videntes ante las tragedias históricas.

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