Escribiviendo
Ventana hacia El Salvador
Esta proyección tuvo un hada madrina: mi madre desde el cielo. Por ella estoy escrivibiendo estas líneas.
Tantos motivos para agradecer este espacio de Séptimo Sentido equivalentes a ofrecerme igual número de miradores para asomarme a El Salvador, develar el paisaje humano a otro tipo de lectores. Después de casi veinticinco años de ausencia en el país me resulta grato mantener una comunicación hablando de personajes centroamericanos relevantes de oscurecida presencia en la historia oficial.
Figuras y épicas centroamericanas ocultas o tergiversadas, desde el siglo XIX, como el presidente costarricense Juan Rafael Mora, y el jefe de su ejército, el salvadoreño general José María Cañas (a ambos les erigieron un monumento de héroes en presencia de todo el gabinete de gobierno, Puntarenas, 2017). Memorial dedicado al presidente Mora por su estrategia genial, y al general Cañas, militar decisivo en todas las batallas. Así comenzó la victoria de la Guerra Patria Centroamericana contra los filibusteros (auto llamados Falange Americana) que pretendieron imponer a Centroamérica (1855-57), la esclavitud, antes abolida por José Simeón Cañas.
Juan Rafael Mora tuvo que insistir en los llamados a gobiernos de la región, luego de ser diezmada la población costarricense. Pero cuando el jefe filibustero William Walker se erigió presidente de Nicaragua por el terror de sus armas, fue entonces que se tuvo respuesta de los cinco ejércitos regionales, que tuvieron miles de muertos, por mayor poder de fuego de la Falange y por la epidemia del cólera.
También traté de promover a dos personalidades, desconocidos sus méritos en su totalidad, caso Masferrer y Consuelo Suncín. Falta mucho por decir de su representatividad centroamericana en otros ámbitos del mapa mundi.
En estas ventanas no hablé de mi infancia, esencial en mi desarrollo, aunque sí lo hice en dos novelas: “Siglo de O(g)ro” y “Milagro de la Paz”, obras que se agregaron a “Un Día en la Vida”, a “Cuscatlán donde bate la Mar del Sur” y a “Caperucita en la Zona Roja”. Pese a que tuve una infancia con limitaciones extremas fue superada con lecturas desde niño, con amor por lo creativo, y apego a la realidad, pese a que la juventud estuvo llena de avatares al igual que casi todos de los llamados Generación Comprometida.
Todos los libros mencionados han sido traducidas al inglés, por lo cual libros, tesis y reseñas, tanto en los Estados Unidos como en Europa, Asia, Rusia, Persia e Israel.
Tuve otros privilegios como las aperturas que en casi todos los países conocidos como Europa Occidental, desde Oslo y Estocolmo hasta Bélgica, Francia, Dinamarca, Países Bajos e Inglaterra. Y recorridos por una treintena de estados de EUA con receptores estudiantes de casi medio centenar de Universidades.
Además gané experiencia al alternar con grandes personajes como José Saramago, Susan Sontag, Derek Walker, Vargas Llosa (cuatros Premios Nobel); así como Arthur Miller, Norman Mailler, J. D. Doctorow, Kurt Vonnegut, Eugenio Evtushenko; además de ganar la beca Guggenheim para terminar una novela en el 2007 (inédita), o ser el primer becado latinoamericano en Yaddo Fundation, en Nueva York.
Mis privilegios los retorno visitando centros escolares, desde el Cantón “El Cahulotillo” (La Unión), con vacíos de lectura y escritura de población marginada) hasta poblados dramáticos como el Cantón “Loma del Muerto” (experiencia inolvidable con niños y niñas de Educación Básica, Sonsonate).
Son aprendizajes de doble vía, porque el escritor necesita conocer, no basta un título de cualquier nivel para crearse un mapa humanístico, y una educación profesional para la vida.
Algunas veces se producen los vacíos por dogmatismo vertical, que viene del siglo XX, sin pies, ni cabeza, por una teoría mal digerida. Romper estos dogmas permite desplegar ideas creativas, culturales, y promover arte popular. Lo proponen las Naciones Unidas para lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible al 2030.
También es bella experiencia el Festival de Literatura Infantil “Manyula” con apoyo empresarial. El escritor promotor cultural, con lenguaje sencillo cumple los objetivos de esa fiesta del libro dirigido a niños y niñas. Hace real sus lemas: “La Lectura es un Placer”, o “Leer es Maravilloso”.
Claro, mi edad matusalénica me ha permitido estos resultados en la lectura, el libro, y la investigación. En esta despedida de “Escrivibiendo” sumo unas doscientos cincuenta ventanas, en esta última señalo mis varios aniversarios que celebraré en mi corazón:
Setenta años como gestor cultural: fundé un periódico literario, con compañeros que leíamos literatura, (bachillerato en Instituto Nacional de San Miguel); financiado con anuncios comerciales. Recuperé el último número donado por Normita Granillo (QDDG). Teníamos doce empresas comerciales pequeñas para financiarlo.
Sesenta años cuando este desconocido ganó dos premios nacionales de poesía, los primeros que había pasado a máquina, se creía era un seudónimo. Ambos fueron publicados en este periódico.
Cincuenta años de mi primera novela publicada en la editorial donde tres años antes García Márquez publicó “Cien Años de Soledad”.
Ochenta años de haber escuchado en un cuarto rembrantiano, alumbrado con velas, poemas románticos que mi madre me decía de memoria. Penumbra que apenas me permitía leer en mis noches de pequeña infancia.
Setenta y nueve años de adquirir, con dinero de mis golosinas, (ni la quinta parte de un centavo actual), para comprar, a 0.05 de colón, mi primer librito del tamaño de una cajetilla de cigarrillos: El Flautista de Hamelin.
Esta proyección tuvo un hada madrina: mi madre desde el cielo. Por ella estoy escrivibiendo estas líneas. Fue capaz de negarse a que la visitara, con más de veinte años de no verla, porque me prefería vivo que muerto. Sin Adelina tampoco le hubiera dedicado cinco de mis novelas a la mujer salvadoreña, para propiciar una cultura antipatriarcal.
Adelina, a los 90 años, viviendo solo con mi hermana menor enferma, recibió amenazas a muerte, ella que solo tenía como arma los poemas en su memoria. Nunca supo de mis tres primeros secuestros, al cumplir 24 años. Drama sufrido por casi toda la Generación Comprometida, llamados peyorativamente “minoría audaz”. La palabra temible como las armas.
Al escribir esta columna de despedida pensé hacer estas confesiones personales como si estuviera sumando otras rayas más al tigre.