Escribiviendo

Héroes, heroínas y pensamiento literario

La periodista se extendió sobre la fama de la cultura patriarcal de los latinoamericanos. Y agregó: “Usted descubrió una heroína donde otros no lo ven”

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Cuando escribí mi novela “Un Día en la Vida”, novela ganadora de un premio nacional (1980), nunca imaginé que una pieza literaria salvadoreña podría tener trascendencia internacional. Eran hechos de ficción y realidad, como los que enfrentó el departamento de Chalatenango, en un marco limitado como para llamar la atención fuera de nuestras fronteras. Letras escritas sin pretensiones de impactar, excepto por la propia situación de violencia civil y represión institucional.

Una obra sin personajes heroicos, como se conoce tradicionalmente, nada de líderes y personajes con un poder ganado por acciones extraordinarias. Por el contrario, se trataba de escribir desde las voces más excluidas, sobre los que tenían lo justo para sobrevivir, los que habitaban en un rancho de palos y zacate y sobre los que aún trabajan de sol a sol, aman a sus perros, disfrutan sus humildes pertenencias. Los más vulnerable a las injusticias. En fin, los descalzos en sentido real y figurado.

Se les da voz a las mujeres que expresan, sin ocultar, los impactos de su dolor y, que, en el hombre, debe ocultarse para ser hombre. En fin, descubrirlas como actoras sin el sensacionalismo llamativo del personaje objeto.

Fue en los Países Bajos (Holanda) donde se descubrió, en 1981, una novela que, para el escritor, estaba destinada a plasmar hechos de la cotidianidad que ni siquiera podrían merecer calificación de históricos; producto de catarsis e intuición, despertadas por un sentido de compasión y rechazo al horror que golpeaba a la población civil, a aquellos que “nadie sabe de dónde son”. No se necesitaba residir en El Salvador para conocer e interpretar aquellas emociones.

El escritor lo logra mediante concentración y reflexión, nacidas de una lectura humanística que se sumerge en las limitaciones nacionales y que veinte o treinta años después, comparte su mismo dolor. A veces, haberlo descubierto pareciera obra de la casualidad.

Pero en arte no hay casualidades, sino trabajo mental que desde los griegos antiguos lo asimilaron al ocio, para diferenciarlo del neg-ocio producto del trabajo predominantemente físico, sin desconocer que este es la fuente del pensamiento, y la filosofía, sin lo cual “no habría políticos ni ciudadanos”, según conceptos del padre fundador de las ideas-base (vivas aún) de la cultura occidental (Aristóteles, 322 años A. de Cristo).

Para esa producción mental, ociosa, es necesario información y conocimiento de la realidad universal, que no se contradice con la nacional, incluso provinciana, pero que origina el estereotipo del arte como labor improductiva. De ahí vienen los vacíos y las carencias de interés por las expresiones artísticas en lo que llamamos: tercer mundo.

Estas ideas que expongo me hacen recordar una vieja anécdota que me gusta repetir: el escritor inglés Bernard Shaw está sentado en el porche de su casa, pasa un vecino, lo saluda y le dice: Mr. Shaw, ¿descansando?. El humanista le responde: No, trabajando. Otro día pasa el mismo vecino mientras Shaw poda su jardín. Le pregunta ¿Mr. Shaw, trabajando?, Shaw la responde: No, descansando. Para el vecino Shaw era un iluso o un excéntrico. Pero es así como surgen los prejuicios y exclusiones sociales.

Por otro lado, el escritor que escribe con intuiciones, como decir: “adivinaciones”, sin ser tales, no son resultados de conocimiento físico y emotivo. No siempre será consciente de cómo se alcanzó aquel producto. El ejemplo más conocido es Van Gogh, quien no pudo entender su pintura y no pudo vender un cuadro en su vida, y el no sabía la razón, ni su hermano que era experto vendedor de arte. Luego se descubrió la calidad de su obra.

Me pasó con “Un día en la vida”, estaba de visita en Costa Rica cuando un periódico anunciaba que se iba a defender públicamente la tesis doctoral titulada “Un día en la vida y la Biblia”. No quise perderme algo que ignoraba; y descubrí que no siempre se es consciente del resultado de una idea creativa.

En ese propósito me refiero a una crítica que no logró descubrir las intenciones de un escritor. Me refiero a una reseña sobre “El Coronel no tiene quien le escriba”, de Gabriel García Márquez. El reseñista publicó que el gallo abrazado por el coronel, final de la obra, era el pueblo colombiano. El periodista y escritor colombiano con esa ironía letal le contradijo: “suerte tuve con el fin de esa novela pues quise terminarla degollando al gallo, ¡imagínense, hubiera quedado como un magnicida del pueblo” (cito de memoria). Y el escritor explica en sus biografía que “el gallo era gallo, pero el reseñista quiso interpretarlo ideológicamente como a él le hubiera gustado”.

Sí, porque la novela es ficción desde la realidad. En la escritura creativa no se advierte la diferencia entre lo real y lo imaginario.

Por esa razón, volviendo a los Países Bajos, en una conferencia de prensa (1981) este escritor, que respondía las preguntas, hizo él preguntar a los periodistas: “Quisiera saber por qué ha gustado tanto esta obra al lector holandés”. Su respuesta dio tres razones: lenguaje sencillo acorde con la sencillez de los personajes; se tomó como personaje principal a una mujer; y tercero, por provenir los contenidos de un centroamericano; la periodista se extendió sobre la fama de la cultura patriarcal de los latinoamericanos. Y agregó: “Usted descubrió una heroína donde otros no lo ven”.

Nota de Duelo.- Mi pesar por un héroe de la poesía. Ernesto Cardenal, sacerdote y poeta, ha partido a reunirse con el cosmos, al que cantó. Cito mi gran recuerdo cuando lo visité siendo Ministro de Cultura, lo vi sentado en la grama, bajo un árbol de la zona verde, rodeado de visitantes extranjeros. Otro recuerdo: coincidimos en el Aeropuerto de Costa Rica. Lo noté preocupado porque tenía una hora de esperar y no habían llegado por él. Lo invité para que nos fuéramos juntos. No volví a ver el esplendor creativo de su persona. Del gran heredero de Rubén Darío.

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