El abandono de una cooperativa frijolera

En el año agrícola 2014/2015, La Libertad llegó a producir cerca de 295,000 quintales de frijol. Seis años después, la producción cayó a 136,000 quintales. El desplome del 54 % de la producción de uno de los granos básicos en la dieta salvadoreña también se llevó consigo sueños cooperativistas. En Tamanique, la agricultura amenaza con desaparecer por falta de políticas públicas, cambio climático y el desgano de los más jóvenes.

Son las nueve de la mañana aquí en el cantón San Alfonso, en Tamanique, La Libertad, y el sol ya golpea fuerte sobre unas veredas rocosas que sirven de calles mientras se abren camino entre terrenos invadidos por maleza seca. Se trata de un paisaje desolador donde una vez germinó el frijol, pero ahora solo quedan algunas excepciones de otro cultivo: pequeñas parcelas de maíz. Después, más hierba seca y silencio. 

Parado sobre un montículo de tuza, que más tarde servirá de alimento para ganado, está Juan Alvarado, el propietario de una de estas pequeñas parcelas. Dice que es lo único que le queda desde que le fue mal con el frijol hace ocho años. Fue la última vez que lo cultivó. 

Juan ve a sus cosechas como si de hijos se tratara: “Algunos están y otros se quedan en el camino”. A Juan el Señor le regaló 10 hijos. “Me fue bien”, dice, aunque de su decena de descendientes, solo viven siete. Sonríe mientras habla y se disculpa por el sudor que empapa su camisa, pues su día comenzó cuatro horas atrás.

En los últimos seis años, la producción de frijol cayó más del 50 % en La Libertad. De producir 295,000 quintales en el año agrícola 2014/2015, el departamento pasó a cosechar 136,505 quintales en 2019/2020, según las estadísticas oficiales del Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG). Esos 158,453 quintales menos impactaron aquí, en San Alfonso, a la asociación cooperativa de producción agropecuaria El Establo. Impactó a Juan, uno de los pocos asociados que todavía le quedan a la cooperativa.

Esta es la misma asociación que, en 1993, reunió a 54 agricultores y sus familias alrededor de un terreno de 20 manzanas. “El proyecto original era como una zona franca. Aquí iba a haber ganado, gallinas, conejos y una fábrica de concentrado”, dice José Rivera, sentado bajo la galera que le funciona como establo para las pocas vacas que aún conserva. De los 54 agricultores que comenzaron el sueño de la zona franca, hoy, en 2021, quedan solo 16. José es uno de ellos.

Los 16 miembros de la cooperativa que, como Juan y José, todavía resisten entre las barreras de matorrales y el calor de San Alfonso se dedican al maíz. Los que se aventuran, tienen alguna parcelita de güisquil. Pero lo que les queda, a lo que se aferran, es al maíz. De frijol, aquí, no hay rastro: se acabó, tal como le ocurrió a  la cooperativa.

“Si usted me pregunta por qué se murió este sueño, creo que fue por cuestiones electoreras”, dice José. Agrega que por El Establo pasaron varios programas de gobierno y el que mejor recuerda es el Plan de Agricultura Familiar (PAF), lanzado en 2011 durante el mandato de Mauricio Funes. El PAF fue el último programa de acompañamiento a la agricultura que llegó a San Alfonso. Desde entonces, cuenta José, los productores de la zona quedaron abandonados.

Hasta aquí, dice José, solo llegaron escuelas de agricultura familiar durante el gobierno de Funes. Escuelas que sí brindaron asistencia técnica y acompañamiento, pero que se acabaron con la salida del exmandatario. 

“El Salvador Adelante”, plan en el que Salvador Sánchez Cerén prometía “el incremento de la producción de alimentos”; y el Plan “Cuscatlán”, en el que Nayib Bukele ofreció estímulos a los productores, pasaron por alto en San Alfonso. 

Las estadísticas confirman los relatos de los productores de Tamanique: el departamento pasó de cultivar 18,635 manzanas de frijol a únicamente 9,242 al finalizar el año agrícola 2019-2020. En seis años, se perdió más del 50 % de las parcelas. En su lugar, quedan matorrales y estrechos caminos empedrados por los que ni los  concejos municipales suelen asomarse.

La reducción de frijol no es exclusiva de La Libertad: los números oficiales del MAG también consignan que en seis años, la superficie nacional dedicada al cultivo de frijol pasó de 173,000 manzanas en 2014 a 140,000 para 2020. El Salvador perdió, durante ese período,  un 19 % del territorio para ese cultivo. Este desplome en las parcelas dedicadas al frijol impacta más allá del cantón San Alfonso, impacta en la producción del grano a escala nacional. 

Y con las parcelas y los cultivos también se fueron los más jóvenes. Así concluyen José y Juan. A Juan, incluso, los hijos más jóvenes, que ya no se acercan a los cultivos, le piden que deje la agricultura. Que ellos le van a ayudar económicamente. “Si no trabajo, me voy a enfermar. Ahora es menos, pero ahí vamos”, dice Juan. En su casa son 11: entre esposa, hijos, nueras y nietos. A él, de la milpa, “nadie lo va a sacar”, asegura, entre risas, bajo el sol de San Alfonso.

Los pocos que aún quedan

A 13 kilómetros de la zona costera y de los turistas,  en la parte alta del municipio de Tamanique, siempre en La Libertad, se encuentra la Asociación Cooperativa San Isidro de Producción Agropecuaria de R. L. Hasta acá solo se llega a través de una cuesta empedrada que hace las veces de calle, a pesar de la inclinación y de la falta de iluminación. 

En San Isidro, hay 163 afiliados que todavía se dedican a cultivar frijol.

La sede de la cooperativa está en la cima del cerro. Aquí tienen lugar las reuniones importantes de los asociados. Las sillas plásticas, los vasos desechables y el café dan cuenta de que está por iniciar una asamblea esta mañana. Antes de sentarse en una silla roja, Nelson Menjívar tuvo que subir la cuesta empedrada a pie. Esta reunión es importante: aquí se discute la disminución del cultivo de frijol.

Ya acomodado en la silla, Nelson ve a Rutilio García pararse al frente como líder de la cooperativa. Sus años en la agricultura le permiten realizar proyecciones para el grupo: Dice, preocupado, que para el cierre de 2021 esperan una grave disminución en la producción de frijol en esta hacienda, que hasta hace cuatro años cosechaba hasta 12,000 quintales.

Nelson es uno de los primeros en hablar. Él se dedica a la siembra desde 1999. Es un hombre conciso. En su discurso, logra encerrar el sentir de los diez asistentes. A ellos les afectan dos cosas: el cambio climático y los bajos precios de compra.

“Los últimos inviernos no se han ido en octubre”, dice Rutilio, ya fuera de la reunión, debajo de un almendro. Aquí, en la cima del cerro, el clima es templado y por eso las semillas sí se pegan. Pero la época lluviosa dura “un poco más”. En 2020, a los socios de la cooperativa San Isidro les llovió en diciembre. Esa lluvia acabó con la cosecha: “mucha lluvia pudre el frijol”, explica Rutilio.

Desde 2019,  se han enfrentado, cuenta, a la lluvia intermitente. A que llueva cada ocho, cada 15 días. Y esa lluvia, cuando decide caer, es torrencial. Se lleva todo. Pasó, dice, el año pasado: la tormenta Amanda acabó con la cosecha de frijol. La misma tormenta que,  según los cálculos de los expertos meteorológicos,  hizo que cayera el 10% anual de lluvia en tan solo 24 horas.

De acuerdo con la Cámara Salvadoreña de Productores Agropecuarios (CAMPO), solo para el año agrícola 2019/2020, las estimaciones de consumo de frijol a escala nacional fueron de 2 millones 300 mil quintales. Para ese año, la producción nacional cerró con 2 millones 210 mil quintales. Significa que hicieron falta 93,000 quintales para suplir la necesidad nacional de consumo de frijol. 

Las parcelas que se pierden y los agricultores que escapan del cultivo impactan en lo que los salvadoreños consumen.

 “Nosotros producimos todo lo que se comen en la capital. Los agricultores somos los verdaderos padres de la patria”, dice Nelson desde la asamblea de asociados de la cooperativa San Isidro. Los demás asistentes, los que aún  quedan frente al cultivo de frijol, asienten en silencio. 

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