El agua ácida que purgan las minas de San Sebastián
Al cantón San Sebastián lo atraviesa un río enfermo. En el afluente corre un cóctel de químicos que hace imposible la vida y el consumo de sus aguas. Es herencia de la minería que está prohibida desde 2017. El Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales ya debió comenzar los trabajos para atender los daños, pero, hasta la fecha, el río sigue sin vida.
El cerro San Sebastián está herido. Lo ha estado desde hace más de un siglo. Desde que las empresas mineras estadounidenses comenzaron a saquear casi todo el oro de sus entrañas. Solo dejaron unas migajas entre las profundidades de la tierra. Ahora, en sus laderas, purga una sanguaza que ha abierto una arteria ácida por todo el cantón del mismo nombre, en Santa Rosa de Lima, La Unión. Habitantes, incluso los mayores, no recuerdan haber visto el río sano.
San Sebastián es un cantón caliente, que no se escapa de ser un recurrente punto de calor en el que habitan unas 2,059 personas, según datos del censo que el Ministerio de Economía (Minec) hizo en 2019 de San Sebastián. Sus calles polvosas podrían confundirse con cualquier otro lugar en el corredor seco centroamericano, pero sobresale por dos cosas: su río muerto y por el cerro que esconde, quizá aún, miles de dólares en oro.
La minería ha sido uno de los principales causantes de que el río esté así, pero también suma la inacción de las autoridades gubernamentales. En 2017, luego de una histórica jornada legislativa, El Salvador se convirtió en el primer país en prohibir la minería metálica por completo. Con esta ley también se decretó que el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales (MARN) estaba obligado a remediar los efectos ambientales de casi un siglo de excavaciones. El Minec, por su parte, debía comenzar a capacitar a los mineros artesanales para que hicieran la transición a otra labor. Cuatro años después, aún no se cumplen ninguna de estas dos obligaciones del Estado.
Óscar Vásquez es el director del Centro Escolar Cantón Minas de San Sebastián. Sobre el puente que une dos partes del pueblo, explica que no son todas las aguas de las minas las que alimentan al río con químicos. Lo que sucede, afirma, es que hay tres minas en donde nace un agua mala. No se contamina en tránsito, como sucede con la mayoría de ríos en el país, esta brota de la tierra así. Así, a medida avanza, el afluente del San Sebastián contamina con sus metales otros ríos. Sus aguas se mezclan con las del Santa Rosa y del Goascorán, que atraviesan Santa Rosa de Lima y Pasaquina, antes de desembocar en el Golfo de Fonseca.
“El Peri, El Seis, El Taladrón -enumera, viendo la cuenca- esas son las minas que tienen el río así”.
Commerce Group Corporation (CGC) fue la última empresa que explotó los subsuelos de San Sebastián, su concesión terminó durante el Gobierno del expresidente Elías Antonio Saca, quien fue condenado a 10 años de cárcel por delitos relacionados a la corrupción. Durante esa administración, en 2006, el MARN decidió que la afectación al medio ambiente había sido ya demasiado y retiró los permisos.
Entre 2001 y 2013, expertos internacionales y del MARN visitaron el cantón para evaluar el agua y la resaca que la fiebre minera de los estadounidenses dejó en San Sebastián. La respuesta, tan evidente a simple vista, fue respaldada por las pruebas: el agua ya estaba contaminada, según consigna la PDDH.
Los primeros resultados señalaron que en el agua del río y en las tierras aledañas había presencia de mercurio, cobre y arsénico. A esto les fueron sumando manganeso, hierro, aluminio, cianuro, plomo, zinc, mercurio, selenio, sulfatos, boro, níquel y litio. Un siglo de minería en San Sebastián ha manchado todo lo que vive cerca del cerro.
A cinco minutos de caminata desde el puente donde se observa cómo el río rojo atraviesa el cantón, está uno de los nacimientos que alimenta su enfermedad. La mina El Peri. De mina queda poco. Ya no hay herramientas ni hay agujero. La entrada fue demolida, solo el agua encontró la salida.
El líquido recién parido por la tierra ya va enfermo. Su color se tornará rojo por la exposición al oxígeno a unos metros. Pero cuando sale es de un verde neón, fluorescente. En el suelo inmediato al punto de donde sale el agua, la tierra está raída, con un fango chicloso.
El fluido comienza a deslizarse cerro abajo. Aunque débil, en su paso, arrasa con todo. Una botella plástica de soda, con apariencia de tener tiempo abandonada, se derrite lentamente entre los químicos del agua.
Estos drenajes ácidos son solo una de las herencias perniciosas que ha dejado la minería en San Sebastián. El proceso para separar el oro de la broza (roca que en la que va esparcido el metal) involucra, aún ahora, químicos. A pesar de que los mineros artesanales lo hacen a menor escala, siempre se utiliza mercurio para extraer pepitas doradas. Antes, cuentan los mismos mineros y los respaldan estudios citados por la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH), las empresas mineras utilizaban el cianuro para este proceso y, luego de usarlo, lo tiraban al río.
Todas las piedras que se asoman del afluente tienen un sarro blanco y grueso por los metales. Las aguas despiden un leve olor metálico, como a sangre a medio coagular. Este río tiene en sus alrededores casas que se han ido tomando parte de la ribera. Vásquez dice que, en el cantón, nadie está enfermo a causa del agua o por la minería. La percepción de otros habitantes es bastante similar, ellos se dicen sanos, aunque asistan poco a las unidades de salud. Es necesario matizar, con datos, la percepción de los sansebastianos.
La PDDH publicó, en 2016, el “Informe Especial sobre el Legado de la Mina San Sebastián y sus Impactos en la Vida de la Poblaciones Afectadas”. Entre sus páginas hay citas de diversas investigaciones científicas que señalan la presencia de las mismas enfermedades de todas las zonas donde hubo explotación minera en el oriente del país. Ha habido casos de síndrome de Guillain-Barré y enfermedad renal crónica. “Los metales estarán todos solubles y serán fácilmente asimilados por las plantas y otras especies acuáticas y terrestres. Hay un alto riesgo de bioacumulación a través de la cadena alimenticia”, señala.
El censo del Minec de 2019 señala que la mayoría de los encuestados no tuvo síntomas, enfermedades o lesiones previas al estudio. Pero también indica que los problemas más recurrentes en el cantón son el dolor de cabeza, con 261 casos; fiebre, con 157; y vómitos, con 119.
Desde 2017, cuando la minería metálica quedó prohibida en su totalidad, el MARN debió comenzar “la remediación ambiental de daños causados por las minas”. Pero, hasta abril de 2021, no hay señal de que vaya a ocurrir pronto. El ministro de Medio Ambiente, Fernando López, publicó un tuit el 18 de marzo justificando que la inacción se debe a un bloqueo presupuestario de la Asamblea Legislativa. “La actual @AsambleaSV, (sic) nos negó el presupuesto necesario para solucionar la contaminación ocasionada por la mina San Sebastián, en Santa Rosa de Lima, departamento de La Unión”, escribió el ministro encargado desde hace dos años de atender la problemática. Se solicitaron entrevistas con ambos ministerios, no hubo respuesta favorale.
En la Ley de Presupuesto de 2021, están los fondos para la “construcción de obras para tratamiento de drenaje ácido en la ex mina San Sebastián”. El monto asignado en la ley es de $44,200. Este es el primer año, desde 2017, en el que se destina dinero para atender la contaminación ocasionada por las minas en San Sebastián.
El Proyecto de Ley de Presupuesto tenía planes más ambiciosos que no involucraban directamente a este cantón. En la descripción se establecía que, además de esas obras en San Sebastián, se invertirían $5 millones en la “construcción y rehabilitación de plantas de tratamiento de aguas saneamiento de ríos y quebradas a nivel nacional”. Este punto quedó desechado junto con otros que terminaron por reducir el listado de proyectos de inversión pública del MARN de $11.9 millones a $1.3 millones.
Decir que el agua es un privilegio en San Sebastián se queda en eufemismo. Santiago Hernández, un minero de larga data, cuenta que no recuerda haber visto alguna vez el río claro. Desde siempre ha sido de ese rojo enfermo. Él añade que, en algunos casos, su familia gasta hasta $20 al mes solo en agua de beber, más otros $10 por agua de consumo para baños, ropa y otros usos. Son $30 en el presupuesto de familias que no tienen acceso a fuentes de empleo diversificadas.
La PDDH ya advertía en 2016 de este mal que siempre estuvo ahí. Entre las 124 páginas del informe especial sentenció que en ese entonces un hogar de cinco personas tenía que gastar entre $7.47 hasta $24.60 por mes solo en agua. Según datos del censo de San Sebastián, ocupaciones como albañilería, minería, agricultura y ganadería, que son los trabajos más recurrentes en el pueblo, no pasan de los $539.91 mensuales, en el mejor de los casosñ y de $111.44, en el peor.
En los últimos años se ha comenzado a abrir pozos para compensar esa falta de agua, pero no todos salen buenos. A veces, cuando el agua queda reposando unos días, se torna amarillenta y tiene un sabor ácido. En 2015, la ingeniera Daysi Acosta presentó una tesis en la Universidad de El Salvador (UES) para optar al título de Maestra en Gestión Integral del Agua. Analizó la calidad del agua en los pozos de San Sebastián. Su conclusión fue que estos no eran aptos para el consumo humano ni animal.
San Sebastián, además de ser golpeado por la contaminación del agua, también es migrante, dice el profesor Vásquez. Y cuenta que les dio clases a muchos de los que están fuera. Por eso, le ofrecieron regalarle un pozo para su casa. Lo rechazó. “Mejor que se lo den a los cipotes de la escuela”, respondió. Si no fuera por ese gesto, la escuela tendría serias dificultades para tener agua.
Como El Peri, en San Sebastián hay otras minas que contaminan. Y ni cumpliendo a rajatabla con la prohibición, se sanearía el río. Para registrar algún alivio, en diciembre de este año, el MARN, en teoría, deberá haber ejecutado los $44,200 para el tratamiento de drenajes.
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