De cuentos y cuentas

Educación sexual y privilegio

Piense en todas esas pobres muchachas de cantones que en su vida han escuchado siquiera el nombre real de las partes de su cuerpo. Piense en todos esos niños que aprenden de sexo porque ven a sus familiares teniendo relaciones en la champa en que conviven con otras 10 personas. Ellos son mayoría, ellos son víctimas, a ellos nos debemos.

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La educación sigue siendo, tristemente, un privilegio. La calidad de la educación que se recibe disminuye a medida que lo hace el poder adquisitivo que se tiene. La cobertura y calidad de la educación siguen siendo bajísimas en nuestro país, con las consecuencias de bajo desarrollo y estancamiento económico que conocemos bien.

Pero si la educación en general es un privilegio, la educación sexual lo es aún más. Conocer cómo funciona nuestro cuerpo, tener nociones de sexualidad responsable, saber detectar y prevenir abusos, y conocer los mecanismos de la reproducción humana y los métodos para planificar los embarazos y prevenir enfermedades de transmisión sexual es un lujo de unos pocos.

Muchos estarán pensando: “¡Ah, no!, con tanta información que hay disponible ahora, es un pecado que no sepan”. Claro, quienes piensan así lo hacen desde su propia experiencia y según su entorno. Para tener una visión más clara de las cosas es importante bajarse de la posición de privilegio –porque si usted terminó siquiera el bachillerato, está muy por encima de la mayoría de la población– y entender cómo se vive en los estratos más pobres, que son, además, los más numerosos.

Es bonito soñar con un mundo en el que todos los hogares tienen una madre y un padre que son responsables, que tuvieron a sus hijos por voluntad propia y con suficiente preparación, que ellos mismos tienen buenas bases de educación sexual y que, además, son mentalmente sanos. En este escenario ideal no habría necesidad de mayor intervención externa; es el ambiente propicio para criar y educar hijos sanos en todo sentido. La parte de la educación sexual respondería, entonces, a los valores, las creencias, los principios y la formación que tienen los mismos padres.

Pero esto no es así ni por lejos en nuestro país. En El Salvador, siete de cada 10 familias no son nucleares. La mayoría son monoparentales, frecuentemente solo a cargo de la madre, o el jefe de hogar es un tío, abuelo, hermano mayor u otro familiar. En muy pocos hogares los jefes de familia tienen educación superior. El cuadro que se repite son familias integradas de forma no tradicional, en las que los adultos trabajan muchas horas para sostener a la familia, y los niños pasan solos la mayor parte del tiempo.

“Pero hay información en todos lados, el internet, la televisión”. Exactamente. Los medios y su visión comercial del sexo están disponibles a toda hora. En internet, la pornografía se convierte en la mala maestra de demasiados niños y niñas, que no pueden comprender, por su edad y porque no hay quién se los explique, que no es más que una caricatura de lo que realmente implica la sexualidad.

Sin una guía siquiera básica, muchos niños se vuelven víctimas de abuso sin siquiera saberlo. Veamos los casos de violaciones sexuales a menores, y lo tristemente frecuente que es que los victimarios sean, precisamente, sus familiares y personas cercanas. Cuánto bien haría que alguien, aunque fuera externo, les planteara a estas criaturas que su cuerpo debe respetarse, que nadie debe tocarlos, ni su papá, ni el cura, ni el pastor, que eso es abuso.

Ahora, la situación se agrava, como pasa con casi todo, mientras menos urbana es la zona en la que se vive. Piense en todas esas pobres muchachas de cantones que en su vida han escuchado siquiera el nombre real de las partes de su cuerpo. Piense en todos esos niños que aprenden de sexo porque ven a sus familiares teniendo relaciones en la champa en que conviven con otras 10 personas. Ellos son mayoría, ellos son víctimas, a ellos nos debemos.

Sé que el debate de la educación sexual en las escuelas es un terreno árido aún, pero no hay que sacar el tema de la mesa. Un Estado de bienestar requiere que sus ciudadanos estén debidamente educados, en todo aspecto de la vida. Pongámonos de acuerdo y encendamos esa luz, no dejemos que la ignorancia nos siga dejando este saldo negro de infantes violados, de niñas embarazadas y de adultos que jamás lograron tener una sexualidad sana. Hablemos, eduquemos, que esto no sea un privilegio de unos pocos.

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