De cuentos y cuentas

Aprender a recibir

Tenderle la mano a alguien más tiene hermosos efectos multiplicadores, no solo para quien da y quien recibe, sino para otros, que más adelante serán objeto de actos de bondad.

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Periodista

¿Por qué a veces nos cuesta tanto recibir regalo, ayuda, incluso alguna palabra bonita? Nos hacen un cumplido y nos da pena, decimos “nooooo, ¿cómo va a creer?”. Curioso, ¿no? Pareciera que no se nos enseñó a recibir.

Si bien hay gente que realmente parece embudo –todo nomás para dentro–, lo más común es lo contrario. Y le vemos cuando alguien tiene necesidad y no te lo cuenta, está enfermo y no te lo comenta. Para no molestar, para no importunar.

Hay ejemplos más tristes aún. Conozco muchas madres que se niegan a demandar a los padres de sus hijos para pedir la manutención “porque mis hijos no lo necesitan, para eso me tienen a mí”. Si usted les trata de explicar que no es un tema de necesidad, que muchas veces sí la existe, sino de derechos y deberes, generalmente se impone el orgullo.

Y esa es quizá, la cara más triste del no saber recibir: no exigir nuestros derechos. Todos, como ciudadanos, como personas, tenemos derecho a cosas tan básicas como la dignidad. Como trabajadores, a un trato y una remuneración justas. Como parte de la sociedad, a involucrarnos y a que los gobernantes, a quienes se les paga con lo que nos cobran en impuestos, pongan lo mejor de sí para servirnos, no para servirse.

Pero no es mi intención de hoy hablar de política. Esta es mi última columna antes de Navidad, y entre tanto tema triste y noticia negativa decidí hablar de algo que para mí es una lección reciente: no darle la espalda a quienes ofrecen ayudarnos.

Verán, yo crecí en una familia muy, muy humilde. A veces, un efecto secundario de la humildad es generar una coraza de orgullo para evitar humillaciones. Ese fue, exactamente, mi caso. Me cuesta contar cuando estoy mal, cuando me hace falta algo, ya no se diga pedir favores. Este año atravesé un par de situaciones de las que, sin el apoyo de terceros, me habría sido muy difícil salir. En una de ellas, la persona que me terminó ayudando tuvo que enfrentar mis reiteradas negativas a recibir el apoyo que me ofrecía, hasta que me dejó callada con una frase: “Por favor, tómelo, no me niegue la bendición”.

Sea cual sea la fe que usted profese, de seguro en algún lado se habla de dar para recibir. La ley del talión: se da lo que se recibe y un poco más. Y sí, definitivamente tenderle la mano a alguien más tiene hermosos efectos multiplicadores, no solo para quien da y quien recibe, sino para otros, que más adelante serán objeto de actos de bondad generados por un primer gesto de generosidad.

Yo he aprendido que tan importante es dar como saber recibir, y luego, cuando la vida nos trata mejor, saber retribuir eso bueno que en algún momento nos llegó. Quizá no con nuestro benefactor, que a la mejor está lejos o no lo necesita, sino con otros, con quien en ese momento está pasando una necesidad.

Y ese es mi mensaje para usted que me lee hoy. No tema recibir cuando lo necesite, no rehúya a pedir lo que por derecho es suyo, no somos débiles y menos por aceptar ayuda. Y cuando usted pueda y vea la oportunidad, devuelva al mundo un poco de lo que a sus manos ha caído. Dar, recibir, compartir, tender la mano, y que todo se vuelva una cadena que nos permita ser mejores y hacer algo mejor por nuestro entorno. ¡Feliz Navidad!

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