Portafolios de vida

Cuando concluyó su carrera universitaria tuvo la inmediata sensación de que sin tardanza le sería imperativo hacer dos cosas cuanto antes: montar negocio y formar familia. En ninguno de los dos campos tenía nada preparado, ni siquiera imaginado. Afortunadamente, había dos consejeros disponibles: su tío Max y su tía Elsa, en ese orden. Lo curioso era que ni Elsa ni Max eran parientes entre sí, ni tampoco eran consanguíneos con él.

PORTAFOLIOS DE VIDA

Cuando concluyó su carrera universitaria tuvo la inmediata sensación de que sin tardanza le sería imperativo hacer dos cosas cuanto antes: montar negocio y formar familia. En ninguno de los dos campos tenía nada preparado, ni siquiera imaginado. Afortunadamente, había dos consejeros disponibles: su tío Max y su tía Elsa, en ese orden. Lo curioso era que ni Elsa ni Max eran parientes entre sí, ni tampoco eran consanguíneos con él. ¿Entonces? Vecinos inmediatos en su primera infancia, fueron grandes amigos de sus padres; y cuando estos murieron en un accidente vial, él se quedó viviendo alternativamente con Max y con Elsa, que vivían solos, cada quien en su casita, ambas exactamente iguales, como todas las del pasaje. Lo que dejaron sus padres bastó para llevarlo a donde estaba.
Ahora era arquitecto de interiores, y tenía el futuro por delante, como dice la frase de cajón. Entonces se dio cuenta de que nunca se había puesto a pensar en el futuro, y quizás por eso estaba de pronto poseído por aquella inesperada forma de ansiedad. Había que acudir a la tía Elsa y al tío Max, a los que en los tiempos más recientes veía cada vez menos, porque en los dos últimos años de la carrera alquiló un pequeño apartamento en una colonia casi suburbana.
—Hola, tía. ¿Está desocupada para que hablemos?
Hablaron, y ya para terminar la plática junto al ventanal con cortinas de cretona multicolor, una frase de la tía Elsa quedó aleteando en el aire saturado de mirras y alcanfores:
—Te doy un consejo, mi niño: volvé al parquecito aquel al que te llevaban de chiquito. Te subís al columpio que tanto te gustaba y te quedás meciéndote un buen rato. Ya vas a ver.
Un par de días después, se repitió la pregunta, esta vez dirigida al tío Max:
— Hola, tío. ¿Está desocupado para que hablemos?
Hablaron, y ya para terminar la plática en el saloncito con aire a oficina que le servía al tío Max para no desprenderse del todo de su ya concluido ajetreo de hombre de negocios de mediana fortuna, el tío se resumió a sí mismo con la habilidad que le caracterizaba para eso:
—Te voy a repetir algo que ya te dije de distintas maneras a lo largo de la vida: nunca permitas que tu libertad tenga precio. La vida es la mejor fortuna de todas, pero para que esa fortuna prospere hay que administrar muy bien los otros bienes. Hay que ser inversionista astuto y feliz. Y en lo propio. Nada de empleos, mi amigo.
El mismo día en que fue al banco a solicitar un préstamo personal para empezar a montar su propia empresa destinada al diseño y la habilitación de interiores pasó por el parquecito de la infancia. La respuesta del oficial bancario había sido prometedora: estaban por estimular el emprendimiento; y de inmediato le hizo cita para un día después con la gerente encargada de procesar solicitudes.
El parque de ahora se hallaba casi abandonado, pero el columpio sobrevivía. Como no había nadie, no tuvo reparo en subirse en él. A los primeros movimientos se le hizo presente la imagen. La niña de rizos casi rubios, que le seguía con los ojos. Imagen inolvidable olvidada por tanto tiempo.
Acudió a la cita en el banco a la hora señalada. Lo pasaron a un despacho que en aquel momento estaba vacío. En unos minutos apareció la gerente y lo saludó con gesto profesional. Él se tambaleó por dentro, como si aún estuviera meciéndose en el columpio. Ella le entregó su tarjeta.
— Ah, entonces sí. Eres tú.
—¿Disculpe…?
— Adriana, te saluda Vinicio.
Eran ellos, claro. Podían empezar a vivir. Y, por supuesto, crédito aprobado en todos los sentidos.

VACACIONES PARALELAS

Claire, Pamela, Hope, Amarilis, Samantha… Era mediodía, hora de embarcación temprana. Se habían instalado ya en sus cabinas respectivas, y estaban luego en el Panorama Lounge, tomando sus respectivos tazones de bouillon con unas gotas de jerez y las cucharaditas de parmesano y de perejil al gusto.
— Libres, como siempre, con el mar por delante. Perdón por el bostezo.
— Qué rico es respirar a pleno pulmón. ¡Me pasaste el bostezo!
— Respiremos, pues, como las diosas distraídas que transitaban por estos lugares…
— Libres y felices. Aunque ahora lo que yo tengo es sueño.
— Lo merecemos, ¿verdad? ¡A soñar se ha dicho!
Las cinco amigas, que lo habían sido desde siempre, lo que en verdad celebraban una vez más era estar libres por algunos días de sus responsabilidades hogareñas, y sobre todo hallarse lejos de sus respectivos maridos, tan rutinarios y aburridos los pobres. Y el eco de aquella liberación momentánea se hacía sentir en ultramar, en otra estancia donde los cinco hombres brindaban por su vacación tan ansiada. Nelson, Maurice, Álex, Giuliano, Walterio… Desde luego, no estaban flotando en el mar pero sí lo veían a través de los grandes ventanales de la sala de fiestas, rodeados de jovencitas diligentes que no cesaban de servir y sonreír, con todas las caricias en alerta.
— Ya escogí: voy a dormir en pelota, con una almohada sonriente.
— Yo antes voy a rezar mis oraciones favoritas.
— Esto es vida; lo demás es limosna de la vida.
— Lo desvelado nadie te lo quita.
— ¡Que viva la humedad fragante!

PÍCNIC DOMINICAL

Una mañana de domingo los interesados en adquirir aquella propiedad que había sido radiante ejemplo de bonanza y que en algún momento fue asaltada por el abandono llegaron a revisar todo lo existente, para saber si la compra podía serles beneficiosa. El portón principal daba la impresión de ser un acceso sellado, pero en uno de sus extremos quedaba una pequeña puerta, cuya cerradura de seguro correspondía a la llave que se les proporcionó para entrar. En efecto fue así. Ya adentro, la sensación que surgía de inmediato era la de estar en un bosque artificialmente conservado. Un bosque con ciertas trazas de jardín. Algunos arbustos florecían heroicamente. Y los senderos originarios, invadidos de maleza, eran identificables. Por uno se fueron desplazando, y a medida que avanzaban se les hacía patente que el lugar en verdad tuvo vida propia, con signos de exquisitez prometedora, que desde luego ya no mostraban ninguna vigencia.
Por fin se hallaron ante una especie de plazuela con diferentes perspectivas. Los visitantes se fueron por el rumbo que daba a un bloque de construcción evidentemente original. A medida que avanzaban se les hacía patente que en ese sitio había estado el epicentro humano de la zona. De pronto, en uno de los costados del sendero se hizo notar un grupo de personas que parecían estar gozando del pícnic dominical, por los manteles que tenías extendidos sobre la hierba y por los atuendos de los integrantes del grupo, en el que había hombres, mujeres, niños y una pareja de señores de mucha edad, que estaban en el centro del agasajo.
Desde el grupo les hicieron señales de que se acercaran. Acudieron, más por cortesía que por interés. Uno de los señores habló, como si hubiera estado esperando contar su historia:
— Gracias, amigos, por interesarse en este pequeño mundo que fue nuestro primer hogar. Ustedes quieren adquirir la propiedad entera, ¿verdad? Si lo hacen, tengan en cuenta que cualquier contrato al respecto tendrá una cláusula insoslayable: que se nos permita venir siquiera una vez al mes a hacer nuestro pícnic dominical. Con esa condición nos fuimos y con esa condición hemos estado sobrellevando nuestra nueva vida… Bueno, nueva, ejem…
— ¿Y quiénes son ustedes? –indagó uno de los compradores potenciales.
— Yo soy Adán y mi mujer es Eva. Estamos aquí con nuestros hijos y nietos, que vinieron, como ustedes, de otra galaxia…

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Séptimo Sentido

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