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Sobre la innovación abierta

Una organización no busca depender solo de su propia experiencia y recursos para innovar (ya sea en nuevos productos y servicios, modelos de negocio, procesos), al contrario: recurre a múltiples fuentes externas para impulsar la innovación.

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Comunicadora salvadoreña radicada en Santiago de Chile

La innovación es usualmente un concepto muy bien ponderado. Los innovadores son requeridos por las empresas y las organizaciones porque están llamados a cambiar la forma de hacer las cosas: a mejorarlas y generar buenos resultados rápido y, usualmente, a menor costo.

Aunque ya no es un término nuevo, la innovación sigue siendo un requisito infalible a la hora de listar las cualidades de un producto o servicio. Es también parte de lo que los empleadores buscan en un candidato: proactividad, innovación, responsabilidad. Es decir, ser innovador es positivo y va mucho más allá de lo meramente tecnológico, en donde una vez estuvo confinada la innovación.

Para aquellas empresas entre las que la innovación es un factor crítico era usual contar con áreas o departamentos de innovación y desarrollo, usualmente muy herméticas, donde se trabajaban proyectos superespeciales y secretos que cambiarían el rumbo de la organización. Este tipo de innovación, hecho en la empresa y por la empresa, es ahora conocida como “innovación cerrada”.

Actualmente, lo que se entiende por innovación ha experimentado un cambio. Esta evolución seguramente ha sido motivada por el contexto hiperconectado en el que nos encontramos, así como por el auge de la colaboración como metodología de trabajo –otro concepto que me parece muy relevante y que he abordado en algunas columnas anteriores, en este mismo espacio.

Es así como ahora se está hablando sobre “innovación abierta”, una definición desarrollada por Henry Chesbrough, profesor de la Escuela de Negocios Hass de la Universidad de Berkeley, quien explica este proceso como el uso de entradas y salidas intencionales de conocimiento para acelerar la innovación interna y expandir los mercados para el uso externo de la innovación.

Es decir, aprovechando un contexto en el que la colaboración, la especialización y la globalización están a la orden del día, las empresas buscan fuera de sus organizaciones el conocimiento para dar solución a problemáticas internas que les permitan generar mejoras, como primer paso. Y luego, estas ideas se prueban –también- con agentes externos que les permitan comprobar si las alternativas planteadas funcionan.

Tal como lo explica Club de Innovación (una organización chilena que se dedica a fomentar la innovación corporativa), como estrategia, la innovación abierta implica que una organización no busca depender solo de su propia experiencia y recursos para innovar (ya sea en nuevos productos y servicios, modelos de negocio, procesos), al contrario: recurre a múltiples fuentes externas para impulsar la innovación, usando, por ejemplo, la retroalimentación de sus clientes y la participación con otras empresas.

En Chile, se ha generado un especial interés por el desarrollo, tanto conceptual como aplicado, de metodologías en innovación. Existen incluso maestrías en esta materia que buscan formar a profesionales que puedan aplicar esta nueva forma de pensar de manera transversal en las empresas y organizaciones.

También existen aceleradoras de innovación, que se implantan en las organizaciones generando cambios estructurales, convocando a la colaboración con otras organizaciones y olvidándose del hermetismo anterior con el que se manejaban estos temas.

Por tanto, la innovación abierta se convierte en una gran oportunidad para los profesionales actuales: como campo de aplicación relevante para la transformación de las organizaciones, para la generación de redes colaborativas y como una forma de repensar cómo estamos haciendo las cosas en un contexto como el actual

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