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Nueva ley de migración chilena

Al principio, generaba curiosidad y, aunque quizá sin mucho entusiasmo, los migrantes eran bienvenidos. Hasta que el fenómeno empezó a causar ruido: hospitales abarrotados, barrios colapsados, denuncias de contratos abusivos de trabajo.

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Comunicadora salvadoreña radicada en Santiago de Chile

Hace aproximadamente seis meses escribí en este mismo espacio sobre Santiago y sus migrantes. Hoy vuelvo a hacerlo, motivada por el contexto regulatorio que ha empezado a regir en el país andino: la nueva Ley de Migración que impulsó el recién reelecto presidente Sebastián Piñera.
Es difícil no hablar del intenso y repentino proceso social, cultural y económico que atraviesa Chile a nivel migratorio y que se ha exacerbado en los últimos años: miles de personas, en su mayoría haitianos y venezolanos, han elegido a este país suramericano como destino para desarrollar una nueva vida. Lo que ambos países comparten es la difícil situación humanitaria y política que atraviesan.

Poco a poco, especialmente en los últimos dos o tres años, se fue evidenciando la presencia de extranjeros en las calles santiaguinas y también en otras regiones del país: era fácil identificar el acento venezolano, y qué decir del color de piel de los haitianos, cuando antes ver a un afrodescendiente era poco usual. La presencia de los colombianos y peruanos, nacionalidades más comunes entre la colonia inmigrante, fue pasando desapercibida.

No era necesario ver cifras del departamento de extranjería para tener la certeza de que los índices de migración estaban aumentando como la espuma. Estaba a la vista: los barrios empezaron a transformarse; los titulares de las noticias siempre incluían “migración” o “el nuevo rostro de Chile”; las ventas de arepas se multiplicaron; las ferias laborales incluían stands “solo para extranjeros”; y el canal nacional, TVN, produjo una novela llamada “La colombiana”, en la que se plasmaba la historia de un inmigrante que llegaba a uno de los barrios más tradicionales de Santiago.

En una conversación con una funcionaria municipal de una de las comunas con mayor índice de inmigrantes en Santiago, supe que la oficina de asuntos laborales reformuló sus funciones y asesorías, ya que ahora quienes más uso hacen del servicio municipal son los inmigrantes. No es que estos tengan una formación educativa deficiente o escasa, sino que se enfrentan a desafíos con su estatus migratorio o el desconocimiento de los procedimientos que una búsqueda laboral implican.

El hecho de que una oficina municipal redirija sus esfuerzos hacia un grupo diferente de la población era una potente señal de cómo estaba cambiando la dinámica social a raíz de la migración. De igual forma, la demanda había crecido de tal manera que los plazos para los trámites usuales de solicitud de visas aumentaron de tres a nueve meses o más.

Chile se estaba enfrentando a un intenso e interesante proceso migratorio que estaba generando cambios rápidos y evidentes en distintos niveles de su cotidianidad. Al principio, generaba curiosidad y, aunque quizá sin mucho entusiasmo, los migrantes eran bienvenidos. Hasta que el fenómeno empezó a causar ruido: hospitales abarrotados, barrios colapsados, denuncias de contratos abusivos de trabajo.

Este lunes empezó a regir la nueva Ley de Migración: venezolanos y haitianos requerirán tramitar una visa especial en sus respectivos países para poder ingresar a Chile con propósito de residencia. Aunque planteado de manera muy amable y amena, el objetivo de esta ley es reducir la cantidad de personas de esas nacionalidades que ingresan a Chile.

Ahora, habrá que observar el nuevo proceso de desaceleración de la migración y, entonces, volveré a escribir al respecto.

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